Y de repente se escucharon muchos pasos, parecía la llegada de los caballos de la Roma antigua. El miedo que aún recorría nuestros cuerpos y se impregnaba en la piel era aterrador.
-Oye, Gato ¿escuchas? -me preguntó mi compañero de celda.
-Sí, seguro es otro muerto.
-¿Y quieres que nos quedemos así como si nada?
-¿Qué quieres que hagamos si estamos echados a nuestra suerte, aquí tirados como perros -lamenté nuestra suerte.
-Esa celda si que está bien piña porque están muriendo muchos, ¿verdad?
No supe que responderle. Mi mente se nubló por completo, estaba totalmente desmoralizado e, incluso, estaba seguro de que tenía esa maldita enfermedad. Lo que pasa es que no lo hacía notar porque sino me iban a trasladar a un ambiente donde estaban todos los infectados y se rumoreaba que en esa habitación morían casi todos los que ingresaban. La ignorancia de algunos compañeros de prisión los obligaba a creer que si nos contagiábamos ya no teníamos cura y que moriríamos como cualquier animal.
Solo hay que esperar la señal y recuerden y métanselo bien en sus cabezas: sí lo hacemos. Y ¡¡comer o ser comidos!! Ustedes eligen.
Sin embargo, tenía que hacerme el fuerte, pero había algo que solo yo sabía: mi cuerpo ya no resistía más, me temblaban mucho los huesos, la cabeza me dolía y había perdido el olfato y el gusto. Los compañeros hacían bromas y apuestas en los baños, donde se tiraban pedos y le decían al otro que los huela y si lo lograba oler ganaban. Así se las ingeniaban para olvidar por un momento la realidad.
Entonces, en eso empezaron a sonar las rejas y abrieron una celda. Había muchos guardias y pude visualizar, desde una pequeña rejilla, que sacaban en una frazada a un compañero que no mostraba signos vitales.
-Oye, Gato, Gato, sacaron a otro causita ¿ y ahora qué hacemos?
Seguían pasando las horas y sacaban a más cuerpos de otras celdas. De los pabellones se escuchaban los gritos desgarradores de desesperación de presos que reclamaban pastillas y ayuda médica; pero todo era en vano. Solo nos hacían caso cuando ya era demasiado tarde.
Mensaje encubierto
-¡Oigan, vagos, vagos, levántense todos, levántense todos -se escuchaba gritar al Chino Cobra.
-¡Cálmate!, ¿qué tienes?
-¡Batería, no ves que se están muriendo! ¿Qué quieres? Que nos lleven a nosotros también.
Nos pasamos toda la madrugada organizándonos para llevar el mensaje a otras celdas y otros pabellones de manera fina, como se dice a la forma discreta y silenciosa de comunicarse para evitar a los informantes o sapos. Al día siguiente salimos todos al patio. Nos miramos las caras unos a otros, como quién dice que ya teníamos todo lo que habíamos acordado; pero a veces nada sale como que uno lo piensa. Siempre tiene que pasar lo imprevisto que frena o evita nuestros propósitos.
En eso, de la nada, un viejo amigo llamado Neneque se desplomó en medio del patio, quería ponerse de pie, pero sus delgadas piernas apenas lo ayudaban. Fuimos a su ayuda, pero los guardias se echaron para atrás y no lo socorrieron, más bien se alejaron y mostraron repugnancia, quizás por miedo a que se contagien de ese maldito bicho que está quitando a miles de personas en el mundo.
-¡Ayúdenme a llevarlo! No se queden ahí parados, todos debemos apoyarnos entre compañeros. Al final todos estamos en el mismo hueco. A verga todos aquellos que sienten indiferencia entre compañeros, a las finales si es para morir moriremos y si el tayta (se refiere a Dios) lo permite viviremos y si no, no, pues, qué le vamos hacer. Preso estamos y presos moriremos si es que no hacemos nada!
Esas palabras de aliento de Minacho hicieron que todos tengan coraje de apoyar. Y tenía razón, teníamos que apoyarnos entre compañeros porque si no nos apoyamos quién más lo va hacer. Si ya vimos que en nuestras propias narices nos estaban abandonando y solo nos sacan cuando nuestros ojos se estaban cerrando o cuando nuestros corazón han dejado de latir.
Llevamos a nuestro compañero Neneque en unas frazadas y lo trasladamos a la habitación donde tenían a todos los infectados. En el camino no hablaba ni se quejaba ni murmuraba. Nos asustamos y le empezamos a caminar más rápido hasta que nuestros brazos ya no daban. A unos cuantos minutos para llegar, nuestro compañero no resistió más. Tocamos su pulso y nada, no respondía ni un latido, mucho menos su corazón.
Neneque había dejado este mundo. Yo sé que en algún lugar de este universo él está y sabe que estoy escribiendo su pequeña historia. Los guardias nos dijeron que lo dejemos ahí y que nos retiremos. La indignación era tan grande y la rabia nos consumía. Queríamos explotar como bombas kamikaze.
A unos cuantos minutos para llegar, nuestro compañero no resistió más. Tocamos su pulso y nada, no respondía ni un latido.
Se presume una revuelta
Pasaron las horas y se acercaba mediodía. Ya era la hora de la acción, de todo lo que se había planeado. No podíamos seguir en esta situación, así que todos los pabellones se habían pasado la voz y acordado un acción para que nuestras voces se escuchen. Un flechazo (un mensaje) en papel llegó de otros pabellones. El tenor era más o menos así: muchachos, ya saben lo que tienen que hacer. Solo hay que esperar la señal y recuerden y métanselo bien en sus cabezas: sí lo hacemos. Y ¡¡comer o ser comidos!! Ustedes eligen.
En ese instante se escucha por la radio de los guardias: “atención, atención han tomado de rehén al alcaide. Escucharon, han tomado de rehén al alcaide”. Uno de los compañeros, lleno en adrenalina, gritó que esa era la señal para actuar y hacernos respetar. Nos pusimos nuestros cubridores de rostros, alistamos el tíner para prender los colchones y dimos riendas a nuestros impulsos y que nuestras voces se escuchen. Tal vez no fue la mejor manera, pero en la desesperación de ver morir a nuestros compañeros el que actuó solo fue nuestro instinto de supervivencia.
Nota:
El domingo 22 de marzo del 2020, cuando el coronavirus empezaba a mostrar sus fauces en la región La Libertad, los presos del penal El Milagro tomaron de rehén al alcaide José Palomino Chávez para exigir mayor rigurosidad en el cumplimiento de las medidas sanitarias a fin de evitar la propagación del virus. Según las autoridades, la revuelta causó la muerte de un interno. El motín fue controlado a las pocas horas.
Ángel Urbina Dávalos
Fortaleció sus habilidades literarias en el taller que dictó el poeta David Novoa en el penal El Milagro. En el 2018 ganó el concurso de relatos que organizó el Instituto Nacional Penitenciario (INPE) y en el 2019 recibió el tercer premio de la reconocida Bienal de Cuentos Germán Patrón Candela.