El payaso Papucho teme quedarse sin voz. En el intermedio de su show, se toca la garganta y con cara de payaso triste le pide a su compañero, el tecladista, que le dé una mano en la animación del cumpleaños. Están en la urbanización El Golf, afuera de una casa de donde han sacado los muebles a la calle para que, en la sala, los invitados estén más cómodos. Papucho y parte de su equipo de producción aprovechan los sillones para extender el descanso que acaban de darse: están desparramados.
Ha hablado, cantado y gritado por una hora y siente que las cuerdas vocales se le van a desenclavijar cuando ni siquiera ha llegado a la mitad de las presentaciones del día: cumpleaños infantil en Rázuri, cumpleaños infantil en El Golf, baby shower en La Merced, baby shower en La Rinconada y cumpleaños de adulto en Santa María.
Es un buen día para Papucho. Todo porque hay trabajo, porque le va bien. Desde hace cinco años le sobran contratos. Cobra entre quinientos y mil soles por show. Ha llevado su arte a Máncora, por el norte, y a Lima, por el sur. “Yo vivo recontrabién”, se ufana con la vanidad de quien sabe que la risa es un buen negocio.
Mientras a los invitados les sirven golosinas en la fiesta de El Golf, Papucho toma aire en los muebles de la calle y vuelve a suplicar. “Ya, pe, ayúdame algo”, le ruega al tecladista Miguel Vereau Reaño. Se levanta y camina en dirección al taxi que lo trajo a la fiesta y que también funge de camerino. Miguel no lo ayuda porque un ataque de asma lo tiene al 50 % de su capacidad. Cuando está sano, él, además de tocar el teclado, interactúa con Papucho, pero hoy no puede; siente que cuando habla se agita, que se le cierra el pecho y teme que una crisis asmática lo paralice.
Papucho, hijo de un transportista y de una dama de Sullana, ha cambiado de traje. Ahora viste como un piloto de carreras.
Vuelve a la fiesta a toda velocidad. Llegan los juegos tipo canta-y-gana. Quien pierde recibe un tortazo en la cara. Luego, surge la magia. Papucho hace aparecer palomas, desaparece cosas y juega con fuego.
Otro cambio de vestuario. “En trajes, sí, nadie me gana”. Ahora es un mariachi con una trompeta enana, con la cual interpreta el “Cumpleaños feliz”. Viene la hora loca. Termina su presentación. Los invitados no solo quieren fotos con el dueño de la fiesta; sino, también, con el payaso, a quien felicitan y piden su número telefónico. Días después, algunos de esos invitados lo llamarán para contratarlo. Así funciona este negocio. El boca a boca o la experiencia directa es determinante.
Pero ahora su equipo de producción, liderado por su pareja Tatiana Ramírez Díaz, tiene todo listo para partir a la próxima presentación. Un baby shower en la avenida Fátima lo espera. Se dividen en dos taxis para llegar a ese destino. Papucho viaja con Miguel, quien habla de su asma y tose. El chofer repara en esa carraspera. “Hazte ver, amigo. Mi suegro estuvo así y se murió”. El silencio invade el taxi, pero solo es el preámbulo de una risotada, en la que el único que no participa es Miguel, quien saca su inhalador y se dispara hasta tres dosis de medicamento. “Quien de todo se ríe, ese es el que bien vive”, reza un refrán español.
Frente a la iglesia Fátima, el arranque del sábado por la noche se muestra en todo su esplendor. El frío golpea, pero la diversión está a flor de piel. Papucho habla por teléfono. Cuando termina, Miguel, quien ingresó al local para hacer un reconocimiento del terreno, le describe el escenario que los espera: un espacio grande, con unos veinte invitados. No es el mejor terreno.
Papucho arranca sin la presencia de la futura mamá ni del papá. Es una fiesta rara. Hay caras largas que, de a pocos, se dejan caer conquistadas por las ocurrencias del payaso que alguna vez quiso ser abogado. Estudió hasta el segundo ciclo en la Universidad Nacional de Trujillo.
Llegan los futuros papás, pero el evento sigue sin alejarse de ese manto de rareza. Es tal vez el preámbulo de lo que sucederá al final: a Papucho no le cancelaron sus servicios. “Me cabecearon”, se lamenta.
Sin maquillaje
Papucho ahora es Fernando Morillos Purizaca y está en su estand-oficina de comercial Minchola, en el centro de Trujillo, burlándose del invierno: viste un pantalón corto. Oficialmente la estación más fría del año empezó hoy. Alrededor camina gente con bufandas. Ha llamado a quien lo contrató para el baby shower por el que no le pagaron el sábado, y una vez más recibió una promesa que no le cambia el ánimo. “El payaso vive en el fracaso, pero nunca se instala en él”, dijo Alex Navarro.
La estafa no da risa en el negocio de la animación de fiestas, que, como toda actividad de diversión, está supeditada a los vaivenes de la modernidad. Las dalinas reinaron en el pasado, ahora es el tiempo de los narices rojas.
Papucho arranca sin la presencia de la futura mamá ni del papá. Es una fiesta rara. Hay caras largas que, de a pocos, se dejan caer conquistadas por las ocurrencias del payaso.
“Cuando los payasos nos dimos cuenta que debíamos cuidar nuestra imagen, mejorar nuestro vocabulario y ser menos huachafos, la gente empezó a contratarnos”, considera Fernando Morillos delante de un pan con pavo y una taza de café con leche.
No cree que los payasos pasen de moda, porque, como dijo Pierre Étaix, el de payaso es un oficio y un estado del espíritu. Además, los payasos constituyen la historia misma de la humanidad. Han estado con los faraones, en Egipto; con los emperadores, en Roma; con Moctezuma, en el antiguo México; con los reyes, en Europa, y ahora con cualquiera que pague por sus servicios.
Friedrich Nietzsche plantea que el hombre sufre tan terriblemente en el mundo que está obligado a inventar la risa. Se nace llorando, pero se debe aprender a reír. Aristóteles dice que se asimila la risa a los cuarenta días de nacido y es allí cuando el bebé se convierte en ser humano. La risa está directamente relacionada con el pensamiento, esa dimensión que hemos desarrollado y que nos aleja del resto de animales. No en vano Augusto Monterroso dice que el humor sirve para hacer pensar y a veces para hacer reír.
Papucho hace reír siempre. Incluso cuando está sin maquillaje y sin vestuario. Esta mañana fría, cuando la taza de café con leche está casi vacía, es inevitable no percatarse de que es un payaso. Es por su voz de pito, esa voz aguda e impostada que separa a los carapintadas de la gente común. “Sí, uno ya se acostumbra a hablar así”, reconoce con cara de payaso.
Sobre el día del payaso
Desde hace 31 años, se celebra nuestro país, cada 25 de mayo, el Día del Payaso Peruano. Esta festividad sirve para homenajear al afamado payaso ‘Tony Perejil’, José Álvarez Vélez, quien murió sin compañía, en una cama de hospital ese día en 1987.
La covid-19 frenó las actividades y desfiles que dimensionaban esta fecha. El Trujillo era común, en esta jornada, ver a comparsas de payasos por el centro histórico y calles principales.
*Este texto forma parte del libro “Devuélveme tu historia” que en el 2018 publicó César Clavijo Arraiza.