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Plan Lector o las oportunidades perdidas-vol. II

Sobre libros, lectores y cuánto invertimos en nuestra cultura

Si bien en la actualidad la propagación de ferias de libros a nivel nacional ha logrado promover más el tema lector en personas de diversas clases sociales (¿aún se habla de clases sociales? Pues sí, aún…), es oportuno no mellar este avance y buscar medios más viables para lograr que este preciado bien llegue a más personas, especialmente buscando concientizar sobre algo vital y necesario: todo libro tiene un costo que debemos saber respetar. Y con ello, la memoria.

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Cuando en las ferias de libros que organizamos con los amigos de otras librerías y editoriales, cuando en las ferias de libros que he participado a nivel nacional, la gente al consultar los precios (pequeños números que dibujamos en soles) nos dice: “Pucha, están bakanes, me gustaría llevar todos, pero no me alcanza… ¿No me haces una rebajita?”, recuerdo cómo se removía el corazón y pienso que sí, puede que tal vez el precio no sea para todos, que tal vez los bolsillos tristes al momento de ver las hermosas ediciones que desearíamos llevar, pero no, hay que ser sinceros: ese no es problema. 

En mi labor docente, al momento de solicitar obras para el Plan Lector, me tenía que enfrentar con los padres de familia de todos los grados, sobre todo por el precio, y sucedía siempre lo mismo, el mismo diálogo: “Pero, profesor, cómo mi hijito va a leer si está muy cara la obra” (entre 10 y 15 nuevos soles). “Vaya, muy cara”, pienso, y es ahí donde surgen nuevas preguntas con las que me permito responder. 

“Señor, señora, con todo el respeto que se merece, dígame, ¿cuánto cuestan los productos que compra usted por catálogo”. “Señor, señora, con todo el respeto que se merece, dígame, ¿cuánto cuesta una entrada a tal o cual restaurante o discoteca”. Y ahí, a ojos cerrados, nunca piden rebaja, así la jarra cueste 3 veces más que un libro, así el precio del celular sea capaz de comprarle todos los libros de Plan Lector al colegio, nunca nada, silencio. 

Estos casos suceden tanto en privado como en nacional (salvo excepciones razonables, que nadie diga que por ser estatal la plata no alcanza: me consta conocer apoderados que fraccionan la matrícula, pero jamás una fiesta: ahí sí el dinero alcanza y sobra). En ningún momento estoy en contra de los gustos que una persona se pueda dar, de los gustos que alguien pueda tener, pero existen prioridades que hemos dejado de lado. 

Los padres y madres no entienden que educar a una persona, a un hijo o hija, es una inversión que deben afrontar desde el momento que deciden traerlos al mundo. Y si voy a preferir mis ‘prioridades’ al beneficio de la educación, pues no he de esperar mucho del resultado. Y en este resultado estamos inmiscuidos nosotros los docentes que muchas veces no sabemos qué recomendar a leer porque simplemente muchos no leemos. Lo dejamos por un momento.

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Ahora, el otro gran problema es que en nuestro afán por difundir la cultura, muchos de los que estamos inmiscuidos en el arte hemos minimizados los costos, aún en contra de nuestro presupuesto, con la única intención de que la sociedad que nos rodea pueda acceder a ella sin ningún tipo de impedimento. 

Y parece que en este propósito hemos fallado: no creamos ni forjamos un espectador consciente, agradecido y entusiasta con lo que ve, escucha y siente, sino un espectador que cree que nos hace un favor por acompañarnos, que cree que nos hace un favor por brindarnos su presencia, por brindarnos un poco de su tiempo. 

En este enfrentamiento social, en el cual siempre buscamos apoyo, en el cual siempre salimos perdiendo, no logramos forjar una cultura tanto de instituciones y público que fortalezca nuestro trabajo, y ello es, en cierta manera, porque andamos un poco (o mucho) desunidos. Como siempre digo: nos falta solidaridad entre los artistas. Si nos pusiéramos todos de acuerdo, las cosas caminarían mejor. Así de simple.

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Para cerrar, vuelvo a la memoria: hace unos años vi que una imagen difundía que cien soles era el costo por una entrada a un espectáculo donde participaban gente de los realitys nacionales que de seguro han de ser eventos mediocres, donde gente sin talento que solo se gana fama por insultar y menospreciar a través de las redes sociales a los demás, donde el significado de “cultura general” da lástima, donde nos justifican que por tener una cara bonita y un cuerpo bien ejercitado vas a triunfar en la vida, y donde seguro harán tanta estupidez como les sea permitida, es desalentador. 

Y den por hecho que estos eventos se llenan, mientras que el recital poético donde un grupo de poetas de trayectoria leerá sus textos, o la exposición de fotografía de un artista que lleva años retratando los paisajes más bellos, o la sala donde exhibirán una película genial, estarán semivacíos aunque la entrada sea libre. Por ello estoy a favor de que nos cueste la cultura, ¿o acaso es justo que el clown al cual le costaron años y dinero aprender ese bello arte y que te brinda un bonito show el cual aplaudes y sonríes, aprendes y reflexionas, debe hacerlo gratis? No lo creo. Punto.

Oscar Ramirez
Oscar Ramirez
Oscar Ramirez (Lima, 1984). Docente de Lengua y Literatura y promotor cultural. Viajero incansable, reside por largos periodos en Trujillo. Dirige Ediciones OREM. Ha publicado los poemarios "Arquitectura de un día común" (2009), "Cuarto vecino" (2010), "Ego" (2013) y "Exacta dimensión del olvido" (2019); y el libro de cuentos "Braulio" (2018). Finalista del Premio Copé de Poesía 2021.Contacto: oscarramirez23@gmail.com