El aire aquí no tiene alma. Todo apesta.
Que se llame El Milagro el botadero más crítico del Perú y uno de los más peligrosos de Latinoamericana es un capricho, propio de lo surrealista que suelen ser las ciudades de Latinoamérica. “Deberíamos serlo y no termina de sucedernos: somos nuestro fracaso de nosotros”, escribió Martín Caparrós en su libro Ñamérica.
Milagro es una palabra latina que deriva del verbo mirari, el cual significa “contemplar con admiración, con asombro o con estupefacción”.
Asombro y estupor se sufren cuando se camina por este estercolero, el cual dispone de la basura a cielo abierto, práctica, que es un acto criminal contra la salud de las personas y el ambiente.
También provoca pasmo, porque este vertedero es un muerto viviente. Hace siete años acabó su vida útil, por lo tanto, debió ser cerrado; pero continúa recibiendo los desechos de una ciudad de más de un millón de habitantes.
Asombro y estupor se sufren cuando se camina por este estercolero, el cual dispone de la basura a cielo abierto, práctica, que es un acto criminal contra la salud de las personas y el ambiente.
El ambiente no cumple con los criterios fijados por los Estándares de Calidad Ambiental para Aire (Decreto Supremo N.° 003-2017-Ministerio del Ambiente), debido a la quema de los residuos, una práctica letal para el planeta y, en especial, para las personas que trabajan aquí, y para quienes viven y estudian cerca, como los más de 600 niños del colegio Toni Real Vinces.
El botadero El Milagro es una versión reducida de la cara más fea del Perú. Es un espacio sin ley. Un lunes por la mañana, el empleado municipal encargado de la puerta deja entrar a todos, menos a periodistas.
Como si el lugar fuera una prisión, un sujeto desdentado se ofrece a ser el guía y brindar seguridad a cambio de unos billetes. Parece el Dante —ese personaje de la Divina comedia— que conoce los infiernos y a los demonios que pululan la zona. Uno de ellos, le invita una bolsa de palitos de queso, que, sabe Dios, si recogió de la basura.
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En el botadero hay quienes maldicen todo y a todos y, también, quienes encuentran regocijo. Tal es el caso de una mujer que come un marciano (helado de fruta), con la lozanía de quien está en la playa.
Al frente de ella, una niña dispara una sonrisa tenue porque acaba de hacer negocios. Se llama Deysy, tiene 13 años, y no va a la escuela: es una de las 124 533 estudiantes que dejaron de ir al colegio en el 2021, de acuerdo a cifras del Ministerio de Educación.
En el botadero hay quienes maldicen todo y a todos y, también, quienes encuentran regocijo. Tal es el caso de una mujer que come un marciano (helado de fruta), con la lozanía de quien está en la playa.
Cuenta que su papá los abandonó, su mamá enfermó y ella debió buscar trabajo donde sea.
Donde sea es uno de los lugares más peligrosos del Perú por su nivel de contaminación, al que llega caminando en sandalias y cargando una caja multicolor que conserva fríos a los marcianos.
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Cuando el hombre dejó de caminar (nómade) y domesticó las plantas, apareció el problema de la basura. En las civilizaciones más antiguas, los desechos se acumulaban en las viviendas o en los caminos. Cuando los olores llegaban a niveles insoportables, la gente cubría los trastos con tierra o barro.
En la Edad Media, las personas arrojaban, desde las ventanas de sus casas, la basura y excremento a las calles sin pavimentar. Muchos animales se alimentaban de estos desperdicios, por lo que era muy común la proliferación de enfermedades.
La Revolución Industrial agigantó el problema de la gestión de los residuos, debido a las grandes concentraciones de personas en las ciudades y al aumento del consumo de productos. Aparecieron los primeros basureros, pero sin control.
En los inicios del siglo XX, la sociedad notó que la basura representaba un grave riesgo para la salud, por ello tomó en serio su tratamiento. Se contrataron a personas a fin de que mantengan limpias las calles.
La basura acumulada se desechaba en basureros de campo abierto; o, también, se vertían en ríos, mares o se usaba para rellenar barrancos o se quemaba en fosas al aire libre.
Luego de la Segunda Guerra Mundial se implementaron rellenos sanitarios más sofisticados que tratan a los desperdicios de manera más eficiente a favor de la salud pública. En la actualidad, las personas son más conscientes del papel que deben cumplir en el control de desechos. Sin embargo, hermanos, hay muchísimo por hacer.
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El aire aquí huela a desgracia. Todo lo mata.
El humo carcome las fosas nasales y nubla la vista. El oído no está afectado, por ello es fácil escuchar la amenaza de una mujer a un grupo de curiosos. “Salgan de acá o les tiramos caca”, intimida con la misma repugnancia con la que se trata a la basura.
Se viven tiempo crispados en el lugar donde van a parar, al día, 870 toneladas de residuos sólidos que produce Trujillo, una provincia del norte del Perú, fundada por los españoles en homenaje a Francisco Pizarro, quien crio chanchos —esos animales que comen desperdicios—antes de conquistar el imperio de los incas.
La amenaza de que cerrarán el botadero se huele y se ve. Desde 2016, cuando acabó su vida útil, solo se han escuchado intentos por solucionar esta crisis medioambiental.
El último de ellos es la decisión del Organismo de Evaluación y Fiscalización Ambiental (OEFA), que, en febrero del 2023, ordenó su cierre definitivo.
Han pasado unos diez meses y sigue funcionando como siempre o peor. En abril, la OEFA precisó que el botadero solo estaría abierto hasta mediados de julio del 2023.
La amenaza de que cerrarán el botadero se huele y se ve. Desde 2016, cuando acabó su vida útil, solo se han escuchado intentos por solucionar esta crisis medioambiental.
Entonces, perderían su trabajo unas 1800 personas, quienes se dedican a segregar, de manera informal, los desechos, apartar papel, cartones, plásticos, metal, alimentos y todo lo que sea de valor a fin de venderlo.
“Este es el año más triste para el reciclador, porque los precios del plástico y de la lata han bajado muchísimo”, lamenta Maruja Ávalos Morales, una mujer de 48 años, con 6 hijos, y quien debe pagar, todos los meses, 1700 soles al banco por dos préstamos.
El primero, para comprar una motofurgón (herramienta de trabajo) y el segundo para unos asuntos personales que no quiere contar.
Sin embargo, a pocos días de culminar el 2023, nada ha cambiado y la vida continúa tal cual en el sumidero. “El Perú es una promesa incumplida”, escribió Jorge Basadre, historiador que más conocido al país.
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La informalidad es temeraria. Por ello, es común ver a decenas de varones, mujeres y hasta niños manipular objetos o materiales altamente contaminantes sin las mínimas medidas de bioseguridad.
Una mujer sin guantes, por ejemplo, se esfuerza por romper una bolsa de plástico blanca. La ley establece que los residuos aprovechables (papel, cartón, vidrio plástico) se almacenen en bolsas verdes; los no aprovechables (papel higiénico, pañales), negras; los orgánicos (restos de alimentos), marrones y peligrosos (pilas, medicina, luminarias), rojas. Nadie cumple esa norma.
La mujer hace fuerza por varios segundos y fracasa. Cuando parece que va a usar sus dientes como navajas, el fardo cede y de su interior caen mascarillas usadas —esas que se popularizaron durante la covid-19—, jeringas y un envoltorio que parece ser de un pañal de adulto.
Pero hay más gente enojada, como la mujer que amenaza con disparar proyectiles de excremento. Cerca, una anciana maldice, arrastrando los dientes, a los curiosos que llegan con cámaras fotográficas.
Sin embargo, a su lado, una de sus colegas, ajena a todo el conato de más violencia, tararea una canción, mientras sus manos buscan valor en la mugre.
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“El aire es un suspiro de la tierra”.
El botadero El Milagro opera a pocos metros de la única cárcel de Trujillo. Con la penitenciaria comparten el mismo nombre y la condición de hacinados. La población (más de 5000) de la prisión ha triplicado su capacidad (1500) para el que fue construido.
El botadero empezó a funcionar en 1989, cuando al Perú lo gobernaba Alan García Pérez. En la actualidad ocupa una extensión de 58 hectáreas, ubicada al frente del cerro Campana, una enigmática montaña que era centro de adoración de los antiguos peruanos.
Cuando se inauguró, según un reporte del diario El Comercio, en Trujillo vivía unos 500 000 habitantes y cada uno producía 600 gramos de residuos al día.
Hoy, la capital de La Libertad supera el millón de vecinos y cada persona genera casi un kilo de basura por 24 horas. El Banco Mundial estimó que para el 2025, un peruano producirá 1.4 kilos de desperdicios al día.
“Si el principal síntoma de prosperidad es el consumo, el segundo es la producción de basura. Entre mejor va nuestra economía, más compramos. Y entre más compramos, más contaminamos”, aclara un informe de la revista Etiqueta Verde.
El botadero empezó a funcionar en 1989, cuando al Perú lo gobernaba Alan García Pérez. En la actualidad ocupa una extensión de 58 hectáreas, ubicada al frente del cerro Campana, una enigmática montaña que era centro de adoración de los antiguos peruanos.
La basura habla. Un estudio del Banco Mundial, detalla que los países más industrializados llenan sus basureros de plástico, vidrio y metal, mientras que los menos favorecidos producen desechos orgánicos a gran escala.
Así le va al Perú: “El 58.75 % son residuos orgánicos, el 18.60 % residuos reciclables, el 14.28 % residuos no reaprovechables, y el 8.37 % son residuos peligrosos”, afirma Percy Grandez Barrón, abogado especialista en Derecho Ambiental.
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Al botadero El Milagro lo administraba la Municipalidad Provincial de Trujillo. Sin embargo, en febrero del 2023, cedió al Ministerio de Ambiente la competencia para que esta institución asuma la dirección de los proyectos de inversión vinculados a que la capital de la tercera ciudad más importante del Perú cuente con un relleno sanitario, al menos, digno.
Es decir, un espacio para la segregación de desperdicios, instalación de planta de reciclaje y compostaje, compra de compactadoras y educación ambiental.
En marzo del 2023, el Ministerio de Economía anunció la transferencia de más de 57 millones de soles para el financiamiento del relleno sanitario de Trujillo, el cual se ubicará en el sector El Alto, —lejos de El Milagro— cerca del peaje de Chicama, en un área de 67 hectáreas.
Se busca así, acabar con una fuente contaminante severa y peligrosa. La falta de un relleno apropiado trae graves consecuencias para la salud de los vecinos y el medioambiente. Los residuos orgánicos se descomponen y emiten gases tóxicos, como el metano, que contribuye al calentamiento global y a la contaminación del aire.
El actual botadero de Trujillo es uno de los 1585 espacios ilegales para acumular basura que existen en el Perú y que se caracterizan por la quema de residuos, práctica que lo ubica en la lista de los lugares más peligrosos del continente.
La Organización Mundial de Salud (OMS) señala que la contaminación del aire es responsable de siete millones de muertes prematuras por año y estima que una de cada cuatro enfermedades en el mundo está relacionada con factores ambientales.
La basura es cosa seria y un ejemplo que vivimos en una aldea hiperconectada. Lo que se bota en Trujillo, también, afecta al otro lado del charco. “La basura es un problema global que requiere soluciones locales”, escribió Shekhar Kapur .
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Según estimaciones de la ONU, 4.9 millones de toneladas de basura flotan en los mares. Este dato dice mucho de lo mal inquilinos que somos en el planeta. Lo que arrojamos habla de nosotros y por nosotros, como le pasó al terrorista más sanguinario del Perú, Abimael Guzmán, quien fue capturado, en parte, por la basura que botaba y que luego la Policía analizaba.
“En el Perú ‘tener esquina’ era una expresión que hablaba de cierta pericia con los puños o de transacciones ilícitas. Las esquinas nunca fueron lugares limpios. Quizás esa sea la razón por la que son el lugar más común para tirar la basura antes de dormir”, escribió el periodista Jack La Lau, en su premiada crónica Una bolsa de basura en el centro de Lima.
Lo que arrojamos habla de nosotros y por nosotros, como le pasó al terrorista más sanguinario del Perú, Abimael Guzmán, quien fue capturado, en parte, por la basura que botaba y que luego la Policía analizaba.
El legendario trío Los Panchos cantan Basura, un bolero de desamor. “Y sólo espero que te vuelva a recoger como cualquier basura”. El grupo argentino Los Romeos interpretan un tema que se titula igual, pero la letra es más directa y urgente: “Basura. Miro en tu mente y veo, basura”. En Perú, la cumbiambera Marina Yafac ofrece otra canción de inquina y desquite: “Así son los hombres son una basura”.
Hollywood también se ocupa de la basura como un personaje de sus producciones. El ejemplo más recordado es Wall-e, el filme animado que presenta un mundo distópico en el que la Tierra está cubierto por desechos y los humanos son unos seres obesos en busca de la luna para colonizarla.
Singapur tiene el relleno sanitario más bonito del mundo. Se llama Semakau, es una isla artificial, parece caribeña y miles de turistas llegan para tomarse fotos.
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“Los suspiros son aire y van al aire”.
En el botadero El Milagro saben que están, aparentemente, con las horas contadas, por eso el malestar o el miedo, que, a veces, es lo mismo, de las personas que se ganan la vida en este lugar.
Un hombre sentado en una carreta se dirige alcalde Arturo Fernández Bazán. “Dicen que usted va cambiar el relleno a otro lado y no va a dejar a la gente que recicle. Acá somos 1800 trabajadores. ¿Qué va ser de nosotros? ¿A qué nos vamos a dedicar?”, grita.
La vendedora de marcianos, Deysy, también, sabe que anuncian el cierre del botadero. ¿Qué se va a hacer, pues? Iremos a trabajar a otro lado”, reflexiona cuando anota en su libreta de pasta dura el nombre de una clienta, a quien le fío un marciano.
Entran dos camiones llenos de basura. Una docena de personas los rodean con sus ganchos, que son unos palos amplios que terminan en dos puntas de metal, ideal para separar la basura y atenazar objetos a larga distancia. Parecen guadañas, ese símbolo de la muerte, la misma que ronda, ahora más que nunca, por el botadero.
Sin embargo, en setiembre brilló una luz que atenuó la desesperación que los embarga. La municipalidad de Trujillo, como parte del proyecto del nuevo relleno, desarrolló una jornada de capacitación en la que participaron —eso sí pocos— recicladores.
“El evento es un paso adelante en el camino hacia una ciudad más limpia, sostenible y consciente del ambiente, además del cuidado de la salud de los recicladores”, declaró la funcionaria Gisella León Algarate.
La capacitación busca formalizar a las personas que trabajan en el botadero. Solo así, tendrán acceso a rutas de recolección de residuos diseñados por el Ministerio del Ambiente y el Servicio de Gestión Ambiental de Trujillo (Segat), y que están alineadas al nuevo relleno sanitario.
Todo cambio es un trauma. Y lo es más para las cientos de personas que trabajaban en aquello que la ciudad tira, pero que nunca debe olvidar.