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¿Se puede subir para abajo? Sí

Escribe Luis Quispe Palomino*

Asistamos a la siguiente escena. Una tarde nublada, la señora María dirige la mirada hacia la sala y observa cómo gotitas de lluvia, de pronto, comienzan a empañar su ventana. Enseguida, pega un grito al cielo: «¡Juniooor está lloviendooo! Apura, sube arriba y recoge la ropa». Sin reparar en el mensaje, Junior acata la orden rápidamente, intentando no volver con lamento.

Ya metidos en este escenario, antes de tipificar cualquier expresión como vicio del lenguaje, podemos darnos el lujo de suponer. ¿Cuántos pisos tiene la casa de María y su hijo (suponiendo que lo es)? Porque sabemos que tiene al menos uno, dado que la ropa podría estar tendida en el techo y no en un segundo piso necesariamente. 

Si en caso la casa tuviera más de dos pisos, es decir, al menos dos, ¿en qué piso María podría haber colgado la ropa (suponiendo que lo hizo ella)? Esta pregunta, pese a ser una incógnita, resulta esencial para el propósito del presente texto.

Enseguida, pega un grito al cielo: «¡Juniooor está lloviendooo! Apura, sube arriba y recoge la ropa». Sin reparar en el mensaje, Junior acata la orden rápidamente, intentando no volver con lamento.

Es probable que la redundancia sea el tema más solicitado por los alumnos al momento de estudiar los vicios de la comunicación escrita y oral. Su popularidad se debe a que es un vicio rutinario, casi vivencial: somos capaces de convivir con él sin incomodarnos por hacerlo.

 ¿Quién no ha dicho la expresión “hace varios años atrás”? Todos. Algunos inconscientes de ello y otros valiéndose del léxico estándar. Sin embargo, hoy toca preocuparnos por este desbarajuste y hacer una reflexión sobre su vigencia.

Redundar significa repetir. Si consultamos el DRAE, encontraremos un significado más concreto: “Repetición o uso excesivo de una palabra o concepto”. A veces, en compendios académicos o manuales de consulta, hallamos la redundancia como sinónimo de pleonasmo, lo cual considero que es incorrecto. 

Incluso, la RAE se ha manifestado al respecto: “El pleonasmo es el empleo en la oración de uno o más vocablos innecesarios (…) con los cuales se añade expresividad a lo dicho”. No hay mejor manera de decirlo. 

El criterio base es sencillo de explicar. La comunicación (oral y escrita) debe ser progresiva, es decir, cada palabra tiene que añadir un valor al mensaje; pues resulta contraproducente para el fin del mismo que, pudiendo decir “a, b, c”, digamos “a, b, c” y luego “A, B, C”. Esto último es la redundancia: repetir aquello que antes ya hemos dicho con similares palabras.

No sucede lo mismo con el pleonasmo. Si bien es una repetición de palabras, difiere de la primera en que es una figura retórica, sobre todo, usada en la literatura. No es su objetivo añadir nueva información a lo dicho, sino reproducir el efecto estético a través de la repetición. 

En el poema Elegía a Ramón Sijé de Miguel Hernández (1910-1942), se constata: “(…) Temprano levantó la muerte el vuelo/ temprano madrugó la madrugada/ temprano está rodando por el suelo”. Esa expresividad estética es el valor que el pleonasmo le añade al mensaje.

No obstante, la masiva demanda de hispanohablantes ha creado la redundancia expresiva, una especie de simbiosis entre la redundancia y el pleonasmo. Esta ofrece la expresividad del pleonasmo, pero ya no en el campo de la literatura, sino en el habla coloquial. 

“Guarda silencio” es una simple orden que indica no hacer bulla; en cambio, “cállate la boca” expresa el hartazgo, la impaciencia, una estricta orden con consecuencias negativas. 

Aun así, no debiera ser difícil identificar la simple redundancia de la expresiva. Pues no es lo mismo redundar con “funcionario público” o “clínica privada” en lugar de “Lo vi con mis propios ojos”, cuyo mensaje supone la flagrancia de un acto deshonroso. 

Subir para abajo

Ahora que nos hemos empapado del tema, retomo el caso inicial. Es cierto que es imposible saber en qué piso tendieron la ropa, pero sí conocemos el lugar: “arriba”. En la expresión “sube arriba” se denota el carácter extralingüístico del mensaje, puesto que nuestros personajes conocen previamente dónde queda “arriba”. 

Esto se debe a que siempre al verbo “subir” le seguirá la pregunta “¿adónde?”. Por eso, en vez de que María diga “sube al techo, al tercer o quinto piso”, le dice a Junior “sube arriba” (donde ya sabemos que está tendida la ropa).

Por otro lado, en 2019, a través de las redes sociales se viralizó un hecho bien particular. Twitter volvió tendencia la siguiente respuesta de la RAE: “Lo sentimos, pero su pregunta queda fuera de los límites establecidos para este servicio”. 

Sucede que un usuario astuto preguntó si el inquilino del piso tres, que observa al inquilino del piso uno subir al piso dos, es posible que piense que subió para abajo. 

¿Por qué la respuesta que ofreció la RAE no solo es precisa, sino, además, inteligente? La breve expresión “sube para abajo” tiene tres valores: movimiento (subir), lugar (abajo) y destino (para). 

En efecto, quien se mueve del piso uno al dos se encuentra ascendiendo, empero quien observa este desplazamiento (piso 3) notará que alguien está subiendo los pisos que quedan debajo de él. Aunque parezca risible, esto no es una falacia porque el destino es la dirección del movimiento al lugar. 

“Guarda silencio” es una simple orden que indica no hacer bulla; en cambio, “cállate la boca” expresa el hartazgo, la impaciencia, una estricta orden con consecuencias negativas. 

Si hablamos de dirección, hablamos de la perspectiva de quien realiza la acción como de quien la observa. Por eso, este caso fuera una contrariedad si se intentara subir y, al mismo tiempo, bajar. Sin embargo, no ocurre eso. 

Habiendo dicho esto, repliquemos el ejemplo que citan aquellos que intentan ridiculizar cómicamente nuestro habla. ¿Se puede subir para abajo? Por supuesto, como también se puede subir para arriba, salir para afuera o meterse para adentro, siempre y cuando los valores del mensaje y la intención del emisor no rebalsen la lógica para su comprensión.


*Luis Quispe Palomino (Barrios Altos, 1999). Estudia la carrera de Derecho en la Universidad Privada Antenor Orrego. Ha publicado artículos de opinión y divulgación en las revistas Los Contemporáneos (México) y Taquicardia (Trujillo). En 2020 inauguró el proyecto Disicultura, el cual se ha convertido en la primera editorial de textos de no-ficción, de forma autogestionada, de La Libertad. Actualmente, se desempeña como docente de Lenguaje y corrector de estilo. Reside en Laredo.