Hace un tiempo, estando en aula, una señorita de secundaria me hizo una pregunta más que interesante: “Profe, sé que no viene al tema, pero para usted ¿cuál es el mejor grupo de cumbia del Perú en la actualidad?”.
La clase se detiene, todos observan a la espera de la respuesta. Sonrío: la pregunta me agrada porque saben que soy hincha de la música, me fascina, me agrada, la disfruto, la vivo, saben que la música en sí es una de mis pasiones. La clase observa, yo los observo. Respondo: “Bueno, para mí, el mejor grupo de cumbia que tiene el Perú, en estos momentos, es Agua Marina, desde hace mucho, y por mucho tiempo más”, y veo el rostro de varios sonriendo, leo en sus labios el “y no va ser”, y celebran el contento.
La clase continúa, pero en la cabeza queda la imagen, regresan las canciones, las buenas fiestas, los buenos bailes, los buenos temas. Imposible no dejar de escuchar, imposible no reconocer la importancia de este grupazo, imposible no compartir unas palabras y más.
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Agua Marina surge en Sechura, en el rico norte peruano, allá por 1976, en pleno auge y surgimiento de lo que luego llamaríamos la “cumbia peruana”, importante fusión de la cumbia colombiana y los ritmos andinos y amazónicos que se estaba dando en ese tiempo con agrupaciones como Los Destellos, El Cuarteto Continental, Los Continentales, Los Cantaritos de Oro, Los Hijos del Sol, Los Mirlos, Los Shapis, Vico y su grupos Karicia, Grupo Celeste; la aparición del grandioso y único rockstar peruano, el papá Chacalón, y una lista hermosa de grupos que hicieron que este género deje su estatus de subgénero musical popular, para convertirse en elemento vital y representativo de un país que poco a poco va forjándose una identidad que lucha por reconocerse sin temor frente al espejo: un país multicultural, plurilingüe, de “todas las sangres”, en el cual era inconcebible que antes te pusieran en un evento de “categoría importante” este tipo de música, no, pero que ahora se hace necesaria hasta la médula porque es una de las tantas luces que nos identifica como país, como pueblo, como cultura.
Y si, Agua Marina está dentro de ese exclusivo séquito de agrupaciones que la lucharon desde siempre para lograr que la cumbia sea vista no solo como una mera decoración situacional, sino que sea parte de la banda sonora de nuestras vidas, y que cada año le basta con sacar uno o dos temas que se convierten en éxitos obligados, para seguir vigentes por muchos años más.
Y no cualquier tema, no: ha de ser el tiempo, los años, pero escuchar una canción de Agua Marina es una experiencia única, un lujo: cada sonido es preciso, cada remate y toque es exacto, cada arreglo forma y cierra un círculo perfecto, no hay nada suelto, nada, y eso solo se logra con tiempo, con disciplina, con ese respeto al arte que muchas veces no se tiene, así de sencillo. Y con esto la memoria.
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Recuerdo haberlos escuchado en el tiempo en que trabajaba para luego presentarme a la universidad. Recuerdo que se pusieron de moda, sonaban en todas las radios, todos escuchaban sus temas, todos sin excepción, y todos felices, todos con algarabía y emoción, porque ese es el poder de la música: despertar del letargo a las almas y dibujarles un pretexto o motivo para sonreír.
Recuerdo que mi hermana me contaba que en su academia había un broder locazo, con un peinado de los bravos y que pertenecía a una banda de rock (que luego llegué a conocer, y de quien me hice pata con el tiempo), que se había hecho hincha del tema Tu amor fue una mentira que por ese momento se había convertido en una especie de cántico emocional impregnado en el corazón de todos los peruanos. Y eso era bacán, se sentía bacán; así empezó a meterse más Agua Marina en la gente, en sus días, y en sus recuerdos, así como en los míos, así.
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Recuerdo la universidad, los primeros años, los primeros amores, las infinitas decepciones. Recuerdo que me enamoré de una persona que gustaba mucho de la cumbia, género al que recién le empezaba a agarrar cariño, y con ella el descubrimiento de varios grupos, de varios nuevos discos para escuchar: Armonía 10, Los Tumis de Cartavio, la Internacional Pacífico, para luego descubrir a un grupo con letras mayores: Súper Grupo.
Pero de entre todos ellos, escuchar a Agua Marina fue un nuevo descubrimiento. Ya conocía de ellos, sabía algunas de sus canciones, mi madre me había hablado en alguna oportunidad que cuando ella estaba joven, en los veinte años aproximadamente, llegaron a su tierra, al rico Higuerón, allá en mi otra tierra, en la cálida Tumbes, lugar donde puedo llegar a creer que Comala existe; me contaba que había llegado al pueblo para su aniversario y que la expectativa en sí era muy grande. Imagino esos tiempos, donde el verdor era más grande, donde la naturaleza lo era todo, imagino.
Pero no fue hasta el segundo o tercer año de la universidad cuando el significado de algunas canciones y grupos tomaron diversos rumbos. Y fue una tarde, lo recuerdo, en casa de esta persona, muchacha hermosa, con una eme infinita en su nombre, que me dibujó una canción mientras estábamos sentados en el sillón, abrazados o tomados de la mano o la cintura, que es el recuerdo en sí y nada más, cuando pone este tema y me pide escucharlo con ella.
“Escúchala”, me dice, “te la dedico”, y siento en mis oídos los versos de “Esta vez me enamoré”, y decir que empiezo a flotar es poco: en mi mente un mundo a su lado, una vida a su lado, la felicidad, los pretextos de la felicidad. Aún me gusta esa canción, no lo puedo negar, pero también comprendía que las promesas de amor eterno solo duran un tiempo, y así como las palabras fluyeron, también se fueron y no volvieron a regresar. Finito.
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Comparto la memoria de esta magia, de este grupo, de esta Agua Marina que florece desde el norte hacia la eternidad, porque es un viaje donde los sonidos nos devuelven los años, la juventud, el tiempo perdido. La buena cumbia, la rica cumbia, la cumbia inmortal en mis oídos, atinándole a este mortal que solo recuerda, siempre recuerda. Punto.