Escribe Iveth Xiomara Yamunaqué Gonzales
Esta es una historia de mera sincronicidad.
Los seres humanos experimentan la sincronicidad de la vida. Son esas experiencias que revelan un orden escondido de eventos que, aparentemente, son casuales; pero que, a veces, no tienen explicación.
La sincronicidad, según el doctor Carl Jung, es la coincidencia temporal de dos o más acontecimientos, no relacionados entre sí causalmente, cuyo contenido significativo es idéntico o semejante.
Esta es una historia de mera sincronicidad. El nacimiento de un niño, el 6 de julio de 1951, día en el que se honra a los maestros peruanos, marcaría un ejemplo de sincronía en su vida, ya que su futuro profesional estaba escrito desde el día uno de su existencia.
Bajo un sol inclemente opacado, cada diez minutos, por las nubes, el clima de Piura, era extraño, pero alegre. El patio del colegio Nuestra Señora del Perpetuo Socorro, ubicado en el asentamiento humano San Martín, retumbaba de algarabía.
El nacimiento de un niño, el 6 de julio de 1951, día en el que se honra a los maestros peruanos, marcaría un ejemplo de sincronía en su vida.
Se escuchaba el bullicio de exalumnos, algunos cánticos de antaño y una voz que anunciaba una premiación. La ovación se sentía tan viva y emocionada; sin embargo, los gritos no eran porque se anunció al ganador del campeonato de fútbol que se disputaba en ese momento; sino por la llegada de uno de los profesores más queridos de este plantel: Marco Antonio Rosas Rosas, el amigo de todos.
Un hombre de estatura y contextura promedio, con una cabellera mezclada de matices negros y grises, que deja a la vista los 42 años de experiencia como docente. Su rostro con pocas arrugas genera contraste con sus 72 años de edad que no aparenta. Siempre logra mostrar una mirada de amor y comprensión, parece que te lee cuando te ve y encuentra las mejores palabras que no dejan a nadie indiferente.
Marco siempre ha sido un ser humano recordable y un maestro dispuesto a realizar las mejores hazañas por sus estudiantes. Un docente que reconoce sus debilidades y las usa para prosperar.
Maestro desde la cuna
Desde tiempos inmemorables en la calle Junín de Piura, en una escuelita en casa, dirigida por su madre, Marco formaba parte de esta gran labor que ejercía la mujer que lo trajo al mundo. Además de ser costurera, llevaba la batuta del hogar. Su padre, solo, brindaba los recursos económicos, porque tenía otra familia.
Mientras que en 1955 el mundo perdía a Albert Einstein, un hombre de ciencia de fama mundial, en un pequeño colegio de barrio, entre las calles Sánchez Cerro y Grau del centro de Piura, un niño inocente, pero con futuro de profesor iniciaba sus primeros años de vida académica acompañado de su mentora Alejandrina Arévalo, quién le enseñó desde inicial hasta quinto de primaria.
La recuerda con mucha nostalgia, ya que fue la segunda mujer que le demostró que la vida de docente es una de las profesiones más admirables, debido a que son los responsables del futuro de la humanidad.
“Ella dirigía el colegio en su casa y a la vez desempeñaba su rol de ama de casa, cuando se ponía a lavar me decía: ‘Marco Rosas, ayúdame a corregir esas tareas de tus compañeros’. Esa fue otra razón por la que fui maestro”, evoca con una sonrisa radiante.
La labor de maestro
Cada 6 de julio se celebra y honra a todos los docentes peruanos, quienes dedican su vida a la enseñanza. Fue el 6 de julio de 1822 cuando José de San Martín fundó la Escuela Normal de Varones, dedicada a la formación de maestros, quienes tendrían la misión de combatir los altos índices de analfabetismo en el Perú que nacía como República. En ese entonces, más del 90% de los peruanos no sabía ni leer ni escribir.
Recién en 1953, el Gobierno del presidente Manuel A. Odría decidió que esta fecha pertenezca al calendario cívico escolar al oficializarla como el día para reconocer el esfuerzo de los educadores.
El Día del Maestro se ha convertido en una ocasión para destacar los progresos alcanzados en torno a esta profesión, según la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco).
Fue la segunda mujer que le demostró que la vida de docente es una de las profesiones más admirables, debido a que son los responsables del futuro de la humanidad.
La labor de docente va más allá de enseñar cursos de letras o números, incluso implica un papel más importante que solo estar en las aulas. Esta profesión busca inspirar a los estudiantes, enseñarles cómo ser mejores personas, profesionales; brindarles conocimiento para que trabajen e influyan en la sociedad peruana.
Para Marco Rosas, ser maestro implica una gran responsabilidad y destaca que es una tarea muy delicada, ya que para poder exigir algo, hay que predicar con el ejemplo.
“A mí me importa mucho la conducta de los jóvenes, también su autoestima, yo, particularmente, realzo el trato que tengo con el muchacho. Eso facilita la enseñanza, el aprendizaje y la disciplina “, manifiesta orgulloso, mientras trata de alzar la voz por el ruido de fondo.
Aristóteles fue un gran sabio que enseñó a sus discípulos a reflexionar y a responder siempre y cuando hayan pensado lo que iban a decir. Marco Rosas les enseñó a los suyos que el respeto siempre es primordial, así mismo, sabía escuchar sus inquietudes y lograba llegar a ellos mediante el cariño que les mostraba.
“Siempre le he tomado mayor importancia a la participación del alumno, que aprenda, que salga del aula con algo que aprendió. Les digo: ‘respeten a sus profesores, ustedes no se imaginan el cariño que ellos les tienen’”.
Rosas cuenta que, desde el día uno, cuando ingresaba al umbral del salón de clase, los estudiantes lo marcaron para toda la vida.
La enseñanza en evolución
Las metodologías de enseñanza están en constante evolución. Marco Antonio Rosas, es un maestro audaz que suele adaptarse a los cambios. Sin embargo, la etapa migratoria, en el 2014, del modelo tradicional de enseñanza a uno que emplea las Tecnologías de Informaciones y Comunicaciones (TICS), le resultó tedioso.
Como un hombre que sabe reconocer sus debilidades, resalta que no pudo llegar a dominar por completo el Excel, las descargas de archivos y cómo funcionaba un proyector multimedia.
“En aquel año hubo cambios, se trabajaba con las jornadas escolares completas y aulas especiales en el trabajo. Al comienzo, me costaba adaptarme a esa metodología y era agotador. Me empecé a involucrar con la tecnología, recibía capacitaciones los sábados, y el domingo hacía diplomado, el trabajo era extenuante”, recuerda Rosas.
Rosas vivió esta etapa de migración en el colegio rural de Canchaque, tierra del café orgánico y de hermosos paisajes. Fue profesor de historia y su método de enseñanza se basaba en recaudar información de libros, usar mapas y gráficos. Su enseñanza era tradicional: expositiva e interrogativa, fomentaba el diálogo y la participación de los estudiantes
Siempre recuerda las sonrisas de sus entusiastas alumnos, a quienes les gustaba trabajos que implicaran el uso de la memoria y los colaborativos.
“Los muchachos cuando me encuentran me dicen que se acuerdan mucho de las clases, me he reencontrado con alumnos después de 40 años. Algunos han logrado salir adelante y yo me siento muy orgulloso”.
Hijos ajenos
Según Aristóteles, aquellos que educan bien a los niños, merecen recibir más honores que sus propios padres, porque aquellos solo les dieron vida; estos el arte de vivir bien.
Mientras salía de su casa ubicada en la urbanización San José, en Piura, para luego dirigirse al colegio, en el que trabajó hasta hace unos meses, Rosas trataba de entender cómo algunos de sus colegas no les interesa la integridad ni la formación de los menores.
“¿Por qué me voy a estar amargando por hijos ajenos?”, “Si estudian, bien, si no estudian, pues, los jalo”, son algunas de las frases que el docente escuchaba a diario en las reuniones entre profesores. Para él, eran consideradas aberraciones que no tenían perdón.
“Siempre yo vi a mis alumnos como si fueran mis hijos, en cada uno de ellos veo reflejado a mis hijos, por eso la preocupación y la dedicación hacia ellos”.
El docente siempre se fijaba en los detalles. El estudiante para él era lo más importante, se preocupaba por cómo llegaban vestidos, desde la camisa, corrección de postura, uniforme en general.
Se considera un escultor de sus estudiantes, a quiénes formó, es por ello que cree que existe similitud entre el trato que le brinda a los alumnos y con el de sus hijos.
“Hay que asumir la responsabilidad que nos da la sociedad en la formación de estos chicos, me siento satisfecho porque ningún alumno me ha dicho: ‘yo soy mal elemento porque tú no supiste formarme’, más bien es todo lo contrario”.
Rol de maestro y padre
Paralelo a su vida de docente, Marco Antonio, asumía el rol como padre de familia. Tiene tres hijas y un hijo, quiénes son el mayor orgullo que la vida le ha podido otorgar.
Por su condición de maestro, en ciertas ocasiones, ha descuidado a su familia, lo cual le trajo como consecuencia la pérdida de momentos importantes.
“La mayor parte del tiempo la pasé en las aulas. Nunca pude estar en la actuación del colegio de mis hijas y no niego que han reclamado parte de mi ausencia”, comenta con cierto sinsabor.
“¿Por qué me voy a estar amargando por hijos ajenos?”, “Si estudian, bien, si no estudian, pues, los jalo”, son algunas de las frases que el docente escuchaba a diario en las reuniones entre profesores.
No se arrepiente de ser maestro, al contrario, trata de llevarlo a la par de su rol como jefe de familia; sin embargo, no todo se pinta de colores.
“Una vez, cuando mi hija era pequeña, estaba fumando delante de ella, me pidió que deje de fumar, aventé al cigarrillo al piso y le dije: ‘será la última vez que me verán fumar’, comenta un poco triste al recordar esa anécdota que lo hizo reflexionar para mejor. Por estos días, su hija cumplirá 18 años.
“Yo soy cariñoso con mis hijas y con mis alumnos, como jubilado que soy, ahora comparto más tiempo con mi familia, he tratado de darle el buen ejemplo”, manifiesta el educador, con una voz más suave y nostálgica.
“Antes que profesor, yo he sido amigo”
Marco Antonio es un ser con rigor, pero que irradia alegría, las vibras que transmite son de superación pura. Un profesor que cumplió rol de delegado cuando se le necesitaba o estar siempre dispuesto para acompañar a sus estudiantes a cualquier evento escolar, fuera de las instalaciones del plantel. No era profesor de arte ni de educación física; sin embargo, podía suplir las funciones de sus colegas.
Es por ello que, ante los ojos de sus estudiantes, cumple el rol de ser un ángel que los guio por el sendero correcto.
“Antes que profesor, yo he sido amigo. He trabajado con muchachos que estaban en pandillas, una palabra de aliento les sirvió y ahora algunos son ingenieros. Cuando me encuentro con ellos, recuerdan mucho los consejos que les daba”.
La amabilidad la lleva en la sangre. Cuando empezó su labor como profesor, Marco Antonio, lograba encandilar a sus estudiantes desde el primer día de clases. El protocolo de saludo para estar más cerca de ellos consistía en esperarlos en la puerta del salón, darles la mano por orden de llegada y finalmente un abrazo, el cual es un símbolo significativo de Rosas para demostrar que pueden confiar en él.
“Yo soy una persona muy cariñosa, cuando yo me veo con un exalumno yo no le doy la mano, eso es una manera muy fría de saludar a alguien, yo les doy un abrazo, un abrazo de verdad, a veces nos hace falta recibir un abrazo de otra persona, a veces los chicos no reciben afecto en casa, pero lo reciben de su profesor”.
Al maestro con cariño
Marcos Yamunaque Panta es uno de sus exalumnos, ambos con personalidades muy peculiares. Sin embargo, están unidos por el deporte. Yamunaque lo recuerda como uno de sus mejores profesores, siempre los trató con disciplina y rigor, pero nunca faltaban esas charlas sobre la vida, las frases que les resultaban precisas para encontrar el significado a esa etapa tan cambiante que es la adolescencia. Marcos con 52 años, aún demuestra la gran admiración por su docente.
“Mi profesor Rosas es uno de los mejores. Siempre estuvo ahí para nosotros, nos acompañaba en todo momento. El fútbol nos unió más, cuando fuimos campeones escolares departamentales estuvo animándonos, fueron buenos tiempos”, manifiesta Marcos con los ojos brillosos, tal vez por los recuerdos o las lágrimas que no quieren salir.
El maestro es el corazón del sistema educativo y el Perú cada 6 de julio honra su ardua labor. A todos ellos que han dejado huella en sus estudiantes, a los que regañaron y a los que premiaron, a los que exoneraron de un examen. Gracias. Por ellos hoy se forman las nuevas generaciones y grandes personas.
Esta no fue una historia de mera sincronicidad.
No es casualidad el cariño y respeto hacia Marco Rosas Rosas. El aprecio es la consecuencia de las buenas acciones. De sus buenas acciones. ¡Feliz día del amigo de todos!