Escribe Umberto Jara*
Los chefs peruanos Virgilio Martínez y Pía León lograron un inmenso galardón que prestigia y posiciona mundialmente a la gastronomía peruana. Su restaurante Central pasó a ser considerado como el mejor del mundo.
Sin embargo, en lugar de aplausos y reconocimientos, de inmediato se activaron una gran cantidad de comentaristas cuestionando el precio del consumo en Central o el nombre y la composición de ciertos platos, hasta llegar a la torpeza de preguntar por qué no servían salchipapas o la cansina bobería de decir: “Central no me representa”, como si aquel que no se siente representado fuese el centro del universo.
Reparemos en que el detonante para cuestionar a Central fue conocer el alto precio de la opción Creatividad Mundo, platos que exploran 14 ecosistemas y 14 alturas y cuesta 1,250 soles.
Cuestionar el galardón obtenido por Virgilio Martínez y Pía León con el argumento del precio, es absurdo. Y ese absurdo de los cuestionamientos impidió que se conozca otro detalle de enorme importancia: el triunfo peruano ha sido tan rotundo y extraordinario que, junto al primer lugar que reconoce a Central como el mejor restaurante del mundo, el prestigioso ranking de The World’s 50 Best Restaurants Awards ubica, además, entre los mejores del mundo a otros tres restaurantes peruano y posiciona entre los diez mejores restaurantes de Latinoamérica a cuatro restaurantes peruanos: Central, Kjolle, Maido y Mayta. Cuatro entre los diez mejores latinos y cuatro entre los cincuenta mejores del mundo.
Los criticones no entendieron el significado del galardón y sus efectos a favor del Perú. Por fin, después de largos años de trabajo y esfuerzo, la gastronomía peruana, que solía estar fuera de la más alta consideración mundial, hoy se da el lujo de ocupar el primer lugar del mundo desplazando a países de diversos continentes y, además, clasifica a cuatro establecimientos top.
Eso dará lugar a que en el escenario mundial los productos peruanos sean revalorados, los establecimientos de cocina peruana que existen en distintos países serán vistos con mayor atención, el turismo gastronómico que recibe el Perú se impulsará y los puestos de trabajo que generan los restaurantes peruanos de alta categoría se verán reforzados.
Sin embargo, en lugar de aplausos y reconocimientos, de inmediato se activaron una gran cantidad de comentaristas cuestionando el precio del consumo en Central o el nombre y la composición de ciertos platos, hasta llegar a la torpeza de preguntar por qué no servían salchipapas.
Una de las razones de la incapacidad para reconocer el triunfo de la gastronomía peruana y aplaudir a sus jóvenes y meritorios autores, se debe a una herencia colonial. Culturalmente el Perú padece uno de los peores sentimientos que los miembros de una sociedad pueden tener: la envidia. En el caso peruano es más grave todavía porque hemos heredado la peor expresión de la envidia que existe en el planeta: la envidia española.
En la compleja alma de los seres humanos existen diversos malestares, uno de ellos afecta a todos sin distingo de nacionalidad: la envidia, entendida como la molestia que genera no tener lo que el otro posee. Hasta allí puede ser entendible siempre y cuando la envidia se procese en silencio.
Pero la envidia española es peor: no solo molesta lo que el otro tiene sino que se desea que el otro pierda lo que ha logrado. Que se destruya el objeto o el logro que causa envidia. Esa insana envidia busca que nadie sobresalga, todos en la mediocridad y que nadie destaque.
Ese es el origen del espectáculo bochornoso que hemos tenido en estos días. No han existido los homenajes o aplausos que se merecen quienes han logrado el éxito con los restaurantes Central, Kjolle, Maido y Mayta, hoy ubicados entre los mejores en el escenario mundial.
Ni siquiera se ha tenido en cuenta que el éxito logrado se refiere a uno de los escasos ámbitos de prestigio de nuestro país: la gastronomía. En lugar de celebrar el éxito, los envidiosos, ahora que tienen las armas gratuitas de las redes sociales, exhibieron, sin ninguna vergüenza, sus altas dosis de envidia que se puede resumir así: “Como no tengo plata para ir a Central, entonces cuestiono, critico o me burlo”.
Por eso han preguntado con sorna, por ejemplo, “¿por qué Central no vende salchipapas” sin darse cuenta de que están exhibiendo una característica del envidioso: la vileza y también una característica del mediocre: cree que tiene razón y por eso la exhibe sin pudor.
Un escritor español ha reflexionado ampliamente sobre la envidia española. Utilizo este párrafo. Sustituya usted español por peruano y verá un retrato exacto de la peruanidad:
“El español es genéticamente vil, envidioso y violento. Durante mucho tiempo no fue su culpa, ahora ya no hay excusa. El que ahora es cerril, vil, infame, envidioso e insolidario es porque quiere. Ahora somos mucho peores que en el siglo XVIII, porque podemos elegir, y hemos elegido irnos al carajo, culturalmente, socialmente y educativamente”.
Ni siquiera se ha tenido en cuenta que el éxito logrado se refiere a uno de los escasos ámbitos de prestigio de nuestro país: la gastronomía. En lugar de celebrar el éxito, los envidiosos, ahora que tienen las armas gratuitas de las redes sociales.
Es triste sin duda pero, afortunadamente, en el Perú existe un sector amplio de peruanos que en los últimos años ha empezado a entender el valor del éxito basado en el esfuerzo y en la tenacidad. Se ha visto reflejado en las respuestas de rechazo que los criticones recibieron en las redes sociales. También es bueno percatarnos de que, precisamente, uno de los sectores que cree en el éxito es el de los emprendedores en el rubro gastronómico en todos los niveles sociales y ellos también son parte del extraordinario triunfo logrado por Virgilio Martínez (Central), Pía León (Kjolle), Mitsuharu Tsumura (Maido) y Jaime Pesaque (Mayta).
Cierro con una frase de esperanza de Arturo Pérez-Reverte, el autor citado líneas arriba: “Nos salvaríamos si tuviéramos educación y en los colegios nos enseñaran a querernos unos a otros”.
*Escritor, periodista y abogado. Se graduó en Letras y Derecho en la Pontificia Universidad Católica del Perú y luego se desempeñó como catedrático en la Facultad de Derecho. Ha ejercido el periodismo en prensa gráfica, radio y televisión, realizando coberturas sobre terrorismo, narcotráfico y campañas electorales.
Autor de libros como Anatomía de una tragedia (2022), Camino a Rusia (2018), Historia de dos aventureros (2018), Abimael (2017), Morir dos veces (2016), Secretos del túnel (2007), Ojo por Ojo (2003), entre otros títulos.