José Luis Rodas: carpitero, delantero y cuidador de nietos
Es curioso pensar en la amabilidad de los extraños y juzgar por la superficialidad que vemos en la calle después de que se disipa la bruma matutina. Entre las bancas de madera del complejo Mansiche, emerge José Luis Rodas, un maestro carpintero con 65 años en este mundo.
Mira hacia los toboganes por debajo de su gorra mientras entrelaza sus dedos al son de una risa. Su figura frágil, pero erguida se mezcla con la calidez del entorno.
Su cabello plateado escapa por el costado de sus orejas. Sus ojos derivan, desde la nostalgia, hasta la chispa de la vida que aún palpita en su interior.
Mira hacia los toboganes por debajo de su gorra mientras entrelaza sus dedos al son de una risa. Su figura frágil, pero erguida se mezcla con la calidez del entorno.
El maestro Rodas, como solían decirle en su juventud, lleva consigo la marca de los años en sus manos, hábiles herramientas que han esculpido no solo madera, sino también los contornos de su historia familiar.
De pronto la pregunta inevitable: ¿usted, a qué se dedica?
De inmediato, la respuesta, una mezcla de felicidad y resignación: “A los nietos”.
Manos y trabajo
Sin embargo, hace algunos años, tallaba y construía vidas con madera. Dirige su mirada hacia sus manos y alza sus dedos. Algunas cicatrices y algunas llagas.
José Luis describe los días en que creaban robustos muebles de madera maciza hasta la elaboración de camarotes que pronto se inmiscuyen en la calidez de un hogar.
Cada proyecto lleva consigo el eco de nombres y rostros de aquellos para quienes trabajó, una red de relaciones, más que de trabajo, de amistad, que se tejieron a lo largo de los años.
Con un suspiro de negación, expresa: “Ya no es como antes”. Sus manos, que alguna vez dieron forma a la madera, ahora encuentran menos demanda en un mundo impulsado por materiales sintéticos y baratos.
Aunque sus habilidades son atemporales, siente la pérdida de la conexión íntima con la madera natural y la artesanía que marcó su juventud. Quizás, solo a veces, la evolución puede arrebatar la esencia.
Madera de futbolista
Al hablar de su oficio es inevitable no recordar su juventud. José señala a la derecha, el Estadio Mansiche. Frunce el ceño con una sonrisa evocadora, y recuerda los días en que defendía los colores de equipos locales como Atlas, Sport Inca y Sport Trujillo.
El césped del estadio se convirtió en el lienzo donde sus habilidades deportivas destacaron como delantero, tejidas con la camaradería y la competitividad que solo el fútbol puede ofrecer.
La destreza en el campo y en el taller de madera son dos expresiones complementarias de la misma pasión por la vida.
José es un hombre afable, romántico. Habla rápido como si quisiera cambiar de tema lo antes posible; pero tiene mucho que contar.
Su amor por la familia es palpable, y su fuerza reside en la manera invisible que une los recuerdos.
Sus relatos revelan un torrente de experiencias y emociones. Resulta algo irónico recordar con tanto cariño una vida llena de pérdidas. “Llegas un día y no los encuentras”, dice y suspira, refiriéndose a la triste realidad de que todos sus amigos han partido antes que él.
Su voz, ahora impregnada de un tono más suave, recuerda a su esposa. El anciano baja la cabeza y el sol le da directo en la nuca. Poco a poco revela la profundidad de su conexión con la que fue su único amor desde los 15 años.
Sus manos se entrelazan en su regazo, rememora cómo compartieron el camino del trabajo, la familia y la vida, desde los primeros encuentros hasta la bendición de criar juntos a cinco hijos.
En 1988, su esposa sucumbió contra el cáncer de hígado. “A mi último hijo lo dejó de 5 añitos”, confiesa, con la prisa de siempre; sin embargo, esta vez oculta una voz que se quiebra ligeramente.
La vida ha esculpido en él las huellas de la pérdida, pero su determinación para encontrar belleza en cada día persiste. “A veces la vida es así”, finaliza el tema con resignación.
A pesar de las sombras que han cruzado su camino, José Luis encuentra consuelo y alegría en la compañía de su nieto Max. Ama pasar todo el día con él, siendo una fuente de amor incondicional.
Lamentablemente, la tragedia tocó también la vida de Max, quien perdió a su madre cuando apenas tenía 8 meses. José Luis suspira, compartiendo cómo ella se fue al abandono y murió de pena. En medio de estas historias desgarradoras, el lazo entre José Luis y Max brilla como un faro de esperanza en un mar de recuerdos difíciles.
Max se aleja rumbo a los toboganes y José Luis lo sigue hacia donde el sol alcanza su plenitud. La conversación se da por finalizada y nos despedimos agitando las manos.
Una mezcla de melancolía y esperanza se refleja en sus ojos. A su lado, Max, representa el renacimiento en el ciclo de la vida. Es difícil recordarlo todo a la vez, pero con una reverencia a la vida se hace más sencillo. (Escribe Amy Dios).
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El amor sabe a esencia de vainilla
El amor parece ser más complicado que la vida de comerciante para Kassandra Gutiérrez Vásquez. Su mayor compañero es el aroma a vainilla que emana de la fuente de queques, perfectamente empaquetados, para quienes estén dispuestos a pagar tres soles.
Con el cabello lacio, negro y brilloso moviéndose con el viento, camina todos los días por el Complejo Mansiche para vender los pequeños manjares, arrebatando miradas que expresan confusión, lástima o deseo.
Kassandra dice no prestar atención a los enunciados de un hombre, incluso, si pretende pagarle de más, o con algo más. Porque cuando llega la noche, lo importante es vender, afirma. No puede darse el lujo de detenerse ante el ofrecimiento de un taxista o el piropo atrevido de un borracho.
El inatajable amor
Sin embargo, la realidad es que detrás de su mirada de ojos achinados, se esconde un inocente anhelo: conocer el amor verdadero.
A pesar de no creer en la astrología, se identifica, sobre manera, con las características de su signo zodiacal: leo.
Con el cabello lacio, negro y brilloso moviéndose con el viento, camina todos los días por el Complejo Mansiche para vender los pequeños manjares, arrebatando miradas que expresan confusión, lástima o deseo
Sensible, impulsiva e intensamente emocional son atributos que la han llevado a elegir a los hombres equivocados, según cuenta.
“Me da mucho miedo que hoy en día no se sabe qué quieren los hombres, algunos solo piensan en sexo. Entonces, cuando conozco a alguien, pienso ¿querrá algo serio?”, se pregunta la joven de 22 años invadida por las dudas e inseguridades.
Detallista, buen oyente y aventurero, son algunas de las cualidades que Kassandra ambiciona por encontrar en un chico. Que sepa entender, que tenga metas, que dedique canciones.
Hizo un pequeño énfasis en que acepte un ‘no’ por respuesta, de paso.
Mientras dibujaba con palabras la personalidad de su pareja ideal, observando las hojas de un árbol, suspiró: “Normalmente me encuentro con chicos que no tienen planes o gastan la plata en vicios. Tengo mala suerte para eso”.
Todo parece indicar que Kassandra es solo un alma romántica que busca ser amada con la misma intensidad con la que planea amar.
“Yo me pongo mucho en el lugar de las personas. No juzgo porque sé que todos tienen un pasado, y no puedo cambiar a alguien solo porque algo no me parece. No está bien pedirle cambios a gente que no es capaz de cambiar”.
Ellos son
La desdicha de su rostro se hizo presente mientras pronunciaba su pasado. Asegura que recuerda cada detalle de sus malas experiencias.
Del chico alto y apuesto que solo se sostenía por su actitud, porque la billetera no le pesaba, o del chatoque la llevó a la piscina en aquel verano de 2021, y que luego provocó que se ahogase en lágrimas.
Todo parece indicar que Kassandra es solo un alma romántica que busca ser amada con la misma intensidad con la que planea amar.
“Para mí lo más importante es pasar tiempo con esa persona, ya sea en un parque o saliendo a comer; yo solo quiero la compañía. Hay gente que no sabe lo que quiere”. Kassandra envolvió sus manos con el mantel que cubre la fuente de queques para continuar: “Creo que ahora lo mejor es esperar para no arrepentirme después”.
Fija la vista en el pavimento del Complejo Mansiche y acompaña la brisa que recorre los árboles. Kassandra abre su corazón como no lo había hecho nunca. Recuerda con rencor el pasado y añora firmemente el futuro, uno en el que algo —o alguien— le devuelva la fe en el amor. (Escribe: Vania Lalopú Rodríguez).
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Un hombre, un número y el destino
Nació un día trece. Dejó su ciudad natal cuando tenía trece años. Estuvo a punto de morir un trece. “Y el trece se celebra el día del Señor Cautivo de Ayabaca”, apuntala Danny Espinoza, sujetando la cinta que rodea su cuello, la cual es un referente de su fe.
Es impresionante la casualidad de los números en nuestra vida. La numerología es como un mapa que guía nuestro viaje. Los números nos acompañan desde que nacemos y explican el pasado y futuro.
Nadie imagina que la fecha de tu nacimiento, se repita en el accidente más severo de tu vida y en la festividad religiosa que te ayudó a retomar el camino.
Tal como encontrarse en compañía de la luna y observar un sendero de estrellas, los números, también, están posicionados para diseñar una ruta. Nos sorprenden con obstáculos o logros, marcando hitos importantes con el tiempo.
¿Mala suerte?
El trece esconde un significado controversial. Se encuentra en el punto medio de lo bueno y lo malo. Se dice que supone sucesos negativos, es cierto. Sin embargo, también, lleva consigo el inicio de un nuevo ciclo y la oportunidad de un crecimiento personal frente a las adversidades.
Danny lo entendió un trece de junio. Un domingo por la mañana en la carretera que lleva a Chicama (Ascope). El sol quemaba más que de costumbre y debía entregar unos papeles de su trabajo. Alcohol, ciento veinte kilómetros en motocicleta, dos horas de descanso y una pelea con su expareja: una pésima combinación.
El recuerdo de lo sucedido vuelve a él en forma de pesadillas. No puede olvidar los últimos 10 segundos antes de salir volando de su vehículo. Un auto interceptó a la camioneta que conducía delante de él. En un abrir y cerrar de ojos, impactó en la parte trasera y perdió el conocimiento al instante.
“Me levanté y estaba en la ambulancia, me volví a desmayar y desperté ya en el hospital”, comentó Danny.
Los médicos afirmaron que el accidente era una muerte segura para él. Se mantuvo en rehabilitación un año. Sin embargo, los ligamentos de su pierna y brazo izquierdo no han logrado mejorar por completo.
Su fe incrementó a partir de ese día, cuando estuvo a punto de morir. Encontraron todas sus pertenencias menos un llavero del Señor Cautivo de Ayabaca.
“Mi madre me lo dio desde muy chiquillo. Me acompañó en peleas, balaceras y todo tipo de problemas”, mencionó Danny, con una sonrisa discreta.
No puede olvidar los últimos 10 segundos antes de salir volando de su vehículo. Un auto interceptó a la camioneta que conducía delante de él. En un abrir y cerrar de ojos, impactó en la parte trasera y perdió el conocimiento al instante.
En la creencia de su madre, la pérdida del objeto significaba la despedida de su ángel guardián. “’Te cuidó por tantos años, pero esta vez intervino para que te quedes’, decía mi viejita”, recordó.
Sentir que te brindan otra oportunidad, te obliga a recapacitar sobre el rumbo de vida. Te cuestiona, si estás aprovechando tu tiempo y potencial. Tomar conciencia de tus errores y aciertos. Y te cuestiona, ¿quieres seguir en el mismo camino o tomar una nueva dirección?
Dios es mi juez
Danny no sabe que su nombre, diminutivo de Daniel, significa “Dios es mi juez”. Tampoco sabe que se asocia con una persona valiente o audaz. Nació un 13 de julio de 1987, en Talara, Piura.
Parece, como si desde niño mantuviera presente aquel deseo por el riesgo. Como si la adrenalina y el peligro hubieran sido necesarios para ponerlo a prueba y buscar aventuras. Alguien que necesita estar siempre en movimiento para no abrumarse con lo rutinario.
Viajó a Lima con tan solo trece años, en busca de un ambiente distinto al de su hogar. Fue por esa mentalidad que, sin darse cuenta, llega a introducirse en los barrios peligrosos. Las zonas periféricas le parecieron un lugar nuevo e interesante por explorar.
“Yo soy de barrio, allá la gente usaba como excusa el hacer ejercicio para reunirse a fumar”, afirmó Danny. Comenzó a practicar la calistenia como una forma de entrenamiento para mantenerse fuerte.
Hablamos de una fortaleza física, pues en lo emocional, Danny no se encontraba bien. Se sumergió en el mundo de las drogas y la criminalidad.
Las relaciones amicales de ese entonces lo condujeron a un rumbo perjudicial. “Desde marihuana, cocaína, pasta y otras sustancias”, enumeró, mientras giraba el anillo de su dedo índice.
El vicio y la violencia fueron las armas con las que buscó defenderse en un mundo donde se sentía solo y amenazado. La constante sensación de que su vida se arruinaba no se separaba de él.
“Sentir que Dios te abandona, que tú mismo te estás abandonando, es algo que no le deseo a nadie”, sostuvo Danny, agachando la cabeza.
Parece, como si desde niño mantuviera presente aquel deseo por el riesgo. Como si la adrenalina y el peligro hubieran sido necesarios para ponerlo a prueba y buscar aventuras.
Las adicciones y los conflictos le generaron una falsa seguridad y una ilusión fugaz, pero solo era eso.
Se mantenía en constantes altibajos. Fugó del país para evitar ser asesinado por bandas rivales.
Su madre, hermanos y un amor del pasado fueron los pilares en los que se apoyó para salir de ese hoyo. Pero nada hubiera dado frutos sin la disposición del mismo Danny Espinoza. “Para dejar la droga no necesitas un centro, es querer”, afirmó.
Ser otro
Cuando se separó del barrió y se propuso a mejorar su vida por completo, sintió el verdadero cambio. Empezar a madurar, a crecer. Notar los resultados y estar seguro de no querer perder la estabilidad que ya lograste alcanzar.
Así es como Danny decide retomar la calistenia y conservar el hábito en su día a día. No como un deporte, sino como una forma de mantenerse activo y aliviar la frustración.
La calistenia es una disciplina que busca entrenar con el peso corporal. Es como una danza que se ejecuta con el propio cuerpo. Sentir la fuerza en tus extremidades y la capacidad de confiar en ti para mantenerte sujeto a las barras.
Las drogas eran como una cadena que lo ataba a un mundo oscuro y sin salida. “Siempre el barrio me recibía con los brazos abiertos para que consuma”, mencionó Danny. El accidente fue más un golpe de realidad que lo hizo despertar y valorar la vida.
Mansiche, la casa
No desea competir o ascender en este deporte. Solo quiere ser alguien capaz de mantener equilibrio y armonía con sus seres queridos. En la actualidad, asiste al Complejo Deportivo Mansiche los lunes, miércoles y viernes para realizar su entrenamiento.
Un viernes, pero no trece, está recostado sobre dos barras paralelas de color negro. El calor del sol está incrementando y el viento levanta el polvo de la cancha.
Hay chicos realizando zancadas. Hay niños sentados en las bancas. Hay adolescentes practicando basquetbol. Hay señoras dentro de un elenco de danza.
Ahí se encuentra Danny Espinoza, cerca de los columpios y toboganes. Un hombre con tatuajes en ambos brazos: figuras, nombres y frases en latín. Con una cicatriz en la pantorrilla izquierda y con la mirada dirigida a un punto fijo del suelo. Un hombre que transmite aspereza y rigidez a simple vista, pero que emite confianza y alegría cuando lo conoces.
“Hoy por hoy, soy el hombre más pacífico de la tierra”, reveló sin titubear. Ha vivido en guerra con él mismo, con sus demonios y con la gente durante años. Ahora evita cualquier inconveniente, donde sea que vaya y por más mínimo que sea.
Las caídas que ha experimentado en su pasado fueron necesarias para que aprendiera de los errores, se fortaleciera como persona y viera la luz del camino que quería seguir.
Omnia causa flunt significa “Todo sucede por una razón” en latín. Los tropiezos no fueron fracasos, sino lecciones que le ayudaron a crecer y mejorar. Toda persona puede salir adelante, siempre y cuando se lo proponga. (Escribe Fátima Milla Ravines).
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Un pequeño basquetbolista
Son más de las nueve de la mañana y varias de losas del Complejo Mansiche están ocupadas por jóvenes con tatuajes y pircings; muchachos con gorras y capuchas para protegerse de los rayos de sol. Algunos juegan vóley y otros, fútbol, siempre fútbol.
En una de esas canchas, ocurría algo interesante. En ella, no solo había muchachos de piernas y brazos largos lanzando canastas; sino, también, un hombre menudo, pero de una extensa experiencia practicando uno de los deportes más jugados y menos apoyados en el Perú.
Entre tanto grandulón, el hombrecito, de melena blanca, lucía la camiseta de los Miami Heat, a pesar de ser aficionado de los Chicago Bulls. Qué importa la ropa, cuando al final eres fiel al deporte de tus sueños.
En ella, no solo había muchachos de piernas y brazos largos lanzando canastas; sino, también, un hombre menudo, pero de una extensa experiencia practicando uno de los deportes más jugados y menos apoyados en el Perú.
¿El fútbol? “Es llamado el deporte rey, pero lo que hacen los basquetbolistas en el aire jamás se podrá comparar con el fútbol”, destaca el hombrecito.
Un hombre que vuela
Al rebote, colgadas, taponeadas y muchos otros saltos que los jugadores de más de dos metros ejecutan en el aire, son maniobras con las que Ómar siempre soñó, pero que, una lesión en las rodillas y su pequeña estatura, jamás se lo permitirán.
No está hecho para volar ni para ejecutar lo más fantasioso del básquetbol, pero con lo que tiene le basta y le sobra a fin de destacar en los partidos que disputa en el complejo deportivo trujillano.
Muggsy Bogues, con solo 1.60 metros de estatura, logró jugar 14 temporadas en la NBA. Se convirtió en el jugador más bajo de toda la historia de la liga estadounidense.
Pero, la talla no era un impedimento para que Ómar deje de practicar su pasión. El prejuicio de no ser alto nunca pudo contra las ganas y entusiasmo de querer lanzar el anaranjado y que caiga dentro del aro.
Crimen y castigo
No llegó a ser profesional, aquello que le hubiera encantado, no por su talla, sino por la falta de apoyo en el país. Pero no solo hacia él, sino hacia toda una multitud que desahoga sus problemas tras el rebote de una pelota con agarre.
Ese agarre y sostén que cada jugador busca en la tribuna, y que no quiere que nadie lo suelte ni deje de apoyar.
“El Perú está castigado de jugar básquetbol”, apunta.
La Federación Internacional de Baloncesto (FIBA), en el 2018, sancionó a la Federación Deportiva Peruana de Básquet (FDPB) y la dejó fuera de los Panamericanos de Lima 2019.
“Es una decepción que, habiendo tanto potencial, el único deporte que pague sea el fútbol”, lamenta.
La talla no era un impedimento para que Ómar deje de practicar su pasión. El prejuicio de no ser alto nunca pudo contra las ganas y entusiasmo de querer lanzar el anaranjado y que caiga dentro del aro
Que se puede hacer, si las luces y miradas solo van hacia la disciplina de los goles. Qué les queda a los demás, a los deportistas y aficionados que sufren por una actividad que no sale adelante por tanto desinterés.
¿Apoyo?, apoyo necesita cada soñador de zapatillas de caña alta que busca una chance para ser visto, una oportunidad de que la tribuna grite de emoción por un lanzamiento de 3 puntos.
Unos centativos de atención
La decepción y frustración de Ómar se siente como si el armador hubiera dado un mal pase; como si el pívot no hubiera taponeado ese balón que pasaba por sus narices; o como si el alero no hubiera dado su mejor carrera y entrado en un doble ritmo para hacer la canasta; peor aún, si tu mejor triplero no haya lanzado con toda la fe y pasión del mundo para voltear el partido y ganar.
No se puede, por eso, cuando se hable de la blanquirroja, solo pensar en el deporte rey. El fútbol es el tóxico de una relación de años, aquel enamorado que no te suelta, pero que tampoco te permite que seas feliz por siempre. El balompié es como cada madre sobreprotectora que no deja que su hijo conozca lo bonito de la vida.
El fútbol tiene la hinchada más grande del mundo. Pero el fútbol jamás te va a permitir volar como Michel Jordan o Ja Morant. Jamás hará que la hinchada grite de sorpresa y emoción por un tiro de tres, que solo Stephen Curry puede ejecutar.
Ómar supo desde un principio que el fútbol no le daría la felicidad que encuentra en el básquet; pero reconoce lo grande que es y seguirá siendo. “Es lamentable, pero así se juega”, señala.
Así esté destinado a nunca ser reconocido, él seguirá jugando el deporte de sus sueños en una pequeña cancha de losa, y correrá lo más que pueda antes de que se cumplan los ocho segundos luego de cruzar la línea, porque, sino, perderá. (Escribe: Dayana Nikol Cabanillas Sevillano).
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Amado Ruiz Díaz: el guardián
El guardián del Complejo Mansiche está enrejado y come lo que sobró de la torta de su cumpleaños que fue hace tres días. Siempre es plancetero ver a alguien saborear un dulce.
La caseta donde descansa, en los momentos que puede, no tiene vidrios, sino una malla de metal, que deja ver su figura. Es la figura de un hombre con historia.
Amado Ruiz Díaz viste un pantalón crema, una casaca azul oscuro que resguarda su ser, zapatos negros, viejos y marcados por la rutina, y una gorra con el logo de la Municipalidad Provincial de Trujillo, como símbolo de su compromiso con ella.
En la entrada del complejo, Amado espera el inicio de su jornada laboral. Su eterno compañero —el polideportivo más antiguo de Trujillo—, se despliega frente de él. Su misión: velar por la seguridad y el orden de todo el parque.
El lugar fue o puede seguir siendo un oasis para los sueños infantiles, con áreas que susurran historias, juegos recreativos que se pintan con la risa de los niños, canchas deportivas que son testigos de la pasión de diversos jóvenes y adultos, y asientos que acogen las vivencias de las familias.
Larga experiencia
“Todo comenzó 40 años atrás”, dice Amado, refiriéndose a su vínculo laboral con la Municipalidad Provincial de Trujillo. Un andar multifacético que lo llevó por caminos de la limpieza, seguridad y logística.
Desde entonces, ha sido un pilar de compromiso y dedicación, escribiendo su propia historia en cada rincón donde ha trabajado, con el fervor de quien sabe que su labor es un legado.
Pero la vida de Amado no empezó en Trujillo. En su infancia, en la ciudad de Cascas, la lucha fue dura. La escasez económica resonaba en su hogar, donde una casa de esteras no le ofrecía el reposo necesario, y una cama era un lujo desconocido para él y sus seis hermanos: dormían todos juntos sobre mantas y cartones.
La caseta donde descansa, en los momentos que puede, no tiene vidrios, sino una malla de metal, que deja ver su figura. Es la figura de un hombre con historia.
Desde pequeño, Amado Ruiz Díaz y su familia enfrentaron tiempos difíciles. Ellos, trabajaban arduamente y pedían limosna para llevar algo de comida a la mesa. Pero, por sobre todo, sus padres le enseñaron valores sólidos: la honestidad y el rechazo a lo ilegal.
Sin embargo, la enfermedad y la falta de recursos llevaron a la muerte de su madre cuando él tenía apenas 11 años.
Una vida en la costa
A los 18 años, su hermano mayor lo trajo a Trujillo en busca de mejores oportunidades. Fue a los 30 años cuando consiguió trabajo en la municipalidad como personal de limpieza en almacenes.
Amado superó las dificultades que la vida le presentó y logró estabilidad, tanto económica como emocional.
A los 35 años, conoció a su esposa, con quien formó una familia con tres hijos. A pesar de no tener mucho, siempre se esfuerza por brindarles lo mejor posible.
“No me sobra, pero tampoco me falta, y si algo me sobra trato de ayudar a alguien que lo necesita porque me siento en la necesidad de hacerlo, ya que yo sé lo que es sufrir eso”, dice.
Su fe en Dios se fortaleció cuando pidió sanación por una enfermedad y, desde entonces, ha sido un devoto fiel, asistiendo regularmente a una iglesia evangélica y elevando sus plegarias por su familia y por aquellos que sufren necesidades.
Así, entre la melancolía de los recuerdos y el ímpetu por un futuro mejor, Amado Ruiz Díaz se levanta día a día como un faro de perseverancia, un guardián de la esencia humana, cuyas experiencias y anhelos se entrelazan en el tejido de un relato que despierta la admiración y la empatía de quienes cruzan su camino. (Escribe: Eduardo Yair Ulco Ferrer).
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El maestro que baila con el alma
En una soleada mañana de viernes, en el Complejo Mansiche, un hombre largo y de cabello oscuro baila junto con un grupo de personas. Se trata del profesor Cristian Villena.
Se mueve con gracia, destreza y captura la atención de todos a su alrededor. Hay que verlo para confirmar que el baile es un arte. Hay que conocerlo para revalidar que el arte es una pasión y una forma de vida.
Desde muy joven se sintió atraído por la marinera y se unió a diversos grupos de danzas. Fue a través de estas experiencias que su amor por el movimiento y la cultura floreció. Decidió dedicarse a enseñar este arte en varias instituciones. Así se convirtió en un maestro apasionado y comprometido.
Para Cristian, el significado de bailar es sinónimo de libertad y expresión. “Moverse al ritmo de la música es tener la libertad de expresar lo que siento, de comunicarme con los demás a través del movimiento y de transmitir la belleza de la cultura peruana”, afirma con certeza.
De todas las piezas posibles, queda tal vez una convicción inamovible: la importancia de la humildad. Reconoció que, en este mundo, a veces se enfrenta a situaciones de envidia y rivalidad entre diferentes grupos.
Sin embargo, sostiene que la humildad es fundamental para su propio crecimiento, como para compartir, que danzar no se trata solo de exhibirse, sino de transmitir emociones y cultura.
Convertirse en instructor conlleva sus propios desafíos. Esta industria está en constante evolución, por lo que es crucial estar abierto al aprendizaje continuo y buscar oportunidades de capacitación y perfeccionamiento.
Yo comunicador
Ser un buen profesor de danza implica tener habilidades de comunicación efectivas y ser capaz de motivar y guiar a los estudiantes.
Cada alumno es único y tiene diferentes necesidades y metas, por lo que es significativo adaptarse a cada individuo y brindarles el apoyo necesario para que puedan alcanzar su máximo potencial.
El consejo que Cristian Villena ofrece a aquellos que desean cultivar el baile, es mantener la pasión en todo momento.
El arte de bailar es un lenguaje universal que puede transmitir emociones y conectar a las personas. Es importante recordar que el objetivo principal es inspirar a los estudiantes y ayudarles a descubrir su propio potencial.
El movimiento rítmico no solo es una forma de expresión artística, sino también una actividad física beneficiosa para la salud. Bailar también tiene un impacto positivo en el bienestar emocional y mental.
‘‘En un mundo donde las drogas representan una amenaza para la salud y la sociedad, la danza puede ser una alternativa saludable y positiva’’.
Al involucrarse en ella, las personas encuentran un escape óptimo para sus emociones y energías. Asimismo, promueve un estilo de vida activo y positivo.
La pasión por la danza, su compromiso como maestro y su deseo de transmitir cultura a través del movimiento resultan inspiradores.
Su historia se convierte en un testimonio vivo del poder transformador, capaz de unir a las personas en un lenguaje común que va más allá de las palabras. (Por Paula Iparraguirre).
Estas entrevistas se realizaron como parte del curso Taller de Redacción Periodística del programa de Ciencias de la Comunicación de la Universidad Privada Antenor Orrego.