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Te quiero como a la niña de mis ojos

Por la puerta se asomaba el bullicio de la tarde, las miradas inconclusas y el hartazgo de las horas. El lugar acordado fue Oviedo, una fuente de soda ubicada en el jirón Pizarro de Trujillo.

Al principio le dije que no, pero después me pareció buena idea platicar con ella, sobre todo, por cómo acabaron las cosas. Nuestra amistad incrédula para muchos, con el tiempo, nos llevó a preocuparnos el uno por el otro como dos hermanitos.

Daniella me puso al día de lo bien que la seguía pasando en familia; por mi parte, le confesé casi lo mismo. Sin embargo, cuando la conversación se volvió obtusa, no quedó de otra que hablar a corazón abierto. Quedó en mí lanzar el primer dardo porque, de seguro, ella tenía demasiado por contar.

—¿Cómo vas con Guillermo? —pregunté sin previo aviso.

—¿Guillermo? Ah, sí, Guillermo… Duramos poco saliendo. Le terminé la vez en que se declaró… por monse —sonríe.

Daniella odia las cursilerías. Es capaz de perdonar que la dejen plantada, pero jamás soportar que le digan “te bajaré la luna” o “te amaré para siempre”.

—Ja, ja, ja. ¿Fue tan grave lo que te dijo?

—Gravísimo —asiente con la cabeza—. O sea, si no sabes cómo declararte a una chica, averigua, ensaya o, no sé, mira tutoriales en YouTube o hasta en TikTok.

—Pero ¿qué frase usó? Pregunto para evaluarlo, ja, ja, ja…

—Sí, cómo no… —sonríe—. Me dijo “te quiero como a nadie en la tierra”. Es decir ¿yo estoy por encima de su mamá? Pfff. Qué monse. Yo soy romántica; no huachafa. Sorry.

—En efecto, no eres huachafa, pero sí muy exigente. La frase no es brillante, pero la metáfora está bien.

—¿Tú me hubieras dicho esa cursilería?

—Probablemente, no.

—Te escucho…

Por bocón, ahora tenía que demostrar mi supremacía en un campo que aparentemente es de mi dominio: el literario.

—A ver, continuando con la metáfora, puede ser “te quiero como a la niña de mis ojos”.

—Más de lo mismo —contestó con ironía.

—No, ahí sí te equivocas, Dani —repliqué con alto grado de piconería—. Si te contara la tradición que tiene, caerías rendida a mis pies.

—Vamos, con confianza, entonces hazme cambiar de opinión.

Lo asumí como reto.

Es sabido por todos que “la niña de mis ojos” es un cumplido que se le dice a una persona que estimamos entre las demás personas. No obstante, el significado que ha adquirido en la actualidad tiene una connotación literaria, la cual difiere relativamente de su valor histórico.

Por eso, la pregunta que está sobre la mesa es ¿por qué al ser amado se le asocia con una niña que mora en nuestros ojos? O, en otras palabras, ¿quién es esa niña?

Sucede que los romanos en la Antigüedad nombraron “pupilla” (latín) al círculo negro que se ubica en el centro del iris; precisamente, su traducción al español es “la niña de los ojos” o “la muñeca de los ojos”.

Pues quien observa a una persona puede hallar en sus ojos su propio reflejo que, a lo lejos, parece la figura de un muñequito o niñito. Y, como esto era común a todos, se estandarizó “pupilla” que se formó a partir de “pupa” (niña).

—Interesante. No sabía que era un invento de los romanos; yo pensaba que era de Sebastián Yatra —ríe con ahínco.

—No, Dani, no quise decir eso. Tal vez me expresé mal.

Niña de mis ojos

Si bien es cierto que “pupila” es una herencia del latín, es falso que los romanos hayan descubierto a la niña de los ojos. Por el contrario, cada cultura llamó de diferente manera a la figura que se refleja en el centro del iris por donde penetra la luz del sol.

Es increíble cómo desde la Antigüedad lo biológico influyó en lo cultural. Por ejemplo, los griegos llamaron “kórē” a la chica de los ojos, y los indonesios, “anak mata” al niño de los ojos.

—Vaya, ahora sí ya entendí. O sea, como siempre las personas se han mirado fijamente, ha sido posible que se percaten de ese detalle, ¿verdad?

—En parte, sí, aunque no siempre el reflejo ha sido de una niña.

Los franceses acabaron por denominar “pupille” o “prunelle” a la pupila. Utilizaron este nombre para referirse a las endrinas; por tal razón, “pupille” se traduce como “las endrinas del ojo”. Si no fuera poco, a diferencia de estos, los neerlandeses hallaron manzanas en el ojo ajeno: “oogappel”. Como ves, cada cultura le otorgó un significado especial al órgano de la vista.

—Hace un instante me parecía fabulosa esta historia, pero ahora ya no pienso lo mismo.

—¿Qué hice mal?´

—Tú nada. Solo me pregunto ¿por qué se les hizo tan fácil creer que lo que moraban en los ojos eran niñas, endrinas, manzanas, y no su reflejo?

—Es muy sencillo de explicar. Para ello, tomaré de ejemplo ya no a Roma, sino a Grecia.

Al principio con Orfeo (orfismo), personaje mítico que juraba haber viajado al terreno infernal para rescatar a su esposa difunta, y luego con Pitágoras (pitagorismo), se creía que el alma era inmortal y que moraba en la cárcel del cuerpo. Por su parte, Homero narrará que el alma encarcelada se escapaba por dos orificios: los ojos y las bocas. Esta concepción animista del alma llevó a considerarla como un hombrecito interior que otorgaba movilidad al cuerpo. Ahora bien, si relacionas estas dos historias, es fácil de entender que quien miró por primera vez a una niña en el ojo ajeno no hizo otra cosa más que confirmar sus presupuestos.

—Estoy sorprendida, aunque tengo una pregunta más.

—Dime.

—Antes afirmaste que tal frase hoy la empleamos con un significado literario. ¿Desde cuándo?

—No puedo darte fecha y hora exactas, pero estoy seguro que mucho tiene que ver la Biblia.

—¿La Biblia?

—La Biblia, como fuente de tradición y conocimiento, tiene en la llamada “Oración de David” (Salmo 17) uno de los registros metafóricos más antiguos: “Guárdame como a la niña de tus ojos/ escóndeme bajo la sombra de tus alas/ de la vista de los malos que me oprimen/ de mis enemigos que buscan mi vida”. ¿Qué te parece?

—Fabuloso.

—Ahora sí puedes escuchar “Tacones rojos” sin ningún tipo de remordimiento.

Sonrío. Sonríe. Nos descubrimos entre miradas como si acaso quisiéramos reavivar el mito.

Luis Quispe Palomino
Luis Quispe Palomino
Luis Quispe Palomino (Barrios Altos, 1999). Estudia la carrera de Derecho en la Universidad Privada Antenor Orrego. Ha publicado artículos de opinión y divulgación en las revistas Los Contemporáneos (México) y Taquicardia (Trujillo). En 2020 inauguró el proyecto Disicultura, el cual se ha convertido en la primera editorial de textos de no-ficción, de forma autogestionada, de La Libertad. Actualmente, se desempeña como docente de Lenguaje y corrector de estilo. Reside en Laredo.