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«El animal alado de una ciudad apocalíptica», un texto de Joe Guzmán sobre la obra de David Novoa

Estaba entrando a la adolescencia cuando mi padre decidió que ya era hora de que el menor de sus tres hijos le ayude a atender en el bar que había abierto, a pocas cuadras del Centro de Trujillo.

Así fue como mis días se dividieron entre la escuela, los parques y un bar, que cada día se llenaba de taxistas, profesores, periodistas, escritores, músicos, pintores, etc.

Fue en esas épocas que lo conocí, no personalmente, sino por dos o tres fotografías que estaban escondidas al costado del cajón donde colocábamos el dinero.

En ellas, estaba él con una vestimenta de monje budista, el cabello largo, la barba crecida, los pies descalzos y una serpiente enrollada entre sus brazos.

En cada fotografía, tenía una postura distinta, pero la misma irradiación luminosa que brotaba de su cuerpo y de sus gestos.

Años después, supe que ese personaje había ganado a los veintidós años el Premio Poeta Joven del Perú, que tenía la costumbre de desnudarse en el misterio de los cerros y que todos lo apodaban el Loco David.

En los primeros años de mi época universitaria, leí sus dos mejores libros: «Itinerario del alado sin cielo» y «Libro de la incertidumbre», y fue así que se volvió un referente en mi parnaso de autores locales.

Para eso ya había visto las performances poéticas que usualmente realizaba en el Icpna, la plazuela El Recreo y otros lugares donde era invitado.

Años después, supe que ese personaje había ganado a los veintidós años el Premio Poeta Joven del Perú, que tenía la costumbre de desnudarse en el misterio de los cerros y que todos lo apodaban el Loco David.

Pero recuerdo especialmente una que hizo en esas mágicas ferias de libros, que organizaba ATAL (Asociación Trujillo Arte y Literatura) en nuestra ciudad.

Llevaba el cuerpo casi desnudo, salvo por unos trozos de telas sucias y raídas, el rostro pintado y una cruz sobre sus hombros. Parecía un animal alado, enfurecido y vigoroso que caminaba sobre las ruinas de una ciudad superficial, mientras iba vociferando metáforas que caían como relámpagos de sangre por todos lados.

Dialogamos en circunstancias intrascendentes, me invitó un par de veces a «Poesía de miércoles» —evento que organizaba junto con César Olivares y Jorge Tume— y luego algo sucedió que hizo que me aleje de su figura de poeta díscolo y transgresor; no estoy seguro de la verdadera razón, quizás la inmadurez innata de la juventud, no lo sé, pero de lo que sí estoy seguro es que fue el primer poeta liberteño vivo que leí con admiración y vehemencia.

Leer más: Reflexiones sobre la reedición de “Itinerario de un Alado Sin Cielo” de David Novoa por Percy Vílchez Salvatierra

David Novoa es un poco de los pocos autores que han sabido prolongar su poesía escrita y cantada en acciones que demuestran la plenitud de un ser que vive en armonía con la naturaleza y consigo mismo.

Esto ha desembocado en diversas posturas, tanto positivas y negativas entre las personas que lo conocen y lo han leído.

Sus discursos poéticos han cambiado con el pasar de los años, el estilo confrontacional, polifónico y acorazado han ido diluyéndose hasta llegar a uno más tenue, suave y cristalino.

Desde mi perspectiva, lo más valioso de su poesía se encuentra en esos dos primeros poemarios, exceptuando sus excelentes textos visionarios bajo el influjo del wachuma.

David Novoa brinda por la vida y la poesía. (Foto: César Clavijo Arraiza).
David Novoa brinda por la vida y la poesía. (Foto: César Clavijo Arraiza).

Lo que viene después de ambos no me ha generado mayor interés. Por ello, es que el objetivo de este texto es elaborar un pequeño acercamiento a «Itinerario del alado sin cielo»; libro que en 1990 quedó en primer puesto, junto con «Filosofía ilógica» —llamada después «Zona dark»— de la poeta Monserrat Álvarez, en el laureado Poeta Joven del Perú; concurso creado por el grupo literario promotor de la revista «Cuadernos Trimestrales de Poesía» y liderado por el escritor y editor cajamarquino Marco Antonio Corcuera.

Para poder aproximarnos al libro, es necesario delimitar el espacio físico con algunas ideas características de la fecha en que aparece el poemario.

Hay que tener en consideración que hay aspectos similares entre Novoa y Monserrat Álvarez; por ejemplo, ambos toman a la ciudad como escenario principal de sus discursos poéticos donde prima el desamparo, la incertidumbre y la violencia, pero utilizando lenguajes distintos.

Monserrat sigue una línea que había emergido en Lima en la década del setenta y ochenta —testimonial, coloquial, integral, contracultural— mientras que Novoa se apoya en un estilo artificioso, figurativo y reflexivo ¿metafísico? Los títulos de los libros ya dan a entrever esta idea, desembocando en un nihilismo ante el espacio físico en que se sitúan y lo acaecido socialmente. Tal como lo señala Monserrat en la contraportada de su poemario:

Desde mi perspectiva, lo más valioso de su poesía se encuentra en esos dos primeros poemarios, exceptuando sus excelentes textos visionarios bajo el influjo del wachuma.

“En el año de 1991, fecha de tantas muertes y nacimientos, yo, la bien o mal llamada Monserrat, por todos conocida y deplorada, decidí escribir, para las humanidades venideras, unas líneas que no significasen nada en absoluto”.

Los noventas fueron una época de convulsiones sociales, incertidumbres, rupturas, desencantos, cinismos y escepticismos, enmarcada por la globalización e instauración del neoliberalismo. En lo que respecta a lo literario, Fernando Chueca tiene un interesante estudio titulado «Consagración de lo diverso. Una lectura de la poesía peruana de los noventa».

Cabe mencionar que, pese a que el panorama que plantea corresponde fundamentalmente a Lima, ayuda, de alguna manera, a direccionar el análisis de la poesía de David Novoa, ya que comparte algunos rasgos con otros poetas que emergieron en esa misma década.

Según Fernando Chueca, lo llamativo en los poetas que aparecen en los noventas es que no cumplen con la configuración de un lenguaje generacional ni con posturas homogéneas, encontrándose en las antípodas de un espíritu generacional. Además, les caracteriza la ausencia de todo sentido parricida y poseen poéticas, posturas creativas y discursos ideológicos heterogéneos.

Libro de David Novoa

Identifica varias líneas —espacios— entre los poetas de esa década. A Monserrat, la ubica en la revitalización de la tradición del poeta maldito —«malditismo urbano»—, homenajeando la dicción baudelariana de «Las flores del mal».

Pese a que Novoa también utiliza a la ciudad como un elemento deshumanizador y apocalíptico, además de confesar en distintas ocasiones un gran fervor por el poeta francés, considero que no entraría totalmente en este espacio, puesto que su sujeto lírico no tiene como objetivo principal luchar ante el caos citadino, sino que busca algo más inquietante: la trascendencia de su espíritu.

Esto lo profundiza en su siguiente poemario «Libro de la incertidumbre», ya que se sustenta en una preocupación gnoso- onto-existencial, según palabras de Jorge Chávez Peralta.

Si bien es cierto que «Itinerario del alado sin cielo» está compuesto formalmente por veinte poemas, da la sensación de que se tratase de uno solo, pues se utiliza un solo sujeto lírico que elabora, en todos los discursos poéticos, una radiografía metafísica de la ciudad con sus personajes resaltantes: locos, niños, ancianos, pordioseros que son ángeles, entre otros.

El primer poema sirve como preámbulo para conocer los diversos ejes temáticos que girarán en todo el libro:

>>   La contradicción: “Para que nadie me mire salgo a la calle /donde todos me ven”.

>> La ciudad como espacio trágico: “Veo rostros navegando entre otros rostros / miles apretados agolpados sobrepuestos indispuestos en / la vasta desbandada en que se deshace la ciudad”.

>>    Escepticismo: “Dudo si estoy solo y mi duda es soledad”.

>> La fragmentación del ser: “Y cada oscuro transeúnte que soy yo de mí mismo mil veces desprendido”.

Esta relación entre el poeta, la ciudad y sus habitantes ha sido analizada en diversas tradiciones literarias. Dionisio Cañas, en su libro «El poeta y la ciudad. Nueva York y los escritores hispanos», menciona lo siguiente:

“Dichas relaciones van desde el rechazo más absoluto de la urbe hasta su aceptación complacida; a condición de que, implícita o explícitamente, quede expresado el diálogo, o su negación, entre ciudad y sujeto poético”.

Leer más: Joe Guzmán: “Como psicoactivos, hay libros que alteran el sistema nervioso del lector”

En el caso del poemario de Novoa, el sujeto lírico entabla una crítica ante la figura de la ciudad y su modernización:

“Las calles me deparan sin piedad / el agónico trajín de un tiempo turbio/ claxons sucedieron a los gritos de las aves / usamos máscaras de carne y hueso y ojos amarillos”.

“Más querría saber de qué monstruo brotan cual tentáculos hileras de autos / las de gente por dentro uniformada multicolor por fuera / perros sucios que olisquean excitados la ciudad / cual las genitales de su hembra / racimos de geranios que se desbaratan polvorientos si al viento los levanto”.

“Orquestal ruido de motores repitiendo ecos en mi cabeza / un tacho de basura ha vomitado guirnaldas en una esquina / creo que estoy triste”.

Estos son algunos versos que evidencian el grado de corrosión y de desencanto que ocasiona la ciudad en el sujeto lírico.

Esto trae como consecuencias la degradación del hombre y la identificación con las demás personas que están condenados a sobrevivir en espacio físico —proyección hacia las multitudes—, ocasionando la evasión de uno mismo hasta alcanzar un discurso esquizofrénico y de lucha consigo mismo.

Joe Guzmán junto a David Novoa en una velada cultural. (Foto: César Clavijo)

La ciudad es representada como el cuerpo de un muerto. El sujeto lírico genera una oposición entre el caos de las urbes y la esperanza de una posible armonía interior que proviene de la relación con la naturaleza, ocasionando una simultaneidad de voces en el discurso poético.

“Hallo un árbol brindando sombra a los hombres que vegetan/
piedad por mí / por estas alas rotas / piedad por este vuelo a
ras del suelo”.

“Clavo mi mirada en una nube y lenta la desplazo / un rojo rayo brota de mi corazón / cruza la oscuridad de mi cuerpo y nutre los pies / con los que habré de cruzar desolado esta tarde”.

La naturaleza es un espacio de purificación y de saneamiento para el sujeto lírico; sin embargo, en esta confrontación discursiva, que revela el carácter polifacético de la vida y la complejidad de las vivencias humanas, hay un discurso que sobrepasa al otro.

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En este caso, el deterioro que produce la ciudad termina perturbando a la naturaleza, desembocando en la corrosión del ser:

“Un árbol escribe a otro cartas de polen / y en el viento las envía / bullicio en las calles / de repente en una / silencio / bullicio en mi cabeza / voces lejanas / cercanas / mías / ajenas
/ hostiles / dulces / horrendas”.

“Armado llevo el fantasma de una flor entre los dientes / amo el multicolor de la basura y el terrible laberinto de cloacas hundido a los pies de la ciudad”.

El sujeto lírico que confronta enloquecido a la ciudad, que se identifica con todos los hombres que deambulan cabizbajos —por bancos, catedrales, parques, cinemas, calles, cloacas— y que fracciona su raciocinio, alcanza a reconocer- producto de sus cavilaciones- que el rasgo apocalíptico de la ciudad le sirve como prueba para poder alcanzar la plenitud de su ser, además de que sabe que su espíritu ha sido erigido a partir del caos, y tiene que aprender a convivir con él:

“No estoy triste porque estoy hecho de relámpagos”.

El verso final demuestra que todo el recorrido que emprendió el sujeto lírico le ha otorgado sabiduría y fortaleza.

Utiliza las alas como símbolo de belleza, pureza, divinidad, fuerza, trascendencia y liberación, pues ha aprendido a convivir con las situaciones trágicas de la realidad.

“Mis ojos son dos alas si las cierro”.

«Itinerario de alado sin cielo» es uno de los poemarios más importantes que han aparecido en nuestra región en las últimas décadas. Plagado de imágenes que enriquecen una visión más profunda de la ciudad, otorga al lector un camino lleno de incertidumbres y certezas que todos necesitan recorrer para encontrarse a sí mismos.


Este texto del poeta Joe Guzmán apareció antes en la revista Discultura y en su libro Anfetaminas y otras dosis.