Escribe Luis Quispe Palomino
Cierto día, en la secundaria, conocí a un amigo de personalidad muy extraña. Era ese tipo de alumnos soñolientos que llegan tarde a clases pese a vivir a pocos metros del colegio. Lo recuerdo bien. Tenía melena castaña, tez clara y contextura grácil. Si acaso no me he olvidado de él es por la rareza de su nombre. Mi amigo se llamaba Víctor luna.
Como han podido darse cuenta, la rareza estaba en la minúscula de su apellido. Raro porque desde el colegio nos enseñan que los nombres propios de personas, animales u objetos se escriben con mayúscula inicial. Empero, por alguna razón desconocida, Víctor escribía así su apellido. Yo me percaté de eso la vez que ojeé sus cuadernos y agenda de control.
Al cabo de un tiempo, le quité atención. No sé si fue prejuicio (pensándolo bien sí lo fue), pero esa falta ortográfica lo asocié a su bajo rendimiento académico.
“Solo un alumno relajado podría equivocarse garrafalmente de esta forma”, pensé, mientras intentaba encontrarle una lógica a su apellido que lo exima de culpa. Hasta que un día decidí zanjar el asunto de una buena vez:
—Víctor, ¿sí sabes que “Luna” se escribe con L mayúscula?
—¿A qué “luna” te refieres? —me respondió con otra pregunta aún más interesante.
—¿Cómo que a qué “luna”? Por supuesto, hablo de tu apellido.
La siguiente verdad que me reveló me dejaría patidifuso por unos segundos:
—No me apellido Luna. Mi nombre es Víctor García. ¿Acaso no te percataste del apellido de mi padre cuando husmeabas en mi mochila? —me increpó—. Mi padre se llama Pedro García, no Pedro Luna.
Como han podido darse cuenta, la rareza estaba en la minúscula de su apellido. Raro porque desde el colegio nos enseñan que los nombres propios de personas, animales u objetos se escriben con mayúscula inicial.
En seguida, le justifiqué mi confusión. Le dije que, en la lista de la profesora, él figura como Víctor Luna; en sus cuadernos como Víctor luna; pero ahora me dice que se llama Víctor García. Cualquiera se puede confundir.
Luego me aclaró que la culpa no era de la profesora ni tampoco de un vicio en su documento de identidad o partida de nacimiento, sino que el “error” obedecía a una anécdota que aconteció a finales de diciembre, justo antes de las vacaciones. La historia detrás es asombrosa.
Víctor me contó que había sufrido acoso escolar debido a sus rasgos físicos y déficit de atención en clase. Tal es el punto que un grupo de compañeros lo apodó “Víctor Luna, el que para en la Luna”.
Frases como esa aparecieron en sus cuadernos, en la pizarra, incluso en los baños. Todos se reían. Hasta que un día se armó de valor y decidió enfrentarlos públicamente delante de sus compañeros.
Salió a la pizarra, que durante meses había servido de muro para la propaganda, y frente a todos dijo: “Hasta para hacer una broma hay que ser inteligente. Se creen vivos y no saben que “luna” se escribe con minúscula”. Ante el asombro del salón y de la profesora de Comunicación, continuó: “Como Luna puede ser apodo, apellido o el nombre de un satélite, está bien que vaya con inicial mayúscula; sin embargo, “luna” se escribe con inicial minúscula porque tiene un valor figurativo. O, como dice Ron Damón, en sentido figurado”.
Los agresores comenzaron a incitar a la profesora para que le señale su error y, de una vez, se siente; pero ella, muy sabia y cómplice de Víctor, lo dejó seguir: “Así que, para burlarse de un burro, por favor, revisar el mataburro (diccionario)”.
Toda el aula reventó de risa. Los agresores quedaron avergonzados, la profesora con una liviana sonrisa y Víctor felicitado por los más chancones de la clase.
Cuando el salón se calmó, la profesora abordó el tema. Explicó que este caso se le conoce como “minusculismo metafórico o derivado”, el cual consiste en colocarle minúscula inicial a palabras que han perdido el carácter de nombre propio mediante una metáfora o sentido literario.
Por eso, no es lo mismo decir “El Sol se encuentra en estado plasmático” que decir “Hace mucho sol”; dado que el primero se refiere a la estrella que nos proporciona energía, mientras que el segundo es una expresión coloquial que indica “exceso de calor”. De igual manera, sucede con la propaganda: “Estar en la luna” significa “estar despistado”, no haber viajado al espacio. Es fácil de entender, creo.
—Claro, claro, entiendo. Muy bonita historia, pero “Luna” de Víctor Luna es apodo; por ende, se debiera escribir con inicial mayúscula. Una cosa no tiene nada que ver con la otra.
—Sí que lo tiene, Guissepe. Desde entonces para perpetuar dicho momento y, de paso, asegurarme de que no me vuelvan a molestar (a mí ni a nadie), me hice conocido como Víctor luna para que, cada vez que oigan y lean mi apellido, consideren el dolor que se siente ser abusado por alguien que no tiene la razón.
*Luis Quispe Palomino (Barrios Altos, 1999). Estudia la carrera de Derecho en la Universidad Privada Antenor Orrego. Ha publicado artículos de opinión y divulgación en las revistas Los Contemporáneos (México) y Taquicardia (Trujillo). En 2020 inauguró el proyecto Disicultura, el cual se ha convertido en la primera editorial de textos de no-ficción, de forma autogestionada, de La Libertad. Actualmente, se desempeña como docente de Lenguaje y corrector de estilo. Reside en Laredo.