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Glotofobia y redes sociales

Todos compartimos un código de lengua que nos permite comunicarnos con aquellos que utilicen dicho código. Para los hispanohablantes, esa valiosa herramienta es el idioma español. No obstante, no siempre lo hacemos de la misma forma.

Existen variedades lingüísticas (culto, estándar, popular) en el registro de cada persona que dependen de factores como el contexto social, la procedencia geográfica, aspectos fonológicos, etc.

En otras palabras, un trujillano no hablará igual que un piurano, ayacuchano o arequipeño.

Lo anterior señalado es importante para entender que en el Perú no existe un único español, tal como sostuvo Phillip Butters en su programa.

Por el contrario, nuestro idioma es un conjunto de realidades y ello nos enriquece culturalmente como país. De ahí que cualquier acto que contrarie esta premisa devendrá en una práctica glotofobica.

La glotofobia es uno de los diferentes tipos de discriminación lingüística que se da por la supuesta mala pronunciación de las personas.

Glotofobia

Una definición más precisa es el rechazo a toda variedad lingüística alejada de la lengua estándar, la cual es tomada como lengua modelo. Hablar de glotofobia es hablar de los problemas que acarrea el lenguaje estándar.

Quiero continuar estas líneas observando una lastimera situación ocurrida no en Perú, sino en el país vecino de Chile. Si preguntara a cada lector del presente texto quién es Elizabeth Ogaz, estoy seguro de que nadie me ofrecería alguna respuesta.

En cambio, si escucharan mencionar la expresión “vístima”, de inmediato sus memorias evocarían algún jocoso recuerdo.

Hace unos años se viralizó un fragmento de entrevista en donde se le preguntó a una vendedora de flores qué opinaba sobre un escándalo de infidelidad.

La señora contestó que la esposa se hacía la “vístima”. En instantes, decenas de memes inundaron las redes sociales y los internautas fueron muy crueles con ella.

Para una segunda entrevista, Elizabeth declaró que el incidente ocurrió por un problema con su dentadura postiza, la cual no le permitía pronunciar legiblemente varias palabras. Fue demasiado tarde.

Por otro lado, un caso similar de glotofobia, más peruano, sucedió cuando la ex primera dama Lilia Paredes dijo “festejación” en lugar de “festejo”. Los insultos y las mofas tampoco demoraron en llegar.

¿Está  mal decir “festejación”? Por supuesto que no porque es una construcción válida. Sin embargo, el término “festejo” ha adquirido, digamos, mayor aceptación por el uso. Y, como sabemos, la costumbre es fuente de derecho.

La práctica glotofóbica supone un desconocimiento total por el idioma español y la estigmatización de los sistemas de corrección. Me explico. En el primer caso, pese a que la señora tuvo una dificultad en la dentadura, respondió bien. No hay nada que reprocharle.

En el segundo caso, la palabra empleada por la ex primera dama no atenta contra ninguna norma o institución. Lastimosamente, al menos por esta parte del continente, aún subsiste la creencia equivocada de que el verdadero español es el capitalino o citadino. Y cualquier otra expresión debiera asemejarse a ellos. Craso error.

El problema del lenguaje estándar radica en presuponer que el idioma correcto es aquel que está sujeto a las normas ortotipográficas del español, su sintaxis y morfología, las cuales resultan irrelevantes para la comunicación en el plano oral (no escrito).

En ese sentido, repito, el registro de cada persona depende de factores como el contexto social, la procedencia geográfica, aspectos fonológicos y la velocidad con que se dice el mensaje.

Por lo tanto, se pueden extraer tres ideas finales a partir de nuestra reflexión: el idioma español es un conjunto de realidades lingüísticas; la lengua estándar no es un idioma modelo; y la glotofobia promueve todo menos una comunicación más eficaz.

Luis Quispe Palomino
Luis Quispe Palomino
Luis Quispe Palomino (Barrios Altos, 1999). Estudia la carrera de Derecho en la Universidad Privada Antenor Orrego. Ha publicado artículos de opinión y divulgación en las revistas Los Contemporáneos (México) y Taquicardia (Trujillo). En 2020 inauguró el proyecto Disicultura, el cual se ha convertido en la primera editorial de textos de no-ficción, de forma autogestionada, de La Libertad. Actualmente, se desempeña como docente de Lenguaje y corrector de estilo. Reside en Laredo.