Quevin libra una guerra. Lo hace como puede y con lo que tiene, aunque no está preparado para ella. Ha perdido todo en la primera batalla, pero no se rinde. Aún tiene fuerzas para luchar y reconstruir los destrozos. Por eso no se ha ido. Por eso sigue en pie.
— Un soldado muere con las botas puestas, afirma.
Quevin Rondón Alvarado viven en el sector tres de Wichanzao desde hace treinta y tres años. Es uno de sus fundadores. Su casa se ubica en el lote cuarenta y uno de la manzana treinta. Más de una decena de casas a su alrededor quedaron sepultadas por el huaico que descendió del cerro Cabras la noche del 10 de marzo.
El maestro Sun Tzu escribió en el Arte de la guerra que esta es un terreno de vida o muerte, la vía que conduce a la supervivencia o a la aniquilación. Y no puede ser ignorada. Para Quevin Rondón y su familia era un tema de supervivencia. Por eso actuó rápido.
— Lo más difícil fue sacar a mi sobrina de cinco años. Tuvimos que sacarla por un pasaje muy angosto porque llegaba el huaico con más fuerza. Mi cuñada también pudo salir a tiempo y se fue a la casa de un familiar por el camal de La Esperanza. Fueron momentos de mucha preocupación porque estábamos a oscuras.
Quevin no tuvo la misma suerte. En una guerra, cuando el enemigo ataca, solo queda esconderse. Y rezar. Cuando el agua y lodo le sobrepasaban las rodillas solo tenía una escapatoria, el techo. Así que subió con lo que tenía puesto: sandalias, una bermuda y un polo.
— Me he quedado solo con lo que llevo puesto. Esto ya no vale, nos cuenta mientras señala dos colchones que paró en las paredes de su sala, llenos de lodo, tras varios días de la caída del huaico.
Su casa, al igual que la gran mayoría viviendas de esta manzana, es de siete metros por veinte metros. En el interior aún permanece el barro seco. Y llega casi hasta el techo. Quevin debe medir 1.68 metros, si no escapaba al techo…
— Ahora duermo en el techo desde la tragedia. Todo en mi casa es barro. Y afuera todo es lodo.
Las lluvias dan una tregua
Por ahora, los fenómenos climatológicos les han dado una tregua a las familias de Wichanzao. Una tregua que según los pronósticos del Servicio Nacional de Meteorología e Hidrografía (Senamhi) puede durar hasta abril o, incluso, menos.
Quevin, con apoyo de un amigo, trata de sacar el barro de su vivienda. Lleva más de una semana trabajando, pero no termina siquiera de limpiar la sala.
— Necesito ayuda para limpiar mi casa. Han venido empresas y personas de buen corazón a repartir víveres. Se lo agradezco mucho, pero necesitamos maquinaria.
Dos maquinarias del Gobierno Regional apoyan con las labores de limpieza. Solo dos. Cuatro cargadores frontales trabajaban las veinticuatro horas. Casi dos semanas después solo retiran el barro de la calle hasta casi las seis de la tarde.
Ahora duermo en el techo desde la tragedia. Todo en mi casa es barro. Y afuera todo es lodo.
Quevin es docente de Matemáticas en un colegio privado que funciona muy cerca del centro de Trujillo. Ya hizo números y seguirá luchando por recuperar su casa hasta que la tregua termine. Luego, evaluará si es mejor levantar bandera blanca y terminar con esto.
— Mi hermano vive en la calle 26 de Marzo de Florencia de Mora. Me ha dicho que vaya a vivir ahí. Ya habrá tiempo para ver qué es lo mejor.