Cuando Ulises y su tripulación regresan a Ítaca luego de diez años, fueron seducidos por el canto de las sirenas, extraños seres alados que poseían el poder de hipnotizar a los marineros, quienes saltaban de sus embarcaciones para encontrarse de cara con la muerte.
Advertido, Ulises ordenó a sus hombres derretir cera para taparse los oídos y así sobrevivir a la isla de las ninfas hechiceras. Todos, excepto él, pues decidió atarse al mástil y enloquecer temporalmente con la musicalidad de sus voces.
Este mito refleja la dosis de ensombrecimiento que nos otorgan las artes hasta en los momentos más hostiles de nuestras vidas.
Precisamente, fue el filósofo griego Platón quien se percató del riesgo que corre el Estado cuando es corrompido por el engaño, la ilusión y las sombras.
No en vano censuró varios fragmentos de los cantos homéricos, sobre todo, la figura de un infierno terrorífico y las conductas perniciosas de los dioses del Olimpo, debido a que inculcaban temeridad a los guerreros y conducían a la sociedad al precipicio de los vicios.
La expulsión de los poetas de la República ideal de Platón se encuentra justificada en su teoría ontológica y la tesis de los dos mundos: inteligible y sensible, esto es, las ideas y las sombras, respectivamente.
Para nada, el filósofo desmereció el arte poético, sino su efecto evasivo de la realidad. Si este mundo material, que en verdad no conocemos, es tan solo una copia del mundo abstracto, ¿qué rol puede desempeñar el arte que es doblemente una copia? Pues una escultura no es más que la imitación de la copia de una idea primigenia.
En otra historia transepocal, cuyo escenario es la Alemania de 1774, pareciera cumplirse la convocatoria platónica: el artista es un degenerado.
En ese mismo año se desató una pandemia de suicidios por amor entre el público lector de Las penas del joven Wherter, novela epistolar de Wolfgang Goethe, en la cual el protagonista acaba con su vida luego de ser rechazado por su amada Lotte.
Tal es así que, al año siguiente, debido al rotundo éxito editorial del libro y el incremento de la tasa de mortalidad, en la ciudad de Leipzig se prohibió su distribución.
El lenguaje metafórico de la poesía, grandilocuente dirá Gustavo Bueno, logra que los ciudadanos se desatiendan de la vida pública y se vuelvan idiotas, es decir, se ocupen de los asuntos concernientes a la esfera íntima. ¿Qué es el poeta sino su voz interna? Por consiguiente, según Platón, es imposible que poeta y ciudadano sean uno y la misma cosa bajo iguales condiciones.
En ese sentido, quienes se adhieren a esta concepción ideológica son aquellos que aceptan, aun inconscientes, la vida bohemia, que refiere al modo de (super)vivencia apartada de las convenciones sociales: significa vivir de espaldas a la república.
Para un enfoque dialéctico, el poeta tampoco puede participar de la actividad científica del pensar, pues la poesía como acto de creación no ofrece ningún conocimiento teorético para la producción de estudios críticos.
De ahí que la investigación académica solo se objetivice mediante el lenguaje formal de la prosa, pero no con el lenguaje perfilado del verso.
En definitiva, si queremos ocupar la vacante de oficinista del pensamiento, tenemos que colgar la túnica de monje espiritual y vestirnos con saco y corbata. No podría ser de otra forma.
Dicho esto, la poetofobia no es el temor irracional o la aversión obsesiva a la poesía y sus poetas.
Teniendo en cuenta que Platón fue el precursor de esta idea, el griego nunca rechazó la poesía (exaltaba las virtudes poéticas de Safo de Lesbos), solo excluyó a los poetas de la participación política de su República ideal.
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Entonces se puede definir la poetofobia como la aberración justificada a la creación literaria cuando ocupa un lugar en el proceso dialéctico que no le corresponde.
¿Qué pasa cuando nos molesta que, en una escena cultural, la poesía supere con creces a la nula crítica literaria? ¿Y cuando la reseña se disfraza de estudio científico? ¿De qué se padece cuando se convoca a recitales poéticos para derrocar una dictadura estatal? ¿Y cuando los poetas se creen opinólogos? Se sufre de poetofobia, sin más.