Ni el hombre más exitoso del mundo en la materia que fuere se ganó el derecho de pasarse por encima del respeto y vociferar algún derecho inventado que haya nacido únicamente dentro de su ser egocéntrico.
Paolo Guerrero, tantas veces querido capitán, tantas veces laureado y hasta con marchas en las calles a favor de su actividad deportiva, nos ha permitido ver su lado perfecto, su lado real, el del tipo que cree tener el derecho de todo lo que pase por su cabeza.
Paolo Guerrero, nuestro gran capitán en el campo de juego demostró ser el inculto ser que desconoce lo que significa la palabra “ley”, lo que quiere decir “honor” y mucho más lo que significa el “respeto al compañero”.
Paolo Guerrero, tantas veces capitán demostró no merecer el cariño de una ciudad a la que desde que llegó la utilizó manchandola más aún de lo que ya esta, solo para sus fines.
Guerrero no solo se negó a jugar, se negó a cumplir su contrato, se negó a respetar la ley, faltó el respeto a los que en tribuna pagaron para verlo (de allí sale su sueldito). A Guerrero le dio otra vez la pataleta de quererse ir solo por que a él se le ocurrió y por que tipos como él sin el más mínimo valor ético le calentaron el oído, bajo la mala práctice, la de la más baja moral. Y es que así se maneja gran parte de nuestro fútbol.
Hoy Guerrero dejó de ser mi capitán para convertirse ni siquiera en un futbolista más. Hoy Guerrero salió de mi álbum de estrellas para pasar al grupo de figuras transferibles. Gracias por lo que hecho Paolo, pero es más grande la decepción por lo que no hizo, respetar al balón, los códigos, a los compañeros y sobretodo, a aquél hincha que dejó de llevar a su familia a un paseo para sentarse en el cemento frío de la tribuna y verlo trotar en una cancha como si eso le costara tanta. Hoy Paolo, te olvidaste para quien juegas, y si piensas que lo haces solo por tu familia y para ti; con mucha razón, hasta siempre ex capitán. Los líderes levantan una tribuna, un pueblo, no lo decepcionan.