Cada semana (incluso cuando estoy fuera de la ciudad de Trujillo) recibo invitaciones para visitar colegios y dictar charlas sobre el oficio de escritor, el cómo uno logra concebir y escribir un libro, el cómo nacen las ideas y demás, así también como para ser jurado de diversos concursos de cuento o poesía, lo cual me alegra y halaga, aun sabiendo que en la ciudad existen muchos buenos artistas que considero más duchos en la labor de dar veredictos o calificaciones a algún trabajo literario, puesto que tomar en cuenta a este aprendiz de escritor que aún busca su estilo es un riesgo y al mismo tiempo una peculiar aventura. Pero he aquí una cosa curiosa que surge desde el principio mismo de toda invitación y que desde hace muchos años se ha convertido en una incómoda costumbre entre todos aquellos que convocan a este tipo de eventos en pro del arte. He aquí una pequeña memoria y mea culpa.
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Recibir una llamada de un número que no conoces, que te saluden cordialmente y con una sonrisa del otro lado del cristal, que luego te endulcen el oído llenando de halagos tu trabajo literario comentando que sería un honor contar con tu presencia en un evento que están realizando y qué todo durará entre dos o tres horas, es el trámite cotidiano.
En pocos casos (de los cuales uno agradece) te dicen que por el tiempo que dure ello, la actividad en sí, se te pagará una suma adecuada que cubrirá tus gastos de transporte y tiempo empleado, así como también se te brindará un refrigerio, lo cual invita a sonreír y permite ver que la institución que te invita realmente valora y respeta tu trabajo, tu tiempo; en muchos otros casos, nada, nunca te dicen nada, vacío, nada más.
¿Por qué tenemos que creer que se nos hace un favor al invitarnos? ¿Por qué nos sentimos halagados por el hecho que nos inviten y al mismo tiempo nos exijan cumplir un trabajo que al menos debería ser remunerado con una cantidad mínima ya que al final los beneficiados y aplaudidos son los y las docentes que hacen esa labor? ¿Por qué nuestro tiempo no vale y el de otros sí?
Intento una respuesta: hemos generado un vacío que no justifica nuestra labor. Y ojo, no es cuestión de que uno quiera lucrar o hacerse de plata con estas invitaciones, no, pero seamos sinceros: invitas a un doctor a dar una charla, cobra; le pides a un abogado asesoría, cobra; solicitas a un contador asesoría, cobra; por dictar clases en un colegio un docente cobra; vas a algún taller a que revisen tu auto y el mecánico te cobra, así de sencillo: todos reciben una remuneración por el tiempo requerido en el trabajo desarrollado, pero el artista no, él debe poner el rostro de “gracias, mi tiempo no vale nada”, y sonreírle a todo el mundo porque lo que hacen está bien.
En el orden natural de las cosas, realizar cualquier trabajo requiere de tiempo, y en un contexto como el nuestro, como el cotidiano, todo trabajo debe ser remunerado, ya que más allá de cualquier criterio, el tiempo empleado es lo que uno trata de justificar de forma monetaria. ¿Y acaso el hecho de ser jurado de un concurso, dictar una charla o visitar un colegio, no requiere de tiempo, no es un trabajo a realizar? Sí lo es, pero muchos creen que el trabajo del artista, del escritor, solo merece un gracias y adiós, un simple “fue un placer contar con usted”. Nada más.
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Es necesario que empecemos a generar un criterio de valor con nuestro trabajo, por el tiempo que requiere, porque si bien el escribir es un oficio silencioso que no busca una retribución económica directa, considero que lo otro, los resultados que se dan por añadidura al arte de escribir, lo merecen. Es bueno el amor al arte, pero no solo de amor se vive. Y seguro preguntarán: “¿cuánto deben cobrar los escritores?” Pues evalúen sus trabajos cotidianos, cuánto ganan por hora en sus trabajos no artísticos, y ya, ahí tienen un aproximado.
No soy un capitalista (como alguna vez dijeron en broma), pero es necesario juzgar con sentido común ciertas acciones. Ahora un mea culpa: en muchos eventos que he realizado con la editorial, siempre que he invitado a amigos y amigas escritores, confieso que no he podido lograr retribuir económicamente su participación en los mismos, salvo algunas excepciones con autores mayores que sería injusto no hacerlo, pero he tratado siempre de hacerlos sentir bien, ya sea con un pequeño refrigerio u obsequiándoles poemarios para su disfrute personal.
Soy sincero en decirlo, y al mismo tiempo recontra agradecido por ello, porque siempre que hemos hecho un evento literario, los amigos y amigas artistas nunca me han dicho no, lo cual agradezco sobremanera. Pero eso debe cambiar, debe. Ahora, y esto es muy personal: mientras yo no pueda retribuir económicamente a los amigos y amigas que invito a eventos, considero que tampoco debo recibir una paga cuando me inviten a uno, a menos que sea un evento grande, ahí no me enojo, ja.
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Cada semana recibo invitaciones, como dije en un principio, y en muchas de ellas cuando les digo “Bueno, perfecto, cuenten conmigo, y por el tiempo que me mencionan mis honorarios serán estos”, el tono de la llamada cambia, te dicen que van a consultarlo, que te devolverán la llamada, lo cual nunca sucede. Nunca. Punto.