Es verano. Es enero. Es marinera en Trujillo. Perdón, este año no se vive un verano pleno de marinera, porque el Club Libertad, organizador del concurso más afamado de esta danza, decidió llevarse el evento a Lima por los líos que mantiene con la municipalidad provincial.
El concurso de marinera es, sin duda, un acontecimiento relevante para la región. El impacto social y, en especial, el económico que genera en los pequeños y grandes empresarios es muy elocuente; pero existe otro ámbito del baile del que poco se habla. El reconocido artista Gerardo Salazar Malbasa quiere conversar sobre ello.
Ese importante aspecto es aceptar que el baile es una tradición y no un producto. “Con el tiempo vemos que se ha creado un producto que nada tiene que ver con la expresión que representa a la cultura realmente popular. Esta nueva creación, esta forma que partió de lo tradicional, ya es un producto con vida propia y códigos particulares, y que a su vez ha generado su propio público: una subcultura. En el caso de la marinera norteña es la subcultura de las academias de marinera, y es aquí que muchos se confunden”, divulgó en su cuenta de Facebook el 17 de enero del presente.
Gerardo Salazar Malbasa fue bailarín, coreógrafo, director artístico y directivo del Grupo de Danza Takaynamo, institución a la que perteneció 21 años, y con la que realizó giras por varios países para fomentar el folklore y entender la tradición cultural, la cual se aleja de los concursos. También, cultiva otras artes, como el grabado.
-Gerardo, la marinera es parte de la identidad del peruano, es parte de nuestra cultura, ¿cómo entender esa perspectiva de subcultura?
-Fernando Silva Santisteban, en su libro Introducción a la Antropología, señala que la cultura es algo que nos representa, que tiene condiciones de un hecho histórico, tradicional, que es espontáneo, que se practica por mucho tiempo, es anónima, popular. Así se han creado los géneros musicales, como el huaino, el cual no tiene autoría. El huaino es cultura y un hecho folclórico. También, las comidas y los trajes típicos, las formas rituales. La marinera estuvo un tiempo como una expresión popular, porque nadie podía dar una razón exacta de quién la inventó. Lo interesante es que es una tradición o era una tradición popular. Ahora se dice que la marinera ha crecido, yo lo pongo en cuestión, porque cada vez veo que se practica menos en las casas. Entonces, lo que ha crecido es otra cosa.
¿Qué cosa es?
-Ha crecido el producto, que es el evento, el concurso, el que vende, el que mueve la economía; pero hay que medir una tradición popular en su manifestación en los estratos populares, en las casas, en su espontaneidad. El concurso de marinera del Club Libertad empezó, creo, a fines de los 60. Yo viví frente al Club Libertad, en la primera cuadra de la calle San Martín, en el pasaje Modesto Blanco, y conozco de manera vivencial y afectiva al concurso, que nació en el pabellón de olímpico, un ambiente donde se practicaba bádminton. Empezó en un lugar chiquito, con poquita gente. Nadie usaba traje de chalán ni de nada, era de civiles. Nadie pensó que tomaría el rumbo que tomó. ¿Qué se mantiene de antaño y qué se perdió? Allí está la cuestión más interesante, que deberíamos prestarle más atención.
-¿Cómo salvaguardar una tradición que por definición responde a su tiempo?
-El ex-INC, ahora Ministerio de Cultura, debió velar, desde que se declaró a la marinera como baile nacional, por la tradición, pero ha sido el gran ausente en todas estas discusiones. Hay que separar los temas. Una cosa es el Club Libertad, como institución que ha tenido, sus problemas, porque antes era una instrucción con mucha participación ciudadana, y otra la marinera como tradición.
-Entonces, está desapareciendo la marinera como tradición.
-Sí, porque no es posible que sea una tradición algo que se entrene con pesas en los tobillos; eso no existe, eso es una falacia. Lo que tenemos es un producto que ha tomado las formas de una tradición y la ha hecho otra cosa. La tradición en sí tendría que mostrarse en su práctica de manera espontánea en cualquier lugar. Más bien, la gente ha empezado a creer que si no tiene la fuerza y acrobacia de un bailarín, entonces no sabe bailar la marinera. Ese es un pensamiento erróneo creer que la marinera es algo deportivo, porque nunca fue así. La gente de 70 años para arriba puede testimoniar que han visto bailar marinera de la manera más simple y sencilla, como realmente es el hecho tradicional y folclórico. Y eso lo hemos perdido, lo hemos tapado, lo hemos presionado, lo hemos aplastado y lo hemos asfixiado.
Ahora se dice que la marinera ha crecido, yo lo pongo en cuestión, porque cada vez veo que se practica menos en las casas. Entonces, lo que ha crecido es otra cosa.
-¿Quiénes son los responsables de esta situación?
-Creo que ahí no ha hecho nada el ex-INC y el Ministerio de Cultura, que han tenido un protagonismo fantasmal; pero también las personas que organizan concursos y los profesores de marinera y todos los creativos. Ojo, ellos tienen derecho a la creación, de hecho, la creación es un don. Entonces, no hay por qué menoscabar esa posibilidad de crear cosas nuevas, interesantes ni de realizar concursos.
-¿Cómo ponerle coto a esa situación?
-Algo salomónico sería que el Ministerio de Cultura dicte una norma por la que ningún hecho folclórico o tradición entre a concurso. Y si va a entrar que se separe de la tradición y para ellos deberá incluirse en la denominación el término ‘creativo’. Entonces ya no nos encontraríamos que el Club Libertad denomine a su evento concurso nacional de marinera, sino concurso nacional de marinera creativa o de expresión creativa. Con una denominación así, estaríamos divulgando de que tenemos una obra creativa y obra tradicional. Por otro lado, tendría que haber eventos espontáneos, que las personas bajen de la tribuna a bailar una marinera, así como están vestidos, sin ser de academia, y que bailen como sabe. Yo siento que la tradición de la marinera no está divulgada ni ha crecido ni está enraizada; sino todo lo contrario.
-¿Hay esperanza de cambio?
-Ojalá me equivoque, pero no veo la voluntad de cambio ni en los jóvenes ni en los viejos para fomentar marinera tradicional. Todo el mundo ha cedido al espectáculo, al producto. Eso no es un hecho folclórico. Y, bueno, el Club Libertad también administra las vanidades.
-Es una expresión elocuente esto de las vanidades. Dicen que el mejor de los pecados del diablo es la vanidad.
-Los peruanos somos bastante frívolos y hay mucha gente que ha convertido a este concurso en una especie de evento de vanidades. Entonces, el Club Libertad administra tu categoría de estar en las sillas vip o en las mesas principales de las cenas. Entonces, la gente viene tomada de la vanidad y no ve más allá. Es más, a mí me causa mucha gracia que el Club Libertad ha creado la institución del veto.
-¿Cómo funciona ese veto?
-La gente que reclama, que se queja o habla les cae un veto. Yo no sé si viene de ellos mismos (Club Libertad); pero la gente habla del veto, ‘han vetado a fulano de tal’. Es como que les cayó una excomunión lorcha (risas). Y todo el mundo se aparta de esa persona. Es increíble, es alucinante. Los padres de familia, los opinólogos de concursos no quieren ser vetados. Entonces, eso es parte, también, de la frivolidad nuestra, como peruanos, de que nos asustamos de cosas tan menores y cedemos a andar de adulones con este club, con esta organización, con esta familia para estar dentro de las sillas vip, de las invitaciones, de las mesas, de las consideraciones, etcétera.
-El concurso ha ‘matado’ a la marinera tradición.
-Los concursos de marinera han alterado el baile, por la sencilla razón de que los participantes quieren ganar. La naturaleza de un concurso es ganar. Entonces, hay que diferenciarse de los otros, innovar, hacer una cosa distinta, agregar algo que no se ha visto, ya sea un paso, ya sea un traje o una decoración en el traje, y esa es la trampa de los concursos. El concurso implica innovación y la innovación implica un cambio de algo que no debe cambiar porque yo lo cambio; sino por un consenso popular, a través del tiempo y anónimo. Un concurso no puede tomar el folclor o las tradiciones porque las altera de todas maneras.