Una tacita blanca en medio de tanto hombre de oscuro.
Andrés Calamaro —zapatos, pantalón, polo, chaleco y lentes negros— levanta una tacita blanca y bebe en medio de su concierto en el teatro Víctor Raúl Lozano Ibáñez de la Universidad Privada Antenor Orrego. Apresaba el asa del recipiente con dos dedos, con una sutileza impropia de la energía que evidenciaba con el micrófono en la mano.
Un hombre con una taza pequeña es una imagen de sosiego. Un cantante con una taza en medio de un show es una imagen rara. Calamaro, en Trujillo, con una taza blanca es pura resistencia. La noche del jueves, con una banda minimalista —solo cuatro músicos— demostró que menos es más y que el rock está vivito y coleando, a pesar de los tiempos estruendosos y los ritmos urbanos diseñados por algoritmos, autotune y que adoptan la forma, como dice Zygmunt Bauman, de todo y contra todo.
Calamaro probó, además, que un repertorio potente, dilatado y acertadamente interpretado aún sigue seduciendo al público y que, a veces, son innecesarias las grandes escenografías para vivir un concierto a plenitud que deje contento a varias generaciones; porque entre el público se observó a padres e hijos, jóvenes y adultos, incluso, a niños que cantaban al ritmo del Salmón. “Yo no sé si estoy yendo o volviendo de la música”, confesó para un medio digital de su país.
Calamaro no es un artista que hable con el público. Es pura canción. Puro arte. Pura entrega. Y eso quedó claro desde su primera canción de la velada: Bohemio. “Gracias, Trujillo lindo”, diría más tarde. Todo lo demás fue el interés y la conducta para atender otros asuntos: dejar sentado que lo volátil y efímero de nuestro tiempo tiene resistencia. “Te quiero porque dentro del abismo vas a seguir siendo el mismo para mí”.
Siguieron Cuando no estás y Verdades afiladas, canciones de discos que grabó en el 2013 y el 2018, los cuales justifican la vigencia de su propuesta que dimensiona lo mejor rock argentino: sus letras.
Calamaro es la prueba viviente de que para cantar no se necesita una buena voz. En el documental Rompan todo de Netflix se postula que en el rock de Argentina no hay buenos cantantes; sino buenos letristas. He allí su santo grial. “Atrapado por verdades afiladas que me van a lastimar de todos modos. Despedirse de una carta tiene eso. No es lo mismo despedirse con un beso”.
Ronca, raposa. Así es la voz de Calamaro, quien se contornea en el escenario. Baila o intenta bailar. Se inclina para que su cuerpo forme un ángulo de 90 grados y apunta con el dedo anular al público, y a sus músicos para ordenarles o recompensarlos.
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Suena Crímenes perfectos y todo el público canta. Allí agradece: “Gracias, Trujillo lindo”. Para cantar Me arde, la primera canción de la noche del gigantesco disco Alta suciedad, que ubicó al argentino en olimpo del rock en español, coge unas maracas, ese instrumento de origen venezolano.
El público fue muy exigente. Entre canción y canción exigían los clásicos de la dilatada discografía del argentino, que empezó en el 1984 con Hotel Calamaro y se extiende hasta el 2021 con Dios los cría. Son 16 álbumes de estudio, 7 en vivo y 17 producciones recopilatorias. Además, tres discos con Los Abuelos de la nada y tres con Los Rodríguez.
Calamaro recibía esos pedidos —impertinentes por la insistencia— con una mano en la cintura y la otra sosteniendo su taza blanca. Listo para beber y embeber. Entonces suenan All you need is spot, Gaviotas y Rehenes. Hasta entonces, el pañuelo-chalina, con el que inició el concierto, dejó el cuello y ahora cubre su frente. Parece un apache. Una día antes de su concierto, parecía un analista deportivo.
Junto al exfutbolista el Kun Agüero participó en una transmisión en vivo para comentar el partido del Barcelona contra el Inter de Milan por la Liga de Campeones de Europa. El artista aprovechó para elogiar la comida peruana. “Decir que Perú tiene muy buena comida y otra que hay tres mil clases de papa diferente”, dijo desde Trujillo para el mundo mundial.
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Los aviones, Maradona/Espérame en el cielo, Estadio Azteca y Tuyo siempre tranquilizó a los impertinentes que continuaban gritando canciones en una clara evidencia de que toda repetición es una ofensa. Calamaro respondía cantando. “Dicen que hay, dicen que hay un mundo de tentaciones. También hay caramelos con forma de corazones”. Dejó el saco y ahora en polo, chaleco y brazos tatuados al descubierto parecía más rockero. “Maradona no es una persona cualquiera. Es un hombre pegado a una pelota de cuero”.
El Calamaro que canta en el teatro de la UPAO cumplió 61 años el 22 de agosto. El Andrés que mantiene calmado, ahora, al auditorio con Nowhere man, una versión del tema de The Beatles, es un joven que vio el Mundial 78. Luego rejuvenece con Hong Kong, canción que ganó un Grammy este año y que grabó junto al rapero español C. Tangana. “Me ha devuelto a la cresta de la ola”, contó para la revista Hola sobre su trabajo con el joven ibérico.
Calamaro no es un artista que hable con el público. Es pura canción. Puro arte. Pura entrega. Y eso quedó claro desde su primera canción de la velada: Bohemio. “Gracias, Trujillo lindo”, diría más tarde. Todo lo demás fue el interés y la conducta para atender otros asunto.
Calamaro lleva 45 años en los escenarios. Entre sus trabajos destaca su participación como compositor y tecladista, en 1986, el disco Puedes ser tú de Micky González, el músico hispano radicado en Perú, que mezcla el rock con ritmos negros. En 1991, con Los Rodríguez graba Mi enfermedad, un tema pedido por Diego Armando Maradona para su vuelta a los campos de fútbol. “Soy el remedio sin receta y tu amor mi enfermedad. Estoy vencido porque el cuerpo de los dos es mi debilidad”, canta el auditorio trujillano.
Siguen los tiempos de Los Rodríguez con A los ojos y Canal 69, para dar paso a El Salmón, título de un trabajo único en su especie. El argentino lo grabó en cinco discos: más de 103 temas.
Después, subió a los presentes a una montaña rusa: Flaca, Alta suciedad, Paloma y Sin documentos. “Dejame atravesar el viento sin documentos. Que lo haré por el tiempo que tuvimos”. Simplemente: himnos de los noventa.
El cierre fue con Los chicos, tal vez, el momento más nostálgico de la velada. En las pantallas aparecieron los amigos del cantautor que ya no están en el mundo terrenal. Destacan Django, Cerati y Marciano, el vocalista de los Enanitos Verdes, quien falleció solo hace unos meses.
Durante toda la noche, Cerati mostró el tatuaje de un toro de lidia que lleva en el antrebrazo derecho. Es la silueta de un animal robusto y listo para atacar. Es conocida su militancia en la tauromaquia. Una vez le preguntaron qué le diría a los que creen que las corridas de toros no son un arte. Esto respondió: “A mí me parece tremendo que en internet sea un jurado de qué cosa es arte y qué cosa no. Como si hubiéramos escuchado tanta música, pintura y literatura como para decir con suficiencia que la tauromaquia no es arte. ¿Quién lo dice? ¿Picasso? No. ¿Orson Welles? Tampoco. ¿José Bergamín? ¿Manuel Chaves Nogales? ¿Ernest Hemingway? Ninguno de esos lo dice y Salvador Dalí tampoco. Y esos saben de arte”.
Levantando el brazo, ese que lleva el animal tatuado, se despidió del auditorio trujillano, el artista que vive como un torero: siempre cerca del muerte del olvido. Pero siempre triunfante porque sigue vigente. De fondo de escucha Nerva, un paso doble peninsular y Calamaro camina rumbo al telón entre vítores como si hubiera cortado rabo y oreja.
Playlist
1. Bohemio
2. Cuanto no estás
3. Verdades afiladas
4 Crímenes perfectos
5. Me arde
6. All you need is spot
7. Gaviota
8. Rehenes
9. Los aviones
10. Maradona/Espérame en el cielo
11. Estadio Azteca
12 Tuyo siempre
13. Nowhere man/Hong Kong
14. Mi enfermedad
15 A los ojos
16. Canal 69
17 Salmón
18. Flaca
19 Alta suciedad
20 Paloma
21 Sin documentos
22 Los chicos