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“¿Cómo ser la peor persona del mundo?”, un cuento de Johan Fiestas Chunga

Cuando su amigo Orlando era conducido a la comisaría, Lorenzo Frías recogió sus cosas del amplio cuarto, llamó a la trabajadora de su casa y pidió un taxi por aplicativo.

Tenía 28 años, era un ingeniero petrolero y gozaba de su primer fin de semana de vacaciones, luego de denunciar, hacía un par de semanas, por estafa y robo a un colega, a quien conocía desde la universidad y con el que había tenido diferencias laborales.

Lorenzo vio peligrar su puesto intachable y su sueldo de quince mil soles, cuando su compañero estaba a punto de lograr un contrato con una trasnacional de prestigio.

Ideó una farsa de documentos y les pagó a otros ingenieros para que lo inculparan. Ante la presión, lo despidieron, le abrieron una investigación y, casi de inmediato, le dictaron prisión.

Lorenzo era hijo único. Sus padres habían fallecido en uno de los cuatro barcos que navegaban el lago de Furna, en Brasil, y fueron aplastados por el derrumbe de una montaña.

Lorenzo vio peligrar su puesto intachable y su sueldo de quince mil soles, cuando su compañero estaba a punto de lograr un contrato con una trasnacional de prestigio.

La noticia se volvió viral. Él se encargó del traslado y del funeral, pero no asistió al cementerio. Desde niño, lo aterrorizaban los féretros y la inmovilidad de los muertos.

Lloró por su madre y trató de recordar, con inmensa franqueza, a su padre con virtudes. Sin embargo, la imagen siempre fue la misma: solo un hombre laborioso.

Una herencia obesa cayó en sus manos. Para ser una familia de clase media, gozaban de un talento férreo para defender a los hijos de mafiosos que se perjudicaban por negocios negros.

Sin planes claros sobre cómo aprovechar sus vacaciones, una noche recibió un mensaje inesperado. Orlando, mejor amigo de la escuela, lo invitaba a su cumpleaños en una discoteca.

Era extraña esa llamada. Hacía muchos años que no conversaban. Su último buen momento de amistad fue antes de que Lorenzo cambiara de colegio por motivos familiares que nunca comentó.

Aceptó la invitación. Estrenó una chaqueta de cuero rojo, una camisa blanca, un pantalón negro de Italia y unas zapatillas retro de Adidas. Compró una cajetilla de diez cigarrillos. Su reloj vintage de Casio marcaba las once y treinta y seis de la noche.

En el box de la fiesta, felicitó a Orlando y él les respondió con un abrazo de diez segundos. Charlaron un buen rato de la universidad, los sueldos secretos y las parejas. Las anécdotas escolares se extraviaron.

A las tres de la mañana, Lorenzo estaba sentado mientras fumaba el noveno cigarro de sandía. Su ron estaba a la mitad y sin hielo.

Se percató que era el único compañero de colegio que había asistido. Los invitados eran familiares y compañeros de trabajo.

Su mente hizo un dolly zoom cuando apareció Nuria, exnovia de Orlando. A distancia se reconocieron.

Inmediatamente, ella buscó al cumpleañero, le dijo algo al oído y hundió su mirada en Lorenzo que seguía sentado, sin fumar y mirando al dj.

Se reproducía Valerie de Amy Winehouse.

—¿Es cierto que estudiaste ingeniería petrolera? —expresó con carcajadas a media voz.

—Así lo quiso mi madre —contestó riendo.

—¡Qué horror, Lorenzo! ¡Todo menos eso imaginaba!

—¿Y tumbes? Tienes pinta de profesora de francés.

—Lejos, güebón. Soy crítica de cine, alucina.

“¿Cómo ser la peor persona del mundo?”, un cuento de Johan Fiesta Chunga

—Nicagando, si no participabas en casi nada.

—Pucha, siempre he sabido datos randoms de películas. Cuando estuve con tu amiguito, lo paraba atormentando con eso.

—Pásame lo que escribes. No me gusta leer, pero pa ver qué tal tu pluma.

—Te sigo en Instagram, pero tú no me sigues.

—Ahora lo hago.

—¿Por qué chucha te retiraste en cuarto? —le preguntó con tono irónico.

—Qué flojera, Nuria… —respondió y la tomó de los hombros.

—Hablo en serio. No te llevabas mal con nadie —afirmó y le acomodó el cabello.

—Mi familia entró en quiebra, ¿recuerdas? —le dijo al oído en voz alta.

—¡Mierda!, claro. ¡Creía que fue por un roche caleta con alguna flaca!

—Nancy qué berta. Fue por el maldito dinero.

—Lo bueno que se recuperó.

—¿Sabes lo que me reventó? Que ningún güebón me visitó en vacaciones.

—¡Déjalo pasar, cojudo! Ahora estás en tu praim. 

—Creo que es la primera vez que conversamos —reprochó y sacó el último cigarrillo.

—Nicagandooo, sí hablábamos en el cole. ¿Me invitas un puchito? —respondió y estalló de risas.

—Uyy, discúlpame, es el último —señaló susurrándole al oído izquierdo.

Empezó a sonar Cuenta conmigo de Mike Bahía.

Nuria bailó toda la noche con un joven —muy parecido a Denzel Washington en el film Wilma—. Lorenzo disfrutó al ritmo de los géneros mixtos y acompañado de las tías de Orlando. Su examigo pasó casi toda la noche con sus compañeros de trabajo.

A punto de amanecer, el cumpleañero le pidió que lo acompañara al baño. Lorenzo entró a un cubículo y encontró encima de la manilla un iPhone, de esos que ostentan tres tipos de cámaras. De súbito, lo guardó en uno de sus bolsillos.

Ese impulso vil siempre lo acariciaba como los cánticos de Luzbel a Dios, antes de la rebelión que lo condenaría para la eternidad. Esa misma eternidad que nunca llegaría, según el ingeniero.

A punto de amanecer, el cumpleañero le pidió que lo acompañara al baño. Lorenzo entró a un cubículo y encontró encima de la manilla un iPhone, de esos que ostentan tres tipos de cámaras. De súbito, lo guardó en uno de sus bolsillos.

Pasado tres canciones de rock, Orlando le pidió que lo llevara a su cuarto. Tomaron un taxi y llegaron hasta una casa que parecía un edificio. Le explicó que llevaba alquilando una habitación tres meses y había ahorrado dos años para celebrar su cumpleaños a lo grande.

Lorenzo solo lo escuchaba, estaba muy nervioso porque el celular que tomó había timbrado varias veces durante el trayecto.

Orlando moría de sueño y durmió apenas vio su cama. Lorenzo se dirigió al baño y escondió el iPhone en un rincón opaco.  

Cuando estaba acomodándose en el colchón, tocaron la puerta del cuarto. Ante la insistencia y los golpes, Orlando despertó. Era la dueña sexagenaria del domicilio. Le dijo que había tres jóvenes que exigían entrar para buscar un celular perdido que había sido ubicado mediante geolocalización.

Orlando pensó que se trataba de una confusión. Rechazó que entren desconocidos y cerró la puerta. Luego de cinco minutos, nuevamente, tocaron la puerta. Esta vez, aceptó que busquen en su cuarto.

Lorenzo actuó como si durmiera mientras escuchaba la voz gruesa de un joven que inspeccionaba la habitación. Cerró los ojos con fuerza cuando el chico fue al baño.

Cuento. “¿Cómo ser la peor persona del mundo?”, un cuento de Johan Fiesta Chunga

El sujeto que buscaba el celular vio un estante de objetos de aseo y decidió botarlos todos. El iPhone estaba detrás de toda esa fila de productos. Miró fijamente a Orlando, le advirtió de que llamaría a un policía y salió del cuarto.

Después de treinta minutos, un grupo de policías —acompañados de los tres jóvenes— ingresó a la vivienda y se llevaron a Orlando. Su mirada no se podía definir.

Lorenzo Frías recogió sus accesorios y su casaca del amplio cuarto, se puso sus zapatillas, llamó a la trabajadora de su casa y pidió un taxi por aplicativo. Salió sigilosamente.

En ese instante, le llegó un mensaje de Nuria. Era una crítica titulada: ¿Cómo ser la peor persona del mundo? El éxito de Joachim Trier.

Johan Fiestas Chunga
Johan Fiestas Chunga
Desde muy chico abrazó su soledad para jugar y crear historias. Dice que el amor es imposible, pero es purito miedo al compromiso. Se enamoró del periodismo cuando le informó a la directora de su colegio sobre el bully del salón. Tiene calle por el barrio de su abuela materna y cultura por embutirse libros en vez de merendar. Se la da de antisocial, pero tonea como cumpleañero. Su fruta selecta es el kiwi de sabor agridulce como su infancia en Paita.