Escribe Luis Quispe Palomino*
Me despierto, estiro el brazo, cojo el celular e inicio mi día. “Las redes sociales son un buen campo de investigación en materia lingüística”, pienso luego de toparme con un muro de Facebook, revisar WhatsApp o vacilarme con memes.
Tenemos la licencia de escribir como queramos sin la necesidad de sentirnos mal por hacerlo ortográficamente incorrecto, puesto que, como he dicho antes, nadie está obligado a escribir bien en la mensajería instantánea, por la misma ligereza con que decimos los mensajes y la inmediatez que nos ofrecen estas plataformas.
Es sabido que el contexto otorga significado, coherencia y expresión a las palabras. Leer “Ola q paso?” y entender “Hola, ¿qué pasó?”, sin duda, no tiene precio. Asimismo, son muchos los que siguen esta tendencia de acortamiento de palabras o reemplazo de una consonante por otra. No obstante, lo que ellos no saben es que esta transgresión de las normas ortográficas del español se remonta varios siglos y hablar de su antigüedad es como mirar por el retrovisor el descubrimiento de América.
Tenemos la licencia de escribir como queramos sin la necesidad de sentirnos mal por hacerlo ortográficamente incorrecto, puesto que, como he dicho antes, nadie está obligado a escribir bien en la mensajería instantánea.
Si bien es cierto que el Renacimiento fue un proceso humanista de carácter artístico, político y social, según el lingüista José Martínez de Sousa, en materia de lengua, se vivió una época de desbarajuste y anarquía. Tal es el caso que, al no haber un sistema normativo oficial, cada texto se regía por reglas particulares. Por ello, la docta institución matritense, llamada RAE, se fundará aún en 1713, con el objetivo de dictaminar una serie de convenciones que le otorguen uniformidad a nuestra lengua.
Por ese periodo anárquico del español, un señor de nombre Antonio Martínez de Cala y Jarava, más tarde conocido como Antonio de Nebrija, publicó en 1492 su obra Gramática de la lengua castellana, donde se propuso, cual Cristóbal Colón, a descubrir las reglas gramaticales del español, reunirlas y redactarlas de una manera concisa, pero confiable. De esta manera, contribuyó a la unificación de la sociedad renacentista al otorgarle una lengua compartida a fin de forjar un espíritu nacional.
En dicho manual, el autor nos ofrece una ortografía fonética: como la pronunciación no se podía adecuar a inexistentes reglas de ortografía, Antonio de Nebrija adecuó la escritura a la pronunciación. De este modo, la repercusión de este principio rector ayudó a la difusión del español por toda la península Ibérica. Fue tanta su influencia que el lingüista Gonzalo Correas Íñigo continuó su legado con la publicación de Ortografía kastellana, nueva i perfeta en 1630.
Al inicio del libro, Correas retoma la idea central de la ortografía fonética: “Ke se á de eskrivir, komo se pronunzia, y pronunziar, komo se eskrive”, sentencia que puntualiza en dos temas importantes: a) la etimología pasaría a un segundo plano porque los étimos solo ofrecen valor histórico a las palabras; b) y cada sonido deberá ser representado por un signo, de modo que un signo no pueda reproducir más de un sonido. Como es de suponer, este último enunciado perdió relevancia conforme al avance del español.
Lo que Antonio de Nebrija y Gonzalo Correas hicieron por España, Domingo Faustino Sarmiento y Andrés Bello harán por Sudamérica con Memoria sobre ortografía americana y Gramática de la lengua española, respectivamente, ambas publicadas en octubre de 1843. Dos textos que proponen escribir como se habla para que la lengua se arraigue a la cultura de los pueblos. Al menos, así lo entendió el maestro Manuel González Prada al anhelar la creación de una literatura nacional que no sea un remedo de la europea; si no, recordemos el título de su monumental obra Pájinas libres (1894) y términos usados como “espresión”, “surjieron”, “multicoloras”, entre otros.
En la actualidad, más que por una ortografía fonética, las normas de tildación general se rigen por el principio de autenticidad, el cual difiere del primero en que este último no adecúa la escritura a la pronunciación ni viceversa, sino sugiere que escritura y habla se correspondan, respecto a la aplicación de reglas gramaticales ya establecidas. Por ejemplo, José debe llevar tilde porque es palabra aguda (terminada en vocal) y porque decimos José, no [Jóse].
Para finalizar, tengamos en consideración que, detrás de frases utilizadas en las redes sociales para buscar una risa, ridiculizar el mal habla o representar a sectores populares, hubo varios intentos por otorgarle a nuestro idioma la libertad de expresarnos con los signos que queramos.
*Luis Quispe Palomino (Barrios Altos, 1999). Estudia la carrera de Derecho en la Universidad Privada Antenor Orrego. Ha publicado artículos de opinión y divulgación en las revistas Los Contemporáneos (México) y Taquicardia (Trujillo). En 2020 inauguró el proyecto Disicultura, el cual se ha convertido en la primera editorial de textos de no-ficción, de forma autogestionada, de La Libertad. Actualmente, se desempeña como docente de Lenguaje y corrector de estilo. Reside en Laredo.