-No crean que soy sabido. Entre y vea que estoy durmiendo en los adobes.
Desiderio Horna Villanueva tiene más de 77 años, viste solo un short naranja, del color que usan los obreros de construcción. Entre este anciano y los periodistas de BuenaPepa, a quienes le piden que entren a su vivienda, hay metros de barro.
Desiderio, un hombre flaco, migrante y solitario, quiere mostrar su desdicha, no para buscar alivio ni catarsis ni con el objetivo de exteriozar su desamparo; sino, porque quiere ayuda. Necesita ayuda.
Entonces, toma su lampa y empieza a limpiar el camino. A pesar de su edad y la fragilidad de su cuerpo, sus movimientos son nítidos. En cada lampazo habla. No se le entiende las palabras que pronuncia, pero sí la intención: se queja de su desdicha.
Su vivienda está ubicada en el 1635 de la calle 16 de Agosto en Florencia de Mora, una de las zonas más impactadas por las lluvias del 10 de marzo. El agua y el barro convirtieron las calles en lagunas y destrozaron todo a su alrededor. “Probrecitos mis vecinos”, lamenta Desiderio mirando el panorama lúgubre de su barrio. A unas casas, Justo Arteaga perdió la vida.
Ha logrado limpiar lo suficiente para traspasar el lodo. Su vivienda recibe a quienes cruzan la puerta con un bombazo de humedad. El piso de tierra y los adobes de las paredes aún guardan agua.
-Yo no soy sabido, verifique, señor, cómo está la casa.
El agua que ingresó y carcomió su vivienda es un recuerdo que entra por la nariz; pero también, por los ojos. Su casa está destruida.
-Tenía palomitas y patitos. Todo ha matado el agua.
Desiderio vive solo en esta vivienda, ubicada en una esquina. Su esposa falleció hace algunos años en Chile, a donde fue a visitar a uno de sus tres hijos de sangre. “Tengo tres hijos, un criadito y un entenadito. En total somos cinco”, enumera.
También, cuenta que luego de la inundación no comió dos días, hasta que alguien le trajo un caldito. “Ahora, un cuñado me ha traído un desayunito, pero no he podido comer porque estoy sacando el barro”, confiesa, al tiempo que se seca el sudor de la frente.
Desiderio, natural de Usquil, enseña lo que fue su casa. Luego ingresa a una pieza, que usaba como cuarto. Aquí es, señor, dice y muestra una pila de adobes. Aquí estoy durmiendo, señor, no crea que soy un sabido.
Luego, pide un colchón. Es urgente, señor. Un colchoncito. Y si hay por allí, víveres, también, pero un colchón es urgente.
Damnificados y útiles escolares
Al frente de Desiderio, Yolanda Luján Aguirre (68) intenta abrir una puerta que el agua ha endurecido. Es el ingreso de la casa que alquilaba y que la lluvia obligó a abandonar.
Ha vuelto a buscar algunas cosas, entre ellas la lista de útiles de su nieta, quien está a su lado y con quien vive desde su tercer día de nacida. “Su mamá se fue al cielo y su papá brilla por su ausencia”, dice la abuela.
Yolanda dirige, lo que los estudios sociales, llaman hogares con salto generacional, los cuales se configuran que cuando, ante la ausencia de los padres, los abuelos u otros familiares se encarguen del cuidado de los niños.
Un artículo de la Revista Internacional de Sociología y Política Social considera que los “niños que crecen en hogares con salto generacional, tienen más problemas emocionales y de comportamiento, menos años de escolarización y más problemas de aprendizaje”.
Yolanda Luján lucha contra esas estimaciones. Su principal preocupación es la educación de su nieta. El sábado 11, un día después de la inundación, lloraba desconsolada porque todos los útiles escolares que había comprado para enviar a la niña al primero grado de primaria estaban arruinados.
Ahora, más de una semana después, sigue lamentando esa pérdida. “Mire, están todo mazamorra”. Muestra los cuadernos de pasta azul y su voz se quiebra. “Esta es mi principal preocupación ahora. Buscar la lista y ver la forma de conseguir los útiles”, dice con valentía.
Ha vuelto a buscar algunas cosas, entre ellas la lista de útiles de su nieta, quien está a su lado y con quien vive desde su tercer día de nacida. “Su mamá se fue al cielo y su papá brilla por su ausencia”, dice la abuela.
Luego mira su casa, a la que no puede volver porque la humedad es veneno para su nieta que sufre de los bronquios. “También, necesitamos colchones, señor”. En medio de la sala, un catre resiste la humedad. Por estos días, duerme en otro lado. Le han prestado un espacio. Espera que su vivienda seque para regresar.
Yolanda lleva una gorra naranja de partido de Keiko Fujimori. “Así viven millones de peruanos. Son los que dan votos pero no son prójimos”, escribió César Hildebrandt.
Luego, implora.
-No se olviden de nosotros. Sabemos que no somos los únicos afectados, pero lleven ayuda a todos un poquito. No crean que esto ya pasó, dice como víctima que es.