InicioFrutos Extraños"Cada quien cumple un rol", un cuento de Marcio Taboada Zapata

“Cada quien cumple un rol”, un cuento de Marcio Taboada Zapata

El timbre interrumpió el desprendimiento. Tuve que cortar y ajustar. Supongo que a ustedes les ha pasado lo mismo alguna vez, por lo que entenderán cómo se siente: un asco. Me limpié ocho veces; sí, contabilizo todo. Detesto los impares, excepto el tres. Trastorno obsesivo-compulsivo, eso lo he leído, porque para qué ir a un psicólogo o psiquiatra si existe una extensa y rigurosa bibliografía sobre el cerebro y sus encrucijadas. En fin, podemos aplazar ese tema. Lo adecuado aquí es seguir el rumbo de los acontecimientos; es decir, detallarles que, incluso en la última pasada, el papel salió manchado.

No crean que no sé limpiarme, fue culpa del sonido, entorpece mi asepsia. Entonces ¡Ya voy!, ¡ya voy!, grité, al tiempo que lavaba mis manos. Ahí lo tienen: siempre lavo mis manos después de. Con bastante agua y jabón, por supuesto. Luego, un poco de alcohol. Una, dos, tres, cuatro gotitas. El problemita… lo hablaremos cuando termine esto, que es más importante. Les decía: el punto es que, aun suspendiendo la evacuación, estaba demorando bastante, por lo que pensé que quien quiera que fuera que estuviese afuera se cansaría y daría la vuelta, pero me equivoqué: continuó presionando el botón. Entonces respondí ¡Yaaa!, ¡yaaa! ¡Voooy! ¡Diooos!

¿Qué piensan del destino? Me gustaría escucharlos. A veces, se pasan de reservados. Lo detesto. En serio, su opinión podría ayudarme. Bueno, por mi experiencia, estoy convencido de que está escrito. Les explico: en mi caso, las líneas que lo componen se encuentran atiborradas de seres infortunados. Por eso, la mayoría de mis días permanezco dentro de estas cuatro paredes, pues mi intención para nada es causarles más infortunio.

Abrí solo un poco, lo que me recuerda instalar una mirilla. ¿Conocen a algún cerrajero? ¿O a algún carpintero? ¿Quién realiza esos trabajos? ¿Cualquiera de los dos? Perfecto. Antes de dormir, me dejan el número de contacto, por favor. Prosigo: se trataba de una voz grave metida en una piltrafa humana.

Disculpe, no es mi intención molestarlo, buen hombre, ¿puedo usar su teléfono? Así me dijo, «buen hombre». ¡Encima, ridículo! ¡Y qué ridícula excusa!, ¿verdad? ¡Quién anda sin un celular en estos tiempos! Como era de esperarse, puse cara de desconfianza, de pocos amigos, ya saben a cuál me refiero. Ajá, la de culo. No puedo ayudarte, le dije, mientras cerraba.

Aguarde, por favor, suplicó el flaquito mozalbete, deteniendo el trayecto de la puerta, necesito comunicarme con mi madre, acabo de ser asaltado a la vuelta de la esquina. Lo miré de arriba abajo sin reparos. Debo darle crédito por su rapidez mental. No obstante… ¡vaya!, no obstante, digo; me ha empezado a gustar usar estos conectores, pese a su carencia de familiaridad y a la incomodidad que representan a la oralidad…

No obstante, aún era una bobería: en las zonas residenciales de la ciudad, por lo menos en esta, esos delitos son inverosímiles. Recapitulo: rogaba que le prestara mi teléfono. La especificación de teléfono móvil o fijo fue obviada. Lo pidió juntando las palmas de las manos; se veía como la estampa de los pastorcitos frente a la Virgen de Fátima. Por el amor de Dios, señor, dijo.

Disculpe, no es mi intención molestarlo, buen hombre, ¿puedo usar su teléfono? Así me dijo, «buen hombre». ¡Encima, ridículo! ¡Y qué ridícula excusa!

Estuve parado detrás de él durante su llamada. No tan cerca, pero igual… Es de mala educación, ¡y qué!, debía proceder de tal manera. Advertí la incomodidad que le ocasionaba mi presencia, por su levantamiento de hombros, por el volumen de su voz, un susurro atropellado entre la bocina y su boca. Se comprimía. ¡Y qué me importa!, pensé, ¡qué se aguante, de aquí no me muevo! Hasta que de repente tapó la bocina y volteó: Disculpe, dijo, ¿cuál es su dirección exacta? Me enviarán un taxi, explicó.

Este sí que era tonto, y me percibía a mí como un estúpido. Tal cual ustedes, ¿cierto? En su momento, ahora su concepto sobre mi persona ha cambiado. Lo sé. Sin embargo, fue así, ¿verdad? Respondan sin temor. Además, hoy por hoy, somos buenos amigos, casi hermanos. Incluso compartimos el mismo techo. Les doy todas las comodidades que desean. El miedo ha debido disiparse por completo. ¿O son andróminas?

¿Se dan cuenta de lo que es la divina providencia? Yo, que estoy encerrado la mayor parte del tiempo, yo, que trato de sacarle la vuelta. Son testigos. Saben que hablo con franqueza. Es el sino mismo el que me trae la desventura o, mejor dicho, a los desventurados. Considero que la fatalidad obra de modos justos también. ¿O por qué no tocó otra puerta el desgraciado?

La realidad nos muestra la existencia de diferentes tipos de hombres y mujeres. He meditado sobremanera acerca de ello; me he colocado frente a mis congéneres, he intercambiado posiciones y la conclusión es única: cada quien cumple un rol.

"Cada quien cumple un rol", un cuento de Marcio Taboada Zapata

Probablemente, vivamos en la inopia con respecto a lo que menciono, mas así es la cosa. Por eso acepté su petición, consciente de la mentira: él conocía los datos. Le dicté el nombre de la calle y el número de vivienda. Agradeció y repitió mis palabras a su interlocutor.

El carro llegará dentro de unos cinco minutos, me informó, apenas colgó. Okay, le dije y, al instante, pregunté: ¿es la primera vez que le sucede? Sí, mire usted, ¡qué horrible! Me pusieron un cuchillo en la yugular solo para quitarme mi celular y mi billetera. Lo que nos pasa a los buenos hombres. Imagínense el grado de cinismo, incluirse en el grupo de los buenos hombres. Sin hesitación alguna, los papeles se establecieron en el acto. ¿Me entienden? Claro que lo hacen.

Me adelanté. Le ofrecí un vaso con agua, con este la idea de perfección. Aceptó. Soterré la náusea producto del gesto de ilusión perversa en su cara. ¡Bobo granuja! Resoplé en mis interiores. Vuelvo enseguida; siéntate ahí, le señalé el sillón.

 ¿Han visto a esos animales, depredadores entre comillas, que muerden a otros animales, sus presas entre comillas, que resultan ser venenosos, por lo que terminan sucumbiendo? Es decir, el uno estaba equivocado sobre su rol. O acaso los hilos estaban urdidos de tal manera. ¿Lo pillan? Esa es la figura. Ay, estúpido ladronzuelo, embustero de pacotilla, delincuente de poca monta. Añadan los epítetos que se les antoje.

Le llegó la justicia divina o, siendo exacto, caminó hacia ella. Se le ocurrió seguirme. Lo que son los giros. En absoluto. Aquí repito la interrogante: ¿Creen en el destino? Es menester que me respondan. Lo exijo. ¿Sí? Lo esperaba. Y qué gusto me da que hayan aprendido. Mi pecho se distiende por la satisfacción. Déjenme regocijarme, ya que con eso puedo continuar por una senda límpida, iluminada.

Allí me hallaba, pues, al pie de la alacena, estudiando los movimientos objetivos y subjetivos. Jarra cristalina y utensilios de cocina al alcance de la mano, en perfecto orden. Atmosfera usual. Y mi espalda, expuesta ante la entrada de la habitación. La experiencia, de mi lado. Ah, joven imbécil… pensaría, según su idealización, que, sin percatarme de su asecho, me pasaría la filosa hoja de su arma blanca por el cuello o hundiría la punta en alguno de mis órganos vitales. El hedor se intensifica. Debo darme un baño, así que mejor me apuro.

Fue sencillo. Apenas sentí su cercanía, tomé el cuarto adminículo que saludaba mis vistas y viré, raudo, para convertirme en la herramienta de la fortuna, como tantas otras veces, como con ustedes, por ejemplo. ¡Una vuelta maravillosa! La línea igualitaria entre el bien y el mal. O sea, apartando los ambages, quien plantó no un cuchillo, sino un machete, en la tráquea de un cuerpo, fui yo. Desplanté y volví a plantar. Repetí dos veces más. Tal fue la fuerza de mis cuatro movimientos que aparté su cabeza del resto de su cuerpo. Justo en el instante de la completa separación, un automóvil tocó el claxon estruendosamente.

El sonido ensordeció el espacio siete veces. ¡Un maldito impar! El conductor del falso taxi, quien, a esta altura de la historia inferirán, con certeza, que era el cómplice del flacuchento infeliz, bajó y forcejeó inútilmente.

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Ya me conocen. Actué con tranquilidad. Mantuve el silencio. Un mutis pacífico, observando el piso de la cocina llenándose del asqueroso rojo. Cavilé sobre los colores, los aromas, los designios… ¿de quién? ¿Quién o qué determina la posición, los desplazamientos de las fichas en el tablero? ¿Qué opinan? Incógnitas enormes, motivos para hablar al viento, viento que lleva las palabras… hacia lo que desconocemos.

En ese sentido, luego de recitar la oración, el agradecimiento a la vida, a su contraparte, que en sí es lo mismo, aunque al revés, higienicé el lugar, escrupulosamente. Y aquí me tienen. Él, por su parte, está secando; pronto se los presentaré. ¿Me esperan? Es imperioso ducharme. Media hora o treinta y dos minutos. Treinta y cuatro a lo mucho. No tardo más.


Marcio Taboada Zapata nació en San Pedro de Lloc, capital de la provincia de Pacasmayo, La Libertad, en 1994. Es licenciado en Comunicación y Periodismo, egresado de la Universidad Privada del Norte (Trujillo). En 2020, fue uno de los ganadores del primer concurso de cuentos realizados por la Municipalidad Provincial de Pacasmayo.

En 2021, publicó Sórdido, libro de relatos cortos que abordan zonas prohibidas de la naturaleza humana, por el cual, en 2022, durante el XIV Encuentro de literatura hispanoamericana Iván La Riva Vegazzo, la Casa de la Cultura y Turismo de San Pedro de Lloc lo reconoció como “Escritor joven revelación 2022”. Noche del amor forma parte de su libro de relatos Sórdido.