Fredesvinda Collave Dellango es madera de buen roble.
El huaico que sepultó, en marzo del 2023, la casa donde vivía hace más de tres décadas, arrasó con casi todo lo que tenía. Lo único que le dejó fue una vieja lavadora, tres sillas de plásticos, deudas y problemas de salud.
Dos de sus desgracias llegaron casi juntas, y ambas casi le quitan la vida. La noche del viernes 10 de marzo, el lodazal que bajó del cerro Cabras, en el sector Wichanzao, distrito de La Esperanza, por poco la sepulta y derriba el primer piso de su casa.
“El agua entraba por todos lados. Agua y lodo. No sabía qué hacer. No había luz y el agua crecía y crecía. Mi hija estaba asustada, mi nieto lloraba. Fue una pesadilla que quisiera borrar”.
Fredesvinda Collave
Fredesvinda tiene 66 años y desde hace más de treinta que vive en la calle Los Jazmines del sector tres de Wichanzao. Construyó su casa en la manzana veintidós, lote 8, la zona de Trujillo más golpeada por las lluvias y los huaicos del ciclón Yaku, debido a la hondonada del terreno. Para su mala suerte, su casa se ubica en medio de ese declive.
En la puerta de su vivienda ha construido un muro de cemento de cuarenta centímetros que todos los días sortea para ir al mercado autogestionario La Merced, a tres cuadras de su casa, a trabajar. “Levantamos este muro para protegernos de las lluvias. Pero sé que si viene el agua como esa vez no nos va servir de nada”.
Huellas que el huaico no borra
Fredesvinda abre la puerta y las marcas del desastre siguen impregnadas en las paredes. Levanta la mano derecha y no alcanza a la huella que dejó el lodo acumulado tras el huaico desatado por el ciclón Yaku.
La anciana vive en una casa de 140 metros cuadrados. El día de la desgracia estuvo acompañada de una de sus hijas y un nieto. Los tres quedaron atrapados en la sala. Se resistió a salir porque días atrás había adquirido a crédito un lote de útiles escolares por un monto que bordeaba los 10 mil soles.
Su idea era venderlos en su puesto del mercado antes del inicio del año escolar. Los artículos los almacenó en su sala y el agua destruyó todo.
“Traté de levantar algunas cosas y ponerlas en la mesa, pero el agua rápidamente creció y creció. Intentamos escapar con mi hija y mi nieto y quedamos atrapados. Colocamos unas sillas de plástico, una sobre otra, para subirnos. Mi nieto lloraba mucho asustado”, recuerda la anciana, mientras señala la esquina de la sala donde permanecieron acorralados varias horas.
¿Te gusta el Hombre Araña?
El escritor británico Gilbert Keith Chesterton escribió que las cosas muertas pueden ser arrastradas por la corriente, solo algo vivo puede ir contracorriente. Y Fredesvinda y su hija estaban listas para ir contra el agua y lodo que las tenía contra la pared.
Su instinto de supervivencia la llevó a amarrar a Joshua, su nieto, que por aquel entonces tenía cinco años, con cables de luz. Lo sujetó bien y, por un tragaluz, el segundo de sus tres hijos, quien trepó el techo, lo jaló hasta ponerlo a salvo.
“Mi nieto tenía mucho miedo. Gritaba. Gritaba mucho. Le dije que se calmara, que no tenga miedo. ‘¿Te gusta el Hombre Araña? Pues ahora debes ser como él y trepar para que estés bien’.
El mayor espectáculo es un hombre esforzado luchando contra la adversidad; pero hay otro aún más grande: ver a otro hombre lanzarse en su ayuda, afirmó Oliver Goldsmith. Y la ayuda para Fredesvinda y su hija llegó a tiempo, cuando el agua les llegaba al pecho.
“Después de un rato mi hija se dio cuenta de que el agua bajó un poco porque se estaba yendo al patio del fondo; bajamos de las sillas, pudimos abrir la puerta de la sala y llegamos al patio”.
En el techo estaba su hijo y otros vecinos. Fredesvinda se amarró con sábanas que le tiraron. Primero la cargaron a ella y después a su hija. Así pudieron ponerse a salvo.
“Mi nieto tenía mucho miedo. Gritaba. Gritaba mucho. Le dije que se calmara, que no tenga miedo. ‘¿Te gusta el Hombre Araña? Pues ahora debes ser como él y trepar para que estés bien’.
Yaku: una desgracia conocida
La magnitud del desastre se conoció con el amanecer del sábado 11 de marzo. Solo en el sector tres de Wichanzao, más de 200 familias habían sido golpeadas por la naturaleza, decenas de ellas se quedaron sin casas.
El Centro de Operaciones de Emergencia Regional (COER) consolidó la información enviada por las áreas de Defensa Civil de las doce provincias de esta región y el resultado fue desolador.
De este reporte, Wichanzao, en Trujillo, y Pacasmayo, en la provincia del mismo nombre, fueron las zonas más afectadas por Yaku.
Daños que dejó Yaku en La Libertad
– Cinco muertos, 7167 personas damnificadas y 22 894 afectadas en La Libertad. Además, 8171 casas fueron afectadas por las precipitaciones, 2395 colapsaron y 1419 quedaron inhabitables.
Ninguna desgracia viene sola
Dicen que lo que no mata fortalece. El 11 de marzo empezó una nueva vida para Fredesvinda, sus tres hijos y sus siete nietos.
“No podíamos entrar a la casa porque todo estaba enterrado. Cuando el agua se secó quedó el barro seco a una altura de 1.70 metros”.
La familia tuvo que separarse. Fredesvinda y una nieta dormían en un espacio que acondicionaron en el puesto del mercado La Merced. Pero las desgracias nunca vienen solas. Su almacén se incendió por culpa de una vela que su nieta olvidó apagar.
“Eso ocurrió a menos de un mes del huaico. El resto de vendedores me trataron muy mal. Yo no robaba luz, fue un accidente y felizmente no afectó a otros negocios, pero me trataron mal”.
Séneca consideraba que es difícil tener como amigos a todos: basta con no tenerlos como enemigos. Tras el incendio, los comerciantes, muchos de los cuales Fredesvinda pensaba que eran sus amigos, exigieron a la directiva retirarla del centro de abastos.
Al Gobierno Regional le llevó dos meses retirar más de tres mil metros cúbicos de lodo de las calles de Wichanzao, pero esta mujer y su familia tardaron otros treinta días más en limpiar su vivienda.
El huaico destruyó sus muebles, mesa de comedor, cocina, refrigeradora, camas, armarios, televisor. Todo. También arrasó con las cabinas de Internet que funcionaban en un espacio de su casa y que administraba el segundo de sus hijos.
“Tenía dieciocho computadoras. Hice un préstamo para que mi hijo trabaje ahí. Él se encargaba del negocio, pero el huaico malogró todo. Perdimos los útiles escolares y también las computadoras”.
Fredesvinda: paz y fuerza
Fredesvinda llora al recordar las tragedias. Llora desconsolada. Se seca las lágrimas con sus manos. En la sala de su casa hay un colchón en el piso en el que duerme con su nieto Joshua, quien acaba de cumplir seis años.
Su habitación, nueve meses después de Yaku, luce vacía. Solo hay cajas con algunos trapos viejos. “Aquí tenía mi armario y un pequeño televisor, pero el huaico llegó hasta el umbral de la puerta del cuarto”, señala. Y vuelve a romper en llanto.
“Cada lágrima enseña a los mortales una verdad”, aseguró Pablo Neruda. Y la amenaza de nuevas lluvias es la cruda verdad que ahonda su temor. Pero rendirse ante la adversidad es mostrarse de su parte.
“A mí me pasan cosas fuertes. No tengo una cama, no puedo comprarla. Estamos trabajando para pagar. Siempre he sido una persona que trabajó toda la vida. Tuve que hacer un préstamo para pagar los útiles escolares que arruinó el huaico. Me duelen las piernas, ya no soporto más todo este dolor”.
Las huellas que dejó el huaico en decenas de familias de Wichazao son hondas. Bien dijo William Shakespeare: “Las heridas que no se ven son las más profundas”.
Fredesvinda, al igual que unas doscientas familias de las manzanas treinta, veintidós y veintitrés de Wichanzao esperan que los pronósticos de lluvias para el verano 2024 no sean acertados. Apenas dos kilómetros separan al cerro Cabras del sector tres de Wichanzao, donde construyeron sus casas.
Están solos en esta lucha
Casi todos en Wichanzao coinciden en que las autoridades han tirado la toalla. “No quieren hacer nada porque dicen que siempre que llueva se va a inundar esta zona”.
Hernán Flores Rodríguez, un periodista y también damnificado por el ciclón Yaku, cuenta que presentaron a Wilder Sánchez Ruiz, alcalde de La Esperanza, un proyecto para la construcción de un paseo peatonal en la zona afectada por las lluvias.
“La manzana treinta del sector tres de Wichanzao es la más afectada porque está hundida. El agua que viene de lo alto de la quebrada se empoza aquí. En marzo tumbó varias casas. Le propusimos al alcalde que la municipalidad compre dos lotes y libere la vía para construir un paseo peatonal de unos 60 metros, así el agua de lluvia tendría desfogue y no se empozaría”, cuenta.
¿Cuál fue la respuesta de la municipalidad? Construyó un muro de cemento de unos cuarenta centímetros en el borde de los sardineles para contener el agua que bajará de la quebrada del cerro Cabras.
De acuerdo a un informe de inspección de la Contraloría General de la República, el municipio de La Esperanza no gastó ni un sol de los fondos transferidos por el Gobierno Central para atender la emergencia por el ciclón Yaku. Ni un solo sol.
Este distrito registró 2422 personas afectadas y 1026 damnificadas, siendo los residentes de Wichanzao los más golpeados por la naturaleza.
“Según el Decreto de Urgencia N.° 009-2023, se declararon en emergencia diversas zonas de La Libertad y se asignó un presupuesto para ser utilizado en los daños ocasionados por este fenómeno, pero existen 14 gobiernos locales que no han utilizado ese presupuesto”, explicó Joan Ramírez Merino, gerente general de control.
Al igual que La Esperanza, otros municipios distritales de La Libertad que no utilizaron el dinero para atender a los damnificados son Paiján, Santiago de Cao, Cachicadán, Angasmarca, Quiruvilca, Mache, Longotea, Pías, Calamarca, Usquil, así como las gobiernos provinciales de Virú y Sánchez Carrión.
Estas municipalidades recibieron transferencias económicas que varían entre 100 000 y 279 749 soles para llevar a cabo acciones inmediatas y atender la emergencia.
*************************
Fredesvinda camina de la mano con Joshua de regreso a casa. A mitad de cuadra se detiene, voltea y mira al cerro Cabras. El pequeño escucha a su abuela cuestionar la falta de apoyo del gobierno y se persigna al escuchar implorar al cielo que no llueva.