El criminal no va a cambiar, no tiene por qué. La autoridad sí. Entonces, hacia ella hay que dirigir la verdadera protesta, la auténtica guerra.
El viernes 2 de febrero se desarrolló una marcha por la paz en Trujillo, con la participación del cómico Carlos Álvarez y algunas autoridades de la región La Libertad. Para el sábado 3, también, se convocó a una congregación similar.
La movilización social pacífica siempre es saludable en un estado democrático. Es una forma genuina y legítima de las personas expresar su apoyo o descontento sobre situaciones que les interesan.
El criminal no va a cambiar, no tiene por qué. La autoridad sí. Entonces, hacia ella hay que dirigir la verdadera protesta, la auténtica guerra.
La historia reciente de La Libertad da cuenta de varias marchas similares. Sin embargo, el contexto de ferocidad que envuelve a la región norteña en la actualidad exige que estas actividades cambien de orientación. Que apunten mejor.
El verdadero enemigo
La delincuencia ha llegado a límites de barbarie en La Libertad porque se lo han permitido. Alguien, por omisión o negligencia, no cumplió con su trabajo. Resultado: 36 asesinatos en lo que va del 2024.
Luego de un 2023 salvaje, en este año debieron secuestrar o asesinar o cercenar o torturar a decenas de personas para que recién los gobernantes tomen en serio el problema de la seguridad.
Las autoridades políticas y policiales, encargadas de velar por el bienestar de la población, han permitido, por incapacidad o beneficio, que la delincuencia se convierta en el monstruo omnipresente en el que ha evolucionado.
Entonces, no es racional marchar por la paz, sino por la guerra.
Hagamos la guerra contra las autoridades incompetentes o delincuenciales, aquellas que están al lado de los extorsionadores, de los mineros ilegales y los narcotraficantes.
A ellos hay que combatirlos. Ellos son los reales enemigos. Ellos son los malos químicamente puros: malos inapelables (Leila Guerreiro) es decir, aquellos que ejercen la política como el arte de servirse de los hombres haciéndoles creer que se les sirve a ellos (Louis Dumur).
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El enemigo es el alcalde que no lidera su comité de seguridad ciudadana ni invierte un sol en salvaguardar a la población. El enemigo es el gobernador regional que no prioriza los reales y urgentes dilemas de la sociedad. El enemigo es la Policía corrupta, que no combate el crimen, sino que la fomenta.
El enemigo son, también, los congresistas, quienes no cumplen un ápice su principal función: representar a la región. Ellos están obligados a llevar al escenario nacional, al parlamento, los principales problemas de La Libertad para discutirlos y encontrar su solución. ¿Lo hacen?
La verdadera guerra
En su primera acepción, el Diccionario de la lengua española explica que ‘guerra’ significa “desavenencia y rompimiento de la paz”. En ese contexto vivimos. Guerra es también “lucha o combate, aunque sea en sentido moral”.
En la ofensiva contra las autoridades solo están permitidas las armas de la legalidad, el sentido común y la decencia. La primera de ellas es la movilización ciudadana, un derecho garantizado en la Constitución.
El enemigo es el alcalde que no lidera su comité de seguridad ciudadana ni invierte un sol en salvaguardar a la población. El enemigo es el gobernador regional que no prioriza los reales y urgentes dilemas de la sociedad. El enemigo es la Policía corrupta, que no combate el crimen, sino que la fomenta.
Los grandes cambios políticos y sociales en Latinoamérica, en los últimos años, se han logrado en la calle. “La indignación ciudadana es la nueva gasolina social. Si los políticos no escuchan la calle, la calle se hará sentir”, escribió Cristina Quiñones Dávila.
En el Perú, una de las más recientes fueron las movilizaciones contra el gobierno de Manuel Merino, quien solo duró en el cargo cinco días.
¿Cuánto resistirá la inoperancia de la Policía en Trujillo con la gente en la calle?, ¿cuánto soportará la indiferencia del Gobierno regional con la plaza mayor gritando que trabajen?
Las movilizaciones deben ser contra ellas, no con ellas, como aparecieron en la marcha que lideró el cómico Carlos Álvarez.
A las autoridades se les acusa de estar lejos del pueblo, apartadas de sus reales intereses. Entonces, las movilizaciones deben servir para enrostrarles cuál es el principal problema en el que deben trabajar con empeño. “En la guerra como en el amor, para acabar es necesario verse de cerca”, comparó Napoleón.
Hay que llevarles nuestra indignación a sus narices.
Otra arma con la que cuenta la ciudadanía en esta guerra es el derecho a la rendición de cuentas, otra prerrogativa garantizada en la Constitución, la cual, al mismo tiempo, es un deber de las entidades y servidores públicos.
¿De los 32 asesinatos en enero, cuántos se han resuelto?, ¿a quiénes se ha capturado?, ¿quién es el responsable de que no se haya gastado ni un solo en seguridad ciudadana en el Gobierno Regional?
Será una guerra con el objetivo de exigirles lo mínimo: trabajen. Serán una guerra para reclamarles que cumplan con su juramento: mejora la vida de las personas. Será una guerra para hacerles sentir que los verdaderos jefes somos nosotros.
Será una guerra para obligarlos que piensen menos en el partido del domingo y las selfis. Será una guerra para decirles que viajen menos a Europa y más en la sierra que se desangra. Será una guerra para intimidarlos para que dejen de lado del famoso ‘diezmo’ de las obras y pongan al vecino en primer lugar.
Será una guerra para sentirnos ciudadanos.