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Vendo luego existo: la ambulante que se convirtió en la abuelita de la UPAO

Cómo una mujer de 64 años con cuatro enfermedades mortales encontró su recompensa vendiendo dulces en Piura.

Escribe Johan Fiestas Chunga 

Hace diez años, doña Jesús Salvador Rocío empezó a vender en las calles lo poco que conseguía. Era una manera de estar en el mundo. La recompensa venía después. 

Con el apoyo de su único hermano inició repartiendo comida. Sus bolsillos terminaban pesados. Era una manera de estar en el mundo. La recompensa venía después. Ahora, con 64 años, sin hijos y sobrellevando cuatro enfermedades de riesgo mortal, vende dulces en las afueras de la Universidad Privada Antenor Orrego (UPAO) en Piura. 

Se ha convertido en la mejor abuela para los estudiantes y el personal de seguridad. Es una manera de estar en el mundo. La recompensa viene después. 

Según el libro El otro sendero, del economista Hernando de Soto, la historia del comercio informal es una historia entorpecida por la restrictiva legalidad del Estado hacia una determinada clase que representa la creatividad como sobrevivencia ante una burocracia que beneficia a los favorecidos. 

Por ello, buscan una salida mediante el trabajo al margen de la ley. No obstante, según el Instituto Nacional de Estadística e Informática (INEI), el comercio informal brinda la posibilidad laboral a 13,4 millones de ciudadanos. 

Pollo, diabetes

Son las ocho de la noche, Jesús cena pollo a la brasa en un restaurante de la avenida Grau. Está rodeada de sus buenos vecinos, quienes celebran el cumpleaños de una estimada moradora. Luego, regresa a su hogar. Quiere apresurarse, pero su edad no se lo permite. 

Al llegar, busca de inmediato un frasco de insulina para mantener controlada su diabetes. Esa sustancia es un cóctel estoico. Una tregua más. Por fin, la encuentra y se la inyecta. Recuerda que en su juventud aprendió este procedimiento por sí misma. 

Jesús alista las delgadas sábanas de su cama. Antes de dormir, se despide, como católica, de su hermano. Tiene una sonrisa pueril. 

Al llegar, busca de inmediato un frasco de insulina para mantener controlada su diabetes. Esa sustancia es un cóctel estoico. Una tregua más. Por fin, la encuentra y se la inyecta.

A las siete de la mañana, desayuna un cargado vaso de avena y dos huevos sancochados. Cuenta que los doctores le han indicado una estricta alimentación que tiene como principal norma: respetar las horas exactas de sus comidas.  

Pasadas las nueve de la mañana, llega a la UPAO. Es su manera de estar en el mundo. El conductor de la mototaxi la ayuda con sus dos grandes bolsas repletas de dulces. El clima se torna frío, pero a ella le brindan un cálido recibimiento. Los vigilantes de la casa de estudios la saludan y le dicen, con buen ánimo, “abuela”. 

Ese día, ella viste una camisa monocromática con detalles floreados, unos anchos pantalones rojos y zapatos color negro con un encaje militar. Una reina del marketing visual. 

Las horas siguen su caudal. Se acerca el tiempo de almorzar. Jesús atisba las miradas de los universitarios y los incentiva a probar sus productos. Algunos conversan con ella y se llevan un chupetín. Otros prefieren un paquete de galletas wafer, aunque los chifles son la especialidad de la casa.   

Minutos antes de la una de la tarde, Jesús alista su mercadería y camina hacia los restaurantes cercanos al campus. Las sombras se alargan. “Había tanto sol sobre las cabezas”, cantó Jorge Gonzales, vocalista de la emblemática banda Los prisioneros

El mandamiento de la cocina

Jesús entra a una casa pintada de amarillo y resguardada con unas fuertes rejas negras. El lugar solo posee una mesa y dos sillas de plástico para exclusivos comensales. Algunas ollas son de aluminio y el olor te hace añorar a los mejores potajes cocinados por tu madre. 

La encargada de preparar los manjares es doña María, quien saluda con alegría a Jesús. Se conocen porque María les lleva el almuerzo a algunos estudiantes de la UPAO. Mientras realiza este trabajo, siempre se encuentra con Jesús en la entrada de esta institución. Sellan su amistad con un gozoso abrazo. Un cariño prematuro, pero mutuo. 

Doña Jesús y doña María son amigas y cómplices. (Foto: Johan Fiestas Chunga). Diabetes. UPAO.
Doña Jesús y doña María son amigas y cómplices. (Foto: Johan Fiestas Chunga).

Y Jesús dijo: “Un mandamiento nuevo os doy: Que os améis unos a otros; como yo os he amado, que también os améis unos a otros. En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si tenéis amor los unos por los otros” (Juan 13:34-35). 

La partitura de la monotonía

Luego de lavarse las manos, Jesús regresa a la mesa y comienza a acordarse sobre sus primeros años trabajando en una tienda de abarrotes; la cual era propiedad de sus padres. En aquella época, era una muchacha de 16 años que recién estaba comprendiendo eso que llaman vender. 

Al poco tiempo, se hizo cargo del negocio y logró que sea rentable. Sin embargo, le aburría la rutina de atender, despachar y cobrar. “Siempre me ha gustado trabajar, pero independiente”, afirma con una voz enérgica y abre más los ojos. Por ello, decidió buscar nuevas alternativas en qué ocuparse. Nuevas formas de ser.  

Consiguió inscribirse en un taller de costura. Su papá confió en ella y le compró una máquina. Tenía talento, pero no quería dedicarse a confeccionar, arreglar y vender prendas de vestir, aunque más adelante fue uno de las primeros oficios que ejerció en los exteriores de los hospitales Universitario, Metropolitano y Cayetano Heredia. 

“Yo quería ser obstetra, porque me gustaban los niños”, narra con una mirada melancólica y una voz frágil. 

Apenas ha probado la carne y los plátanos fritos. 

Después de la muerte consecutiva de sus padres, su hermano mayor le pide, de modo encarecido, criar a su hija de siete años. 

Se hizo cargo del negocio y logró que sea rentable. Sin embargo, le aburría la rutina de atender, despachar y cobrar. “Siempre me ha gustado trabajar, pero independiente”, afirma con una voz enérgica y abre más los ojos. Por ello, decidió buscar nuevas alternativas en qué ocuparse. Nuevas formas de ser.

Jesús acepta y educa a su sobrina hasta que ella se compromete y establece una familia. Para ellos, no existe la figura de tía, pues la llaman “mamá” y “mamita” por el gran esfuerzo de guiarlos e instruirlos. No le importaba si recibía una compensación. El acto de interactuar con aquella niña era un signo de vida. 

Estas pequeñas historias le generan emoción a Jesús porque —a pesar de no tener hijos ni haber establecido nunca una relación sentimental— presencia la gratitud de quienes cuidó a través de visitas o incentivos económicos. 

Cuando empezó con la venta ambulatoria en la UPAO preparó bodoques (marcianos) de tamarindo, mango y maní. Pero no obtuvo una buena respuesta de la gente. Así que emprendió la venta de productos regionales y dulces populares, entre ellos, chifles, camote frito, chupetines, el chocolate Tuyo y la galleta wafer.

A partir del cuarto día, la demanda creció, se hizo conocida en la comunidad orreguiana y, por consecuencia, en redes sociales. 

Prioriza la UPAO porque tiene la oportunidad de tener un espacio, en el cual sentarse y reclinarse. A diferencia de otros lugares de Piura, donde se acostumbraba a estar, por largas horas, de pie. 

Ahora, está mezclando la menestra de papa con el plátano frito y el arroz. La carne todavía no es degustada. El humo se desprende y se convierte en un reptil que busca su hábitat en las cuevas nasales de Jesús. Ella no utiliza perfumes. Parece ser pintada por Oswaldo Reynoso cuando escribe: “Los cuerpos parece que tuvieran miel y las camisas se pegan, tibias” (Los inocentes, 1961). 

Una de las razones de su actividad constante es su impulso por mantener contacto con la realidad y no confinarse en su vivienda durante todo el día como mandato de la vejez. “Ya no me acostumbro en la casa. Me estreso”, sostiene con total seguridad. ¿Estar en el mundo? Su mundo. Su propósito.   

La mayor lección

Jesús dedicó su mayor tiempo a trabajar para sus padres. Las ganancias de sus pequeñas ventas se las entregaba a ellos. Los quería muchísimo. “A ser honrada”, puntualiza con elocuencia, refiriéndose a la primera enseñanza que recibió de sus papás. 

Desde niña ayudó en los quehaceres de la casa y bordando indumentaria para una señora dedicada a la costura. 

A pesar de laborar mucho tiempo, las reuniones familiares, como, por ejemplo: las Navidades eran fiestas. Bailes, festejos y alcohol formaban parte de un abanico de risas y recuerdos. Jesús cuenta que ha probado casi todas los licores, pese a que sus padres eran muy conservadores y no libaban. 

El consumo excesivo de bebidas alcohólicas puede dañar al tracto gastrointestinal, causa úlceras, gastritis y problemas en el intestino delgado y grueso. 

Tras la muerte de su madre a los 83 años debido a un ataque asmático, su padre quedó traumatizado. Se volvió un hombre silencioso y sin hambre. Lloraba casi todos los días. Tenía 92 años. Jesús le dio el soporte emocional y le dejó en claro que todo sucede por algo. Dejar de existir, también. 

Al siguiente año, falleció su papá de un paro cardíaco. Por lo tanto, ella y su hermano decidieron realizar con más fuerza lo que con pasión les habían dictado: trabajar y trabajar de modo honrado. Es la única manera de conseguir lo que amas.

Las cuatro estaciones 

“Tengo diabetes, tiroides, osteoporosis, gastritis”, revela mientras expulsa unas buenas carcajadas. Se ríe, pero también se nota que le duele. Su mirada quema. Pertenecer a su mundo es un desafío contra el mundo.  

Para Jesús no existen las estaciones del año. El clima en su cuerpo siempre es el mismo. Bordado de hojas fatigadas y nidos mudos. 

Hace 28 años, la diabetes empezó a carcomer algunas de sus funciones vitales. Se enteró de que tenía esta enfermedad porque le falló el sentido de la vista. 

El Ministerio de Salud (Minsa) brindaba campañas gratuitas en el hospital Cayetano Heredia para descartar la diabetes. 

Así que ella acudió en compañía de su hermano. Tenía 300 mg/dL. Un nivel superalto y peligroso de azúcar en la sangre. Casi acaba en coma. 

“Tengo diabetes, tiroides, osteoporosis, gastritis”, revela mientras expulsa unas buenas carcajadas. Se ríe, pero también se nota que le duele. Su mirada quema. Pertenecer a su mundo es un desafío contra el mundo.

“¿Usted tiene diabetes?”, le preguntó el personal de salud. “No, no”, respondió con confianza. “Sí, señora, trescientos”, sentenció la enfermera. Jesús gritó de la impotencia. No aceptaba su diagnóstico. 

La diabetes es una enfermedad crónica que afecta la capacidad del organismo para regular los niveles de azúcar en la sangre. El Centro Nacional de Epidemiología, Prevención y Control de Enfermedades (CDC) registró 9,586 casos de diabetes en enero, febrero y marzo del 2022. Así mismo, 435 casos pertenecen a mujeres entre 60 a 64 años. 

En condiciones normales, los niveles de azúcar en la sangre en ayunas (antes de comer) suelen estar entre 70 y 110 mg/dL. Un nivel de azúcar en la sangre de 300 mg/dL está muy por encima de los rangos normales y puede significar hiperglucemia.

Jesús solo escucha desde el oído izquierdo; el derecho está nulo. Personas con buena intención le han brindado auriculares, pero no puede utilizarlos porque no cumplen con los estándares de medida y revisión previa. 

El dinero que recauda de sus ventas no es suficiente para comprar estos dispositivos especiales. 

Amputación

Esta enfermedad la llevó a casi perder el dedo meñique de su pie derecho. Recapitula el día cuando sintió un severo dolor en dicha zona. Fue a su seguro médico y le señalaron que debían extirpar porque la infección estaba muy desarrollada. Ella buscaba otra salida, pero luego se conformó con la indicación del doctor. 

Su hermano decidió trasladarla a una clínica donde le reafirmaron lo dicho en el centro estatal de salud. Sin embargo, le ofrecieron la posibilidad de evitar el procedimiento de cortar. Y así fue. Continúo estando en el mundo. 

La diabetes puede causar heridas o lesiones en los pies o en otras extremidades. En casos graves, cuando la infección se extiende demasiado, los médicos pueden tomar la difícil decisión de amputar (quitar) ese sitio contaminado para evitar que la infección se propague y ocasione más deterioro.  

Para su recuperación le dieron un tratamiento que se basaba en nutrirse de comidas balanceadas, aplicarse la insulina en el horario asignado, descansar adecuadamente e ir a los chequeos semanales que el doctor exigía. 

Ha dejado de ir porque tiene un problema adicional: el riñón le genera una molestia desgarradora. No quiere someterse a diálisis. “Es una muerte lenta”, describe.

“Yo pesaba 80 kilos. Redonda”, rememora con voz ansiosa mientras acelera el ritmo de ingerir su almuerzo. Le ha gustado, pero no sabe si proseguir su relato o dejar el “plato pelado”. El sol y las moscas fabrican su verano pululando en la frente de Jesús.  

La Organización Mundial de la Salud (OMS) define a la tiroides como una glándula endocrina, en forma de mariposa, que produce hormonas que son fundamentales para el metabolismo y el crecimiento. Este órgano se localiza en la parte frontal del cuello. 

Este organismo mundial reportó, en mayo, 750 millones de ciudadanos que poseen alguna patología tiroidea. Además, se estima que el 60 % no tiene conocimiento de estas enfermedades.    

Con 79 kilos, Jesús debería pesar 60. Bajó a 75. Subió a 78. Comía 6 panes diarios. Era una montaña rusa. Pero tenía que lograrlo por dos razones: su altura (1 metro y 10 centímetros) era un factor que empeoraría más aún este trastorno y, por otra parte, originaría daños colaterales a su anterior enfermedad. 

La osteoporosis apareció de casualidad. Un día, mientras Jesús caminaba por la calle llevando sus dos bolsas de dulces, tropezó y cayó al suelo. Preocupada por el golpe, visitó a su médico para que determinara si había alguna fractura.

“Yo pesaba 80 kilos. Redonda”, rememora con voz ansiosa mientras acelera el ritmo de ingerir su almuerzo. Le ha gustado, pero no sabe si proseguir su relato o dejar el “plato pelado”. El sol y las moscas fabrican su verano pululando en la frente de Jesús. 

El jefe del Hospital Nacional Arzobispo Loayza (2023), Félix Romero, explica la osteoporosis de la siguiente manera: “Es una enfermedad del esqueleto definida como la pérdida de masa ósea que altera la arquitectura del sistema óseo, lo cual deja al paciente susceptible de fracturarse”. 

Según EsSalud (2022), la tasa de osteoporosis es de 30 % en mujeres mayores de 60 años.  

Durante la consulta, el doctor le hizo algunas preguntas sobre su estado de salud. Ella mencionó que en los últimos meses advirtió molestias en sus huesos y, que a veces, se sentía más débil de lo habitual. 

Después de realizar una densitometría, es decir, una prueba para medir la densidad ósea, el médico llegó a una conclusión: Jesús sufría de osteoporosis.

Hasta el momento, ella no toma ningún medicamento para recuperar la fuerza corporal. Es una manera de obviar nuestra decadencia, la cura vendrá luego. 

Mientras almuerza, el resplandor que molesta se esfuma. Unos segundos después, emerge una brisa. El aire está húmedo, frágil y falible como huesos envejecidos. 

Respecto a la gastritis, Jesús nunca sospechó. Sus dolores estomacales los atribuía a su vida agitada en el trabajo. Pero, una amiga le comentó que esa enfermedad se da en personas que tienen una mala alimentación, un consumo excesivo de alcohol o medicamentos. Jesús sabía que hablaba de ella. No tuvo que asistir a un nosocomio. Fue la última estacada en un invierno inolvidable. 

Los años pesan 

La Virgen del Perpetuo Socorro, Rosa Mística y la Virgen de Guadalupe. Tres santos a los que siempre implora en situaciones trágicas. Por la primera virgencita no le cortaron el dedo meñique del pie derecho. Todos los domingos acude a la misa. “Te sientes con alivio”, añadió dirigiendo su mirada hacia arriba. 

Jesús ha visto todas las películas protagonizadas por Bruce Lee. Es fanática de sus icónicas peleas y sus habilidades sobrehumanas. También, le encanta Jackie Chan por sus movimientos en pantalla grande y el mérito de no usar dobles de acción. Además, admira a Mario Moreno Cantinflas por su sentido del humor. 

Los psicólogos le han dicho que sufre depresión y ansiedad. Jesús se encuentra entre dos opciones. Seguir las medidas de esparcimiento dado por el especialista en salud mental o desistir de actividades que obliguen a un sobre esfuerzo físico, de acuerdo a los endocrinólogos que la atienden. 

Ella desobedeció la segunda indicación. Prefirió redescubrir su relación con la humanidad. Vender es una excusa. 

Jesús está cortando la carne. Ha desaparecido su cansancio. Es el único alimento que le queda en ese blanco plato. Muerde. Se demora. Muerde. Absorbe la salsa. Muerde. Busca la servilleta. Encuentra solo una. 

Doña María no le cobra. Le dice algo al oído, pero es inaudible. Jesús agradece el exquisito sabor de lo servido. Le manifiesta que quiere volver. Se despide. Abre la puerta. Está afuera. Se despide. Parece que ha disfrutado mucho este momento.

Jesús desea volver a su punto de venta. Quiere apresurarse, pero su edad no se lo permite. Mientras se acerca a la UPAO, va recordando lecciones escolares. Nombra a los incas del Tahuantinsuyo.

Catorce incas y catorce soles menos un grito. Eso es lo que necesita para retornar a su casa. La monotonía vuelve a través de inquietas mochilas en un otoño de rol fogoso. Jesús Salvador Rocío se hizo carne cuando Vallejo escribe: “El bien de ser, dolernos doblemente” (Los nueve  monstruos, 1939).  

UPAO: para decir adiós

Ha pasado casi dos meses desde aquel almuerzo, y doña Jesús no aparece por la UPAO. Uno no está donde el cuerpo, sino donde más lo extrañan, cincela un tal Arjona. 

“Ya no puede vender, abuela, son órdenes de arriba”, cuenta que le ordenaron los vigilantes de la casa de estudios. Les agradeció por el cuidado. Se marchó. Cuando estaba suficientemente lejos, lloró. Volvió a casa, pero no toleraba descansar en su reino de cuatro paredes. 

¿A dónde ir? O, mejor dicho, ¿dónde estar? La primera semana de agosto, doña Jesús estableció su mercadería afuera del Gobierno Regional de Piura, ubicado en la avenida San Ramón de la urbanización San Eduardo. 

Tras largas horas, empezó a sentir mareos. Se desvaneció. Los trabajadores del organismo estatal exigieron, con apuro, una ambulancia. La ayuda llegó de inmediato. 

En el hospital Santa Rosa lograron su recuperación. Se desmayó por el agotamiento. Antes de elegir esa oficina como punto de venta, ella erró durante varias semanas. Su sendero siempre ha sido un tornado de energía. Sin embargo, sus órganos empiezan a desafinar. 

Los psicólogos le han dicho que sufre depresión y ansiedad. Jesús se encuentra entre dos opciones. Seguir las medidas de esparcimiento dado por el especialista en salud mental o desistir de actividades que obliguen a un sobre esfuerzo físico, de acuerdo a los endocrinólogos que la atienden.

Ahora, guarda reposo en su vivienda, debido a que, esta semana, será intervenida para remediar las cataratas que han invadido sus ojos. Su Seguro Integral de Salud (SIS) será un respaldo incierto. 

Ella afirma que no volverá a comercializar en las calles. “Una más y ya no la cuento”, asevera con resignación. Lo que más apena a doña Jesús es abandonar su estadía de la auténtica realidad, es decir, ser operada de la vista significa dejar de socializar y dedicarse a responder preguntas sobre su estado físico y mental durante un tiempo indefinido. 

Doña Jesús extraña sus primeros días como ambulante, anhela las tertulias con sus padres y estima a los alumnos orreguianos. “Me permitieron vender y ganar con mis dulces. Por eso siempre estaré agradecida. Son como mi familia”, expresó. 

Que su recompensa, luego de estar en el mundo, sea una salud imbatible.  


Este contenido es parte del curso Introducción al Periodismo del programa de Ciencias de la Comunicación de la Universidad Privada Antenor Orrego.