Aristóteles postulaba que la risa es una manera de pensar. Pensar es imaginar. Imaginar es crear imágenes en la mente. En la mente de Bianca Llanco Collave, vecina de Wichanzao, hay garabatos imborrables que le dan risa, porque la risa es, también, un síntoma de dolor.
Recién tres meses, dice sobre el tiempo que compró la casa que hoy es una completa desgracia: está cubierta de barro. De inmediato ríe. Ahora, todo lo perdí. Vuelve a reír de golpe, como un cajón desafinado. Es una risa seca que sirve de contrapeso para su malaventura. “El hombre sufre tan terriblemente en el mundo que se ha visto obligado a inventar la risa”, defendió Friedrich Nietzsche, un alemán que murió loco.
Duelo. Eso experimenta Bianca. La sensación de haberlo perdido todo la raspa. Porque no solo su casa está enterrada, también, sus electrodomésticos, muebles, ropa, sus precoces recuerdos, enseres y una combi.
En la cochera aparca la camioneta rural de color blanca. El agua y el barro la levantaron hasta el techo. “Una cosa impresionante. Si no hubiera techo, el agua la volteaba”, dice Bianca mirando el vehículo aprisionado.
Wichanzao: en la puerta de una casa
Han pasado seis días, desde que se activó la quebrada Cabras que barrió por Wichanzao en La Esperanza (Trujillo, La Libertad), y Bianca no puede entrar a su casa por la que pagó un precio que, la mañana del jueves 16 de marzo, no recuerda o no quiere decir. Busca la cifra en su memoria, pero se rinde de inmediato.
Está pegada a la reja de la cochera y desde allí mira su otrora flamante residencia, en la que habitaba con su dos bebés y su hermano. “Compramos la casa junto con mi esposo, pero después él se fue”, recuerda. Ahora, por nada del mundo, ríe.
Eligió el lugar por la cercanía a la casa de su madre y porque nadie cree que las desgracias lo arrollarán. Las fatalidades son de otros. Sabe que es una zona de huaicos. Bianca recuerda el fenómeno de El Niño Costero del 2017, que, también, golpeó su calle. “Sí, pero no fue tan fuerte como ahora. Esa vez, hubo tiempo para protegerse”, evoca. “La casa nueva: nuestra casa, fruto de tantos años llenos de penas blancas”, compuso el chileno Tito Fernández.
La noche del 10 de marzo, antes de que todo se inunde, ella salió de casa con sus hijas y caminó unos metros hasta donde vive su mamá para avisarle que el huaico estaba a punto de salirse.
La casa de su mamá es de dos pisos. Allí dejó a sus hijas. Cuando regresó, ya no pudo ingresar a su vivienda. Hasta ahora. Por estos días vive en un mercado cerca. Su papá tiene un puesto y allí se acomodó con sus criaturas.
Imaginar es crear imágenes en la mente. En la mente de Bianca Llanco Collave hay garabatos imborrables que le dan risa, porque la risa es, también, un síntoma de dolor.
Bianca ruega que la maquinaria que ha enviado el Gobierno Regional de La Libertad no se vaya hasta que culmine todo el trabajo. Todo el trabajo es dejar libres de lodo y agua las calles. Así podrá ingresar a su casa y hacer limpieza. “Queremos ver nuestras cosas. Ver si sirve algo”. Su mamá criaba un chancho. “Ya debe estar pudriéndose”. Pide que las autoridades sigan viniendo. “Pero no solo para la foto”.
Los sicólogos sostienen que la pérdida de una propiedad, tal es el caso de una casa, impacta a las personas tan igual como si un familiar hubiera muerto. Entonces, se vive un duelo. El cual tiene fases. La primera de ellas, la negación. “No sé qué vamos a hacer. No sé sí quedarnos o buscar otro lugar”, adelanta Bianca frente a su casa nueva sepultada de barro.