Hace unos meses, la británica más longeva del Reino Unido celebraba sus 70 años de reinado en todo el país –el jubileo de Platino—, hoy, ese mismo país llora su partida. Elizabeth Alexandra Mary, reconocida mundialmente como Isabel II, falleció a sus 96 años, en el castillo de Balmoral (Escocia), no sin antes recibir en su residencia escocesa al primer ministro saliente, Boris Johnson, y de encargar a su sucesora, Liz Truss, la formación de un nuevo Gobierno en su nombre.
En su primer comunicado oficial, Carlos III expresó: “La muerte de mi querida madre, Su Majestad la Reina, es un momento de enorme tristeza para mí y para todos los miembros de mi familia. Lamentamos profundamente la muerte de una soberana querida y una madre muy amada”.
Ni las tormentas ni los contratiempos vividos por la Casa de los Windsor, lograron que la popularidad de Ia monarca declinara. Resultó todo lo contrario. Creció tanto que los historiadores lo llamaron la ‘segunda era isabelina’.
El tiempo favoreció a Isabel II porque con el paso de las décadas, la monarquía británica se convirtió en una institución más reglada y limitada. Heredó un imperio y a los 25 años ya era la clave de la bóveda de su arquitectura constitucional. Significó la representación visible y el anhelo de estabilidad y unidad de un país fragmentado. La influencia que poseía sobre el devenir de los británicos, no la alcanzó ningún político.
Isabel II accedió al trono lejos del Reino Unido, luego de la muerte de su descendiente (6 de febrero de 1952). Para ese entonces su padre ya había dispuesto que tuviera la preparación constitucional para convertirse en la reina que él no tuvo. La triste noticia llegó a Kenia cuando ella realizaba la primera etapa de una larga gira junto a su esposo, el duque de Edimburgo, por varios países de la Commonwealth. “Ante todos vosotros declaro que mi vida entera, sea larga o corta, estará dedicada a vuestro servicio, y al servicio de la gran familia imperial a la que todos pertenecemos”, había manifestado la princesa desde una radio de Ciudad del Cabo, en Sudáfrica, un 21 de abril de 1947, al cumplir 21 años.
El lado oscuro
La Casa de los Windsor ha afrontado muchas crisis que ni la reina ni sus familiares hubieran deseado que salgan a la luz. Entre estas, la abdicación de Eduardo VIII, posteriormente el duque de Windsor, por su amor a la divorciada estadounidense Wallis Simpson, o el romance imposible de la princesa Margarita, hermana de la reina, con el capitán Peter Towsend, héroe de guerra. Hasta ese momento, Isabel II pudo poner orden de acuerdo con las rígidas reglas heredadas de la institución monárquica.
El terremoto de Lady Di provocó que la reina y el palacio de Buckingham se situaran en una dimensión desconocida: el drama ya era global, y la monarca se vio obligada a lidiar con un concepto hasta entonces desconocido para ella: la cultura popular. Tal es así que, el 24 de noviembre de 1992, en un discurso en el que celebraba los 40 años de su ascensión al trono, Isabel II definió aquel año como annus horribilis (expresión latina que significa ‘año terrible’). Esto hacía referencia a las desgracias de aquellos meses.
En 1992, el príncipe Andrés se divorció de su esposa, Sarah Ferguson. Treinta años después, su madre se vería en la obligación de pagar de su propio dinero parte de los más de 14 millones de euros que el duque de York tuvo que desembolsar para acabar con la acusación de abusar sexualmente de una menor. En 1992 se rumoreaba infidelidades por parte de Diana de Gales y de Carlos de Inglaterra. Cinco años más tarde, la muerte de Lady Di puso en jaque a todo el mundo construido alrededor de Isabel II. La isla de Mauricio eligió en 1992 abandonar la Commonwealth y convertirse en República. Veintidós años después, Escocia llevó hasta el precipicio al Reino Unido, con un referéndum de independencia. Y dos años más tarde, el Brexit hundió al país en una crisis de identidad de la que apenas ha comenzado a recuperarse.
Ante ello, Isabel II, quien presenció y afrontó las desgracias familiares, actuó con discreción. Sobre todo, neutral, frente a la amenaza de fragmentación de su reino. Pero su verdadera prueba la encaró con la muerte de Lady Di, cuando la voluntad de mantener en la esfera privada el duelo familiar y su evidente escaso apego hacia la ‘princesa del pueblo’ tropezó con un sentimiento popular de dolor que rozó la histeria, y culpó sin matices al palacio de Buckingham del desdichado final de quien hubiera podido ser ella misma reina.
Bastaba de presencia y de su cumplimiento estricto del papel correspondiente para que Isabel II transmitiera a los británicos, esa sensación de que ‘todo estaba bien’. Aunque fuera al revés. Diario el país señala que uno de estos dos factores influyó en las crisis presentadas: “o no supo gestionar correctamente los desmanes de los miembros de su familia, o no le correspondieron sus descendientes con el respeto debido”.
Según los medios británicos, Andrés, el hijo favorito de la reina fue despojado de títulos y honores, y apartado de la vida pública, cuando su proximidad representaba un peligro para la institución, Por su parte, su nieto Enrique fue despojado de rango, ya que desde la distancia estadounidense emprendió una campaña de acusaciones de abuso y de supuesto racismo contra su esposa, Meghan Markle.
Aparentemente, la reina no brindó entrevista alguna durante sus siete décadas de reinado. Quienes se encargaban eran sus hijos, sus nietos o su esposo, el príncipe Felipe de Edimburgo, fallecido durante la pandemia, un 9 de abril de 2021.
Isabel II fue una figura pública y a la vez, un misterio. Amaba la naturaleza, la caza, y sobre todo los caballos. Acostumbraba a terminar cada día de su vida con una breve anotación en un diario sobre lo que hacía durante la jornada. Talvez, más tarde un capítulo de su historia deje al mundo asombrado.
La ahora fallecida fue uno de los actores principales del gran teatro del mundo, representando el papel que de ella esperaban miles de millones de espectadores. Recibió a doce presidentes de Estados Unidos, a centenares de dignatarios internacionales, y se reunió con cuatro Papas. La cabeza de la Iglesia anglicana, que rezaba cada noche antes de acostarse y era una creyente devota, vio evolucionar con los tiempos la doctrina que comandaba al aceptar divorcios, o consagrar mujeres y homosexuales.
La muerte los separó
Para la monarca, el único ser capaz de cantarle las verdades del barquero y de causar en público la mayor de las sonrisas fue su esposo Felipe a quien dedicó en sus bodas de oro (1997) las siguientes palabras: “Ha sido, simplemente, mi fuerza y mi apoyo durante todos estos años, y tengo con él una deuda mucho mayor de la que nunca me reclamará, o de la que nunca nadie sabrá”.
El año pasado, mientras se velaba el féretro del duque de Edimburgo en la capilla del castillo de Windsor, un 17 de abril de 2021 los británicos vieron a su reina sola, vestida de negro y embozada en una mascarilla, lo que para muchos significó el fin de una era. Por ese entonces, Isabel II llevaba más de un año confinada en ese castillo, junto a su esposo. Su agenda pública se había reducido drásticamente, pero el fin de la pandemia logró que Isabel II fuera incrementando su actividad oficial a medida que se acercaba la gran celebración del Jubileo de Platino, en 2022. Finalmente, se cumplió la promesa que realizó a su gente cuando accedió al trono, en su cumpleaños número 21, de servir hasta el final de sus días.
Este contenido fue elaborado por nuestra colaboradora Sandy Crespo.