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Ricardo Espinoza Rumiche: “Quiero leer a escritores que nos digan que estamos mal”

A propósito de su último libro “Aquí no hay literatura”, el autor paiteño habla sobre su proceso creativo y el papel del escritor en esta actualidad que no sabe de tradiciones.

El alma arquitectónica del puerto de Paita se asoma como una inundación ruinosa. Tiene propio barro. Su estéril mar es un débil pañuelo que consuela a los pobladores hace más de seis meses.

De dicho sentir, nace Aquí no hay literatura, última publicación del escritor Ricardo Espinoza Rumiche. Se considera un paiteño de corazón, un hombre de familia, pero, sobre todo, un reaccionario ante el lamentable panorama que respira el puerto.

En agosto, casi 700 embarcaciones china comenzaron a operar en las costas peruanas, depredando los recursos marinos con una voracidad que el Gobierno parece ignorar. La cuna de Grau no fue la excepción: saquearon toda la pota, el recurso vital de muchas familias.

La pesca, los bares, la niñez, la maternidad, la belleza, la viveza peruana y la quietud ante los graves problemas por autoridades mediocres son algunos de los temas que explora en su obra. Es una pintura trágica sobre el segundo puerto más importante del país. 

BuenaPepa conversó con él, quien ofreció una crítica sobre la Paita de hoy y la que ya no existe.

—¿Cómo es su acercamiento a la literatura?
—Desde la adolescencia conocí a un maestro que era apasionado de la literatura. Que no solo te enseñaba, sino te transmitía poemas y narraciones de manera escénica. Era un profesor que enseñaba en el colegio San Francisco de Paita.

Ahí fui descubriendo este mundo diferente de la literatura. Lo que pasa que cuando termino de estudiar y hago la carrera corta de 3 años, inmediatamente, me fui a pescar.

La pesca, los bares, la niñez, la maternidad, la belleza, la viveza peruana y la quietud ante los graves problemas por autoridades mediocres son algunos de los temas que explora en su obra. Es una pintura trágica sobre el segundo puerto más importante del país. 

Allí era imposible leer porque leías una página del diario y te quedabas dormido porque tenías que ganarle al tiempo… al día para dormir y seguir trabajando. Era una situación fuerte.

Entonces, eliminé todo lo que a mí me gustaba, los pocos libros que podía conseguir en Paita. Lo retomé después cuando salí de la pesca. Esta actividad, fue, en esos años, la que me impidió leer y disfrutar de eso que me gustaba desde muy chico.  

—¿Qué lo inspiró a escribir?
—Me enamoré de las escrituras de Julio Ramón Ribeyro. A partir de allí, empiezo a creérmela porque todos tenemos vivencias. Y yo que soy un hombre que ha trabajado en la calle, que soy un “mil oficios”, en cada persona que conozco veo un mundo desconocido.

Lo mismo me pasó con la pesca. Cuando hice mi primer libro, Entre el cielo y el mar, la gente se sorprendía de cómo vivía un pescador. Tenía la imagen de un hombre en el mar y nada más.

Me di cuenta que, a través de las lecturas de Ribeyro como el cuento Al pie del acantilado —que a mí me fascina y vuelvo mil veces—, tenía que hacer eso si quería dedicarme a escribir.

Si quería botar toda esta pasión que tenía era mediante las historias que iba conociendo en el día a día. No sé si decirle gracias a Dios, pero la vida misma o mi situación laboral me llevan a esos personajes que los vuelco en mis escrituras.

Ricardo Espinoza Rumiche, escritor paiteño.
Foto: Johan Fiestas Chunga.

—Cada vez que vuelvo al puerto, lo veo decadente y grisáceo. No veo una intención de cambio social. ¿Es así?, ¿cómo es Paita desde su mirada actual?
—Paita ha cambiado muchísimo, ya no es la Paita de mi niñez o adolescencia. Fue invadida, gracias a la inauguración del complejo pesquero a finales de los setenta. La gente no solo vino a vivir de manera desordenada, sino con sus costumbres y religiones. Eso se impuso y vemos menos paiteños.

Mi padre de 80 años, antiguo pescador que vive en la parte alta del puerto, me dijo que no va a la parte baja de Paita porque le da dolor. Prefiere irse a Piura.

Es que ya no es Paita porque no hay paiteños. Somos muy conformistas. Por ello, también, he perdido amigos por la manera en que escribo en las redes sociales. Les digo: “A mí me gusta decir la verdad y lo que pienso porque no espero nada de nadie. Solo me siento libre al expresarme”.

Eso les molesta porque no callo ese dolor que también sientes. Se ha perdido esa identidad. Ahora, los jóvenes no quieren a Paita. Tienen otro tipo de comportamientos por la tecnología.

Mi padre de 80 años, antiguo pescador que vive en la parte alta del puerto, me dijo que no va a la parte baja de Paita porque le da dolor. Prefiere irse a Piura.

Ya no existe ese calor humano de ir a sentarse en el malecón para conversar, escuchar música o encontrar a la enamorada. Ya no existe la playa porque está sucia ni el muelle porque está destruido. ¿De qué irán a hablar cuando tengan mi edad?

Además, ya se maneja de manera política. Las autoridades no quieren invertir porque no es un beneficio político. Se van a los asentamientos humanos, les construyen canchas y plataformas.

Quieren tener a esa gente contenta porque el paiteño ya no existe. Somos un grupo pequeño que no pesamos en el momento de la elección.

—Tu primer cuento en el libro es El hombre que quería ser hermoso se cuenta la vida de un poeta loco que decide vivir en el ‘encantador’ Cerro Azul y se encuentra a una planta mágica que le cumple el deseo de ser hermoso. Al protagonista lo compra la iglesia, incluso el alcalde, pero solo tenía como virtud su belleza y termina apreciado en una urna de cristal, ¿hay alguna crítica a los cánones de belleza?
—Ese cuento nace conversando con mis hijas. A propósito de que la mujer se arregla para quedar bien a través de la imagen, una vez les dije: “¿de qué les sirve ser guapas si no le dejan nada a su tierra? Ellas estudian, pero lo hacía para que ellas dijeran algo.

Precisamente, hay gente que tiene mucha popularidad en Paita por su belleza, su dinero o sus autos. A esas personas les quitas eso y no son nada. Esa cualidad lo llevé a los escritores. Por ello, el personaje es un poeta que se esconde.

Lo único que hacen ellos es ver la parte bonita: la luna, el mar… Pero en estos momentos donde el puerto se está cayendo, donde el desagüe llega a nuestras playas queridas y nuestros monumentos se vienen abajo, preferiría unos poetas más rebeldes y contestarios. Que le canten a la realidad. Quiero leer a escritores que nos digan que estamos mal.

— El relato titulado La bahía del mar oscuro tiene mucha originalidad cuando toma el recurso de la pregunta de un niño por el mal olor del mar de Paita y sus parientes no le dan una respuesta, solo 2 monedas. Entonces, decide comprar una galleta y una bebida para contemplar ese mar oscuro. Y luego, se presenta su amigo y a él, también, le pregunta por qué apesta el mar paiteño y su amigo le ofrece una galleta y un poco de su bebida, ¿qué representa este cuestionamiento sin respuesta?
—Es una realidad que tiene que ver con el silencio de la gente y la ‘lavada de manos’. Fijémonos en la municipalidad que domina esa práctica. El pueblo puede ser muy revolucionario, pero les das un trabajo y se quedan mudos.

“¡Oye está pasando esto!”, “no sé, estoy en mi tiempo de trabajo”, responden. He conocido a varios que hacían marchas y el alcalde les ofrecía trabajo y ya no protestaban. Debemos darles el ejemplo a los más chicos. Que se reclame y que se pregunte.

En la época de exalcalde Luis Reymundo Dioses Guzmán, vi una marcha inmensa, se venía toda la parte alta caminando y haciendo bulla. Me acerqué porque tenía en mente que ellos iban a romper los vidrios de la municipalidad.

Dioses sale y les ofrece organizar una comisión. Ingresan y les ofrecen trabajo a tres dirigentes en la municipalidad. Eso es lo que trato de decir, los problemas se acaban cuando a las personas se les da un beneficio.

Ricardo Espinoza: el oficio y la realidad

—Dígame 5 escritores que todo paiteño debe conocer.
—Para tener identidad y conocer más de Paita: el profesor Vidal Rivas Castillo. Él fue un escritor costumbrista y que tiene los datos propios del puerto. Su obra debería tener más importancia en los colegios. Lamentablemente, no se da porque los profesores de comunicaciones son de otro sitio y traen su literatura para acá.

Es una realidad que tiene que ver con el silencio de la gente y la ‘lavada de manos’. Fijémonos en la municipalidad que domina esa práctica. El pueblo puede ser muy revolucionario, pero les das un trabajo y se quedan mudos.

Luego, creo que deberían leer a Mario Vargas Llosa. Aunque a muchos les parezcan sus libros atrevidos, creo que la gente se saldría un poco de esa visión que tienen de la literatura.

Hace poco, escuchaba a las autoridades decir “la literatura une”. Creen que la literatura te pone bonito, como un santo y no es así. La literatura te despierta y te deja en libertad para que pienses y actúes de acuerdo a tu formación.

Por ello, creo que la realidad que nos ha enseñado Vargas Llosa en sus libros es lo que deberían enseñarles a los jóvenes para que salgan de ese espacio que les han dictado en los colegios como que “solo lo bonito es literatura y hay que comportarse bien”. La literatura no sirve para eso.

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Después, Gabriel García Márquez. Él es la emoción de conocer lo irreal y la fantasía. Sus personajes son maravillosos y recrean unas escenas que cuando uno regresa, las ve diferentes. Cuando he leído a García Márquez, decido que mis personajes irán por aquel mundo que no es real.

Conocí muy tarde las tradiciones de Ricardo Palma. La forma en la que narra me pareció fantástica y cómo adecúa a personajes de la historia. Es indispensable.

Cuestionario 1

¿Paita?
—Vida.
—Pesca.
—Experiencia.
—Amor.
—Uno solo.
—Belleza.
—Arte.
—Inteligencia.
—Preparación.
—Leyendas.
—Identidad.
—Perú.
—Mi alma.
—Mario Vargas Llosa.
—Maestro.
—José María Arguedas.
—Maestro.
—Bares.
—Perdición.

Y no quiero dejar de lado a la poesía. Que lean a todos los poetas que le han cantado a Paita. No quiero decir uno, pero la poesía también es importante para que tengan conocimiento de lo que es el arte a través de las palabras.

—Volviendo al libro que describe el espíritu del puerto de Paita, podrías comentarnos sobre el cuento Matalascallando. Toca varios temas como la niñez de un chico erudito, la maternidad peruana y un crimen perpetuado por una collera. ¿En qué tiempo está situado?
—La época está situada en los años 80. Está la casa de la Tolola, una pitonisa que leía las cartas. Ella está inspirada en un familiar de mi mamá, quien se ha molestado porque la he tomado como referencia.

—¿Qué tan hábil era jugando al fútbol?
—Cero. Malazo. No me gusta el fútbol. Soy hincha de Alianza Lima porque hay que ser hincha de alguien, porque me gustan los colores azules. No es un placer que tenga. Mi pasión es el básquet.

—¿El básquet es un factor histórico que puede unificar a los paiteños?
—Tenemos una historia de triunfos. En Paita, con 5 y 1 más se fueron a dos campeonatos nacionales. Ahora no lo hacemos con mayor cantidad de niños. Hace poco he estado viendo que hay un campeonato con 4 o 6 equipos bien uniformados.

Es difícil jugar al básquet porque no hay canchas con medidas reglamentarias. Es una necesidad que no se puede completar. Vas a todas las plataformas y son muy grandes, los tableros son muy altos o el piso está en mal estado.

Cero. Malazo. No me gusta el fútbol. Soy hincha de Alianza Lima porque hay que ser hincha de alguien, porque me gustan los colores azules. No es un placer que tenga. Mi pasión es el básquet.

El nuevo alcalde está poniendo más canchas sintéticas sin tableros. En infraestructura estamos mal. Afortunadamente, tenemos al dueño del colegio San Agustín que es el que nos abre las puertas para que puedan organizarse los campeonatos.

Además, tenemos un coliseo que lo usan como almacén para guardar lo que les estorba, pero la pasión está. A mí me encantaría enseñar a los jóvenes, pero ¿a dónde me voy a ir? Si te metes a una plataforma que está cerrada, te van a cobrar, entonces, tendría que cobrar.

—En esta última publicación que es una carta a una Paita extraviada, hay un escrito que me causa mucha curiosidad y se nombra Piedras. Ahí escribes: “Pero se hayan estáticas e inconscientes, cansinas y pesimistas, esperando, a lo mejor, ser más fácil una marioneta, que las lleven por aquí y por allá, que les digan lo que tengan qué hacer”. ¿Las piedras y los paiteños son lo mismo?
—Dicen que los paiteños son dejados. El desagüe les puede correr por las piernas o no les dan agua varios días y no hacen nada. La gente debería poner fuerte y unirse, pero son como las piedras. Algo que es fuerte y que puede tumbar. Sin embargo, es inmóvil.

Eso lo escribí a propósito de una noticia. Fui a mi muro, lo escribí, pero rápido y lo publiqué. Tuvo mucha aceptación. Amigos escritores lo comentaron. Entonces, lo eliminé, lo guardé aparte y lo fui puliendo poco a poco.

—Usted se denomina autodidacta y mil oficios, ¿qué labor nunca más repetiría?
—La pesca de arrastre. Estuve 12 años. Ya cayó y ya no se gana como antes. Además, no me permitía conocer a mi familia. Ya tenía 2 hijas. La primera en edad escolar y la segunda chiquita. Solamente llegaba en las noches y las veía durmiendo.

A veces, rezaba para que la lancha se malograra, ver el sol de Paita y sacar a pasear a mis hijas. Desde la forma en cómo me han criado como alguien que cree en la familia, no regresaría al mar porque no quiero perderme esas vivencias familiares.

Si ves lo que significa Paita en todas las cosas que he trabajado. En las fábricas, en mototaxi, en el terminal pesquero, en un almacén. Esas experiencias me facilitan para darles calle a los personajes.

—¿Podría contarnos dos experiencias que el peruano no conoce sobre la pesca de arrastre?
—Ninguna de las empresas, en las que he trabajado, tenía protección personal para cada pescador. Salías con la indumentaria que podías tener. He perdido compañeros en ese trabajo.

Vi a una persona que se le mochó un dedo por no tener guantes. No tienen los camarotes contados para cada uno. También, tuve un compañero que salió a buscar el baño y se cayó. No hay seguridad.

Te acostumbras a una vida tan difícil que cuando sales de la lancha, botas todos tus dolores a través de la cerveza y los bailes. Los trabajadores están muy dolidos que no les interesa gastarse el esfuerzo que han tenido. Yo no lo hacía, pero es un tema que toco en mis novelas.

Creo que esos hombres necesitan conversaciones con sicólogos. Es algo que no lo puedes comprender. ¡La gente llora cuando está tomando! Llora porque no ha tenido otra oportunidad de trabajo. Segundo, porque no puede salir. Y, en tercer lugar, porque le ha dolido y nadie sabe que le ha dolido.

Ninguna de las empresas, en las que he trabajado, tenía protección personal para cada pescador. Salías con la indumentaria que podías tener. He perdido compañeros en ese trabajo.

La gente dice “esos pescadores son borrachos”, pero no saben por qué toman o sufren. Hay un sufrimiento inentendible. El hombre por más fuerte que sea, le toca estar en el mar —a veces, en contra de su voluntad— porque no le queda otra que ganar dinero. Es un dolor que lleva por dentro.

—Retomando el libro que nos brinda un autorretrato de la cuna de Grau, en el cuento Justicieros se describe a Paita como el puerto donde solo la luna brilla y donde el pueblo tiene sueños impuestos, ¿es una visión que remite a una sequía de identidad?
—Tenemos identidad, personajes, cultura, una historia rica que no se ha escrito. No le damos la importancia debida. Paita fue muy importante en la época de la colonia. También, en la república.

Pero siento que todavía somos esa aldea. Ese lugar que a nadie le importa. Por eso, nos estamos envejeciendo. Es ahí donde falta ese buen revolucionario, esa persona que quiera darle relevancia a todo lo que significa nuestra historia.

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Nuestros alumnos conocen más de El chilalo de Piura que del mar y de los personajes de Paita. Te imponen su literatura. Aquí no se puede rescatar eso que se podía escribir mediante proyectos porque nadie pone la primera piedra.

—El texto nos habla de un crimen a un escritor…
—Si tú lees los textos de corrido, el protagonista, en su adolescencia, tuvo una experiencia cuando quiso ser escritor. Él escribe un cuento y su profesor le dice que se lo va a publicar.

Luego, su profesor lo acosa y es un tipo con diferentes gustos. No era por su talento literario, sino porque el docente quería estar con él de forma sexual.

Ahora, en este cuento, el protagonista ya es mucho más maduro, se reúne con literatos de Piura. Regresa a Paita y aprovecha el cambio de la Plaza de Armas para planificar esa revolución.

Paita
Foto: DakarG.

Pero queda una sensación —si lees con atención— de venganza personal porque el escritor afectado es su antiguo profesor que le hizo aquella propuesta indecente.

Ahí se ve cómo puedes manipular a esa gente que no está bien preparada intelectualmente porque son muchachos de la calle. Él aprovecha esa condición de literato para lavarles el cerebro y para incitarles a cometer un incendio porque “el puerto necesita una revolución”.

—Ya que tocó el cuento principal denominado Aquí no hay literatura, el protagonista, Tranquilino, va a una reunión con su profesor Vitalino a la discoteca porque le propone publicar su pequeña novela. Sin embargo, le pone como condición acompañarlo a su casa. Allí le dice la frase “dejándonos de cojudeces, aquí no hay literatura”. Al final, hay una lucha de yoes. Tranquilino y Richi Vladi vuelven a casa. ¿Cuánto se parece y se aleja ‘Richi Vladi’ (alter ego) de Ricardo Espinoza?
—Richi Vladi deja de ser él y se vuelve más fuerte siendo esa persona. No le gusta su nombre y eso puede indicar que no le gusta tanto su vida o cómo lo han criado.

¿Cuánto se parece? Se parece mucho porque utilicé este recurso a través del deporte. Era muy tímido, pero cuando jugaba básquetbol, era otra persona. Era malo, gritón, no comprendía al que jugaba menos que yo. Me alucinaba poderoso.

Una vez que acababa el partido, volvía a hacer él mismo. Quería que el jugador del básquet se trasladara a mi vida cotidiana y ser exitoso. Nunca lo pude lograr.

Richi Vladi tiene esa parte que necesita ser otra persona. Él odia su nombre, “Tranquilino” le parece despreciable. Pero yo no actuaría así.

Sobre dicho cuento, un profesor me dijo “te gusta sacar roncha a ti. Pendejo, tiene nombre propio ese escritor”. Solo le respondí que la literatura es así…

—Es ficción…
—Un chico me dijo “eso tiene que ver con el profesor Vidal, ¿cierto?”. Lo mencionó porque el personaje vende en la calle al igual que lo hacía el profesor Vidal. Por eso, creo que ha tenido un poco de rechazo el libro en los poetas de Paita.

Se han sentido dolidos porque el protagonista detesta a los poetas que escriben sobre la luna mientras el desagüe está por debajo. Pero ya está escrito.

Una vez que acababa el partido, volvía a hacer él mismo. Quería que el jugador del básquet se trasladara a mi vida cotidiana y ser exitoso. Nunca lo pude lograr.

—A parte de escribir, ¿qué disfruta más?
Jugar al básquet y pasear con mi familia. Me divierto mucho. Quiero ser el que les da la sonrisa a mis hijas. No necesito tener dinero para ser feliz. Tal vez, por eso, nunca lo he buscado. El básquet me libera, soy otra persona. Soy un actor en potencia cuando estoy en la cancha. Eso es divertido.

—Si Ribeyro no podía escribir sin fumar, ¿usted con qué no puede escribir?
—Con un café caliente y solo escribo de noche. No puedo de día, el calor me deja sin ideas. Y tengo que tener la casa en silencio.

—El cuento que más me gusta es Cómo ayuda a leer y copiar a Bécquer donde se describe el ambiente de los bares en Paita. ¿Qué opina de la crítica sobre la crisis pesquera que señala que cuando hay pesca, los trabajadores se lo gastan en alcohol y cuando no hay, exigen cambios?
—Las personas en Paita tienen ese vaivén en su economía. Cuando no hay dinero es un sufrimiento buscar la comida. Pero ellos saben que cuando hay dinero, existe un límite.

No es que ganas una o dos semanas y serás millonario. Ellos tienen en mente que las ganancias solo sirven para comer. O sea, tú levantas una pared, se acaba la pesca y te quedaste con la pared ‘pelada’ y perdiste esa plata.

Mucha gente piensa así. He escuchado frases como “la plata va y viene”, “la plata está hecha para gastarse”. Esta cualidad tiene que ver con lo que te contaba sobre la gente que explota cuando sale de un trabajo fuerte.

Cuestionario 2

—Richi Vladi.
—Sombra.
—Pedro Cuadros (alcalde de Paita).
—Decepción.
—Dina Boluarte.
—Aprovechamiento.
—Alberto Fujimori.
—Tuvo la oportunidad para cambiar muchas cosas, pero aprovecho su poder para varias cosas malas. Nos arregló la economía, pero nos malogró el alma.
— Vidal Rivas Castillo.
—Pionero.
—¿Un sueño?
—Que Paita sea turístico. Que sus hijos regresen felices, no tristes de verlo.
—¿Un miedo?
—Al fracaso.
—¿Un logro?
—Mi familia.
—Lisura favorita.
—Carajo.

No se van al bar por el gusto a la cerveza, sino porque en ese momento quieren morirse. Odian su vida y lo expresan de esa manera.

Otra cosa, en Paita no encuentras cine como para hacer planes un domingo. ¿Qué haces ese día?, si quieres salir de la rutina tienes que irte a Piura. Aquí no haces nada.

No hay cines, teatros ni música. Hay restaurantes, pero solo se centran en cebiches y cervezas. Entonces, tienes medio día para relajarte porque el otro medio día es para descansar y vuelves a retomar una semana cargada de trabajo.

Ellos toman la diversión como supervivencia. Te lo digo porque cuando trabajé como mototaxista, esa gente cuando ganaba más del promedio —no llevaba la ganancia para su casa porque la llevaba todos los días—, la respuesta es ir a tomar y gastar todo.

Es como un escape a su realidad, porque ellos saben que, al día siguiente, ya no van a ganar esos montos. Ellos no ahorran porque saben que no lo harán constantemente. 

La gente utiliza el dinero para creerse que son felices en ese momento. Porque su día a día es fuerte y saben que va a acabar. Eso es lo malo: que sabes que se acabará.

Por ejemplo, cuando regresa la pota, la gente se vuelve loca. “Aprovecha para tu cumpleaños, a comprarte las zapatillas que querías o cómprate un kilo de carne que no comías hace tiempo”, comentan porque piensan que es limitado.

—El personaje del negro Lelis le cita un verso de Bécquer a una meretriz….
—Si tú te fijas, las chicas ignoran esa poesía. Para ellas predomina su chamba. He ido a bares en mi época de pescador y en ese cuento, más que un lugar exacto, me he concentrado en los comportamientos de las personas.

—En el cuento se dice que es una picantería, pero, en realidad, es un prostíbulo.
—Eso no solo pasa en Paita; puerto que no tenga un prostíbulo, no es puerto.

—¿Ha visto menores de edad en esos lugares?
—Cuando vas a esos sitios, conoces a chicas que estudian y llegan engañadas porque les dicen que trabajaran en un restaurante y no es un restaurante, es un bar.

Hay algunas que se retiran al instante. Otras que, el primer día, ganan dinero y toman el trabajo poque lo necesitan. Por ello, hacen una operación matemática y algunas se van en dos semanas, otras se quedan ahí.

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Algunas huyen de maridos violentos y encuentran un trabajo fácil: escuchar las tonterías de un borracho, de un hombre dolido. Escucharlo, sonreírle, actuar. 

Ha surgido hasta el amor en los bares. Personas que dejan a sus esposas y les va mejor porque son chicas más jóvenes y guapas.

—¿Cómo le ha ido en el terreno del amor?
—Sí, creo que existe el amor. Lo encontré muy temprano. A mis 19 años, conocí a mi esposa. Terminaba mis 3 años de educación superior técnica y ella terminaba la carrera de Educación.

La conocía de lejos y no tenía ni idea de ser su amigo. En un tono ochentero, varios chicos la perseguían para bailar y ella ni sabía como rechazarlos.

Cuando vas a esos sitios, conoces a chicas que estudian y llegan engañadas porque les dicen que trabajaran en un restaurante y no es un restaurante, es un bar.

Ella estaba con mi amiga. Entonces, voy a sacar a mi amiga a bailar, pero la sacan antes. Entonces, me quedo con ella y le digo “¿bailas?”. Me agarró la mano y me dijo “espérate, quédate conmigo. No quiero bailar, pero quédate conmigo”.

Asentí. No conversamos nada. Actué de vigilante, pero la miraba e iba sintiendo cosas. Ella me sonreía. En un momento le vuelvo a decir “¿bailas?” y aceptó. Nos quedamos bailando y conversando toda la noche.

Desde ese día, nunca más nos despegamos.

Llevamos 27 años de casados, tuvimos 5 años de enamorados y 1 año de amistad.

Entrevista de Johan Fiesta Chunga.