Pablo Enrique Medina Sanginés alimenta palomas en la calle todos los días. Lo hace sentado en una banca, con la pierna cruzada, como las personas elegantes.
Cumple esa faena de manera religiosa de nueve a once de la mañana, como las almas grandes y disciplinadas. Practica ese pasatiempo en su tierra natal, como los privilegiados que no migraron ni se alejaron de todo para forjarse un nombre.
Está cerca de cumplir 81 años y no expresa ningún menoscabo de sus capacidades físicas ni mentales, salvo su cojera indeleble, secuela de la polio que lo atacó cuando tenía 4 años.
Ha publicado nueve libros y otros están a la espera de apoyo para que lleguen a sus lectores. Está venciendo uno de sus temores: escribe una novela.
–Don Pablo, ¿qué es la literatura?
—Es la belleza en letras y pensamiento.
—¿Cómo la literatura puede ayudarnos a que seamos más tolerables, mejores personas, una mejor comunidad?
—Si usted se dedica a escribir la vida del pueblo, las cosas positivas que pueden ser leídas por los jóvenes, ellos van a querer imitarlo. No me parece escribir de cosas atroces. No me ha gustado la tragedia.
—La literatura es también la memoria de un pueblo. Por eso existen las leyendas, los mitos, las mismas vivencias.
—La literatura es bastante importante porque rescata las historias de las personas, como en el caso de La Huaca. Antes, la gente contaba los cuentos y leyendas de forma oral. Yo cuando estaba chiquillo —tendría unos 9 años—, no había luz ni televisión, entonces, escuchaba a mis abuelitos, a los viejecitos contar. Apuntaba en un papel de despacho, me imaginaba el cuento y le ponía un título. Y como yo cargaba agüita, me iba al campo, tenía una alforja en mi burro. Y esos papeles los metía ahí. Por eso, mi primer libro se llamó Relatos de alforja.
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Una sobrina cruza la calle y él la llama. Le entrega un papel en el que anotó una fecha y “La República”, el nombre del periódico. Le pide a la muchacha que le entregue a una tal René. “Que busque ese diario, por favor”.
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Apuntaba en un papel de despacho, me imaginaba el cuento y le ponía un título. Y como yo cargaba agüita, me iba al campo, tenía una alforja en mi burro. Y esos papeles los metía ahí. Por eso, mi primer libro se llamó Relatos de alforja
—¿Cómo recibió la gente su primer libro?
—Gustó mucho, porque tenía bastantes sucesos que la gente se acordaba que eran ciertos. Por ejemplo, La noche de la chancha, que fue un 4 de julio, había sido un hecho real, porque la puerca atacó a varias personas.
—Usted partía de un hecho real, pero luego lo imaginaba, lo ficcionaba.
—Exactamente. Yo le daba esa ‘nube’ y la gente le gustaba. Después ya vinieron Maletín del diablo, también el Tren de la medianoche, que fue narrada sobre la vía férrea por un ateo, quien se burlaba de los muertos, hasta que le salió el diablo y cambió. Después, ya no dejaba de ir a los rezos.
La importancia de la oralidad. En el norte del Perú, la oralidad es rica y fundamental.
—Sí, pero ahora ya no, porque la televisión mochó todo eso. Y los celulares más.
—Don Pablo, usted nació en La Huaca…
—Nací hace, exactamente, 80 años 6 meses aquí en La Huaca. Solamente salí 5 años para estudiar mi secundaria.

—¿Dónde estudió?
—Yo era muy pobre y lloraba. Me compungía porque mis amigos, cuando íbamos a pasar a secundaria, decían “yo me voy a tal sitio”, “mi papá, mi tío me va a llevar” (en aquel tiempo en La Huaca solo funcionaba un colegio de primaria). Yo no tenía nada, pero ocupaba el primer puesto, y un día llegó una comisión de educación de Paita y nos reunió: «Hemos venido a felicitar a un alumno que ha sido modelo durante toda su primaria”. Y mostraron un documento firmado por (presidente) Manuel Odría o Prado. “Él ha sido el becado del distrito de La Huaca”. Fue una alegría porque iría gratis al internado en Paita. En la calle Junín.
—¿Allí estudió toda la secundaria?
—No, solo 6 meses, porque no me gustó. Yo era vago, andaba en el campo, el río, mataba pájaros por los cerros; y en el internado era como esclavo, era una vida militar. Tenía familiares en Talara y les conté mi problema. Me trasladaron. Terminé en la Gran Unidad Escolar Ignacio Merino de Talara.
—¿Cuántos hermanos son?
—De madre y padre solo soy yo. Mi papá era como tarjetero, que iba de casa en casa. Tengo unas seis madrastras y 16 hermanos.
—Y su mamá, ¿qué le contó de su nacimiento?
—Mi mamá me dejó de 7 años. Me crio mi bisabuela. Yo nací aquí en la estación (del tren), donde está una escuela ahora. Mi padre era jefe de estación del ferrocarril. Y al empleado, la Peruvian Corporation le daba habitación. Nací un 22 de julio de 1944.
Yo era muy pobre y lloraba. Me compungía porque mis amigos, cuando íbamos a pasar a secundaria, decían “yo me voy a tal sitio”, “mi papá, mi tío me va a llevar” (en aquel tiempo en La Huaca solo funcionaba un colegio de primaria). Yo no tenía nada, pero ocupaba el primer puesto,
—¿Cómo fue la relación con su padre?
—Muy poco con él. Me abandonó al año. A mí me crio mi bisabuela por parte de madre, María Zapata viuda de Morán. A la familia Morán, yo la aprecio mucho.
El llamado del fuego literario
—¿Cuándo identifica su vocación literaria?
—Cuando empecé a escuchar a los vecinos, a los viejitos sus historias en mi época de primaria. En secundaria, me encontré con tres escritores en el (colegio) Merino, uno de ellos fue mi profesor Juan Antón y Galán, un tal Sánchez y Delfín Yáñez Vallarta. Eran literatos. Y un día me dijeron: «Oye, Sanginés» —me enorgullecía que me llemaran con el apellido de mi madre—, «tú sabes, ¿qué es una décima?» No. «Estás haciendo décimas, pero mal hechas». «(Yánez Vallarta me dijo) Tienes talento, pero ¿sabes qué? Vas a venir a mi casa tres veces por semana a las ocho de la noche». Y fui.
—La importancia del maestro.
—En esa época, los profesores eran lindos. Me enseñó a hacer sonetos porque me gustaba la rima. Me decía, «Oye, tienes talento, vas a llegar lejos». Yo no le creía, pero me sentía feliz haciéndole un poema a una soña, al río.
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Le traen el periódico que encargó. “Un amigo está apurado porque ha salido un decreto sobre un juicio y no lo han pescado. Entonces, me ha dicho ‘lo que sea te doy’, porque no consigue ni en Sullana el diario. Ya se lo conseguí”, confiesa y ríe como un afortunado sabelotodo.
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—¿Qué está escribiendo ahora?
—Una novela. Siempre consideré que la novela era una escala difícil. Me daba miedo. Empezaba y no. En julio se murió una amiga de la infancia en Lima, la cremaron. Y un día pensando en ella me salió una especie de inicio de algo, lo copié; al otro día copié otro pedazo y ya llevo unas 46 páginas.

¿Y cómo escribe usted ahora? ¿A mano o en computadora?
—Yo ando siempre con mis papelitos y donde me siento o cuando me voy al campo escribo lo que pienso porque se escapa. Si, usted, quiere hacer un poema, lo piensa; pero lo quiere repetir, ya no. Luego paso esos apuntes a la computadora, que le facilita las cosas al escritor.
—Don Pablo, usted tiene 80 años y están en toda plenitud sus capacidades físicas y cognitivas. ¿Es normal esta característica en las personas de La Huaca?
—Es un privilegio, parece, porque, por lo general, la gente es olvidadiza. Le hice la consulta a un amigo médico. “Oye, yo no me olvido de las cosas”, le digo. Me responde: «Tremenda biblioteca que tienes, pues, ¿te los has leído todos?». Claro. Si uno compra los libros es para leerlos. «La lectura es buena», me dijo.
—¿Recuerda que un congresista —quien es médico— dijo que la enfermedad del Alzheimer atacaba a las personas que leen mucho?
—(Risas) Sí, yo saqué un poema de eso.
—¿Y cómo ve la Huaca ahora?
—Ha progresado, pero se ha politizado. Parece que politizarse es tomar las malas mañas. La política ha cambiado y no quieren hacer una política de honestidad. Eso tengo que criticar.
—¿Y a la juventud cómo la ve?
—La juventud está más dedicada a al esnob. Por ejemplo, les llama más la atención Speed (youtuber), ese moreno que llegó al Perú. ¿Y por qué no les llama la atención La Iliada, La odisea, un libro de Vargas Llosa?
Yo ando siempre con mis papelitos y donde me siento o cuando me voy al campo escribo lo que pienso porque se escapa. Si, usted, quiere hacer un poema, lo piensa; pero lo quiere repetir, ya no.
—¿Y su familia?, ¿hijos?
—Me casé y esa fue la causa por la que no estudié. Quería ser abogado porque tenía inclinaciones izquierdistas. Siempre me engañaba Carlos Marx. Uno joven piensa que va a cambiar el mundo, pero se da cuenta de que no. Anduve con Luna Vargas, por ejemplo; sin embargo, entró al poder y dio un cambio. Entonces dije: “Todo el que llega al poder cambia”.
—Esa es la maldición de la izquierda, ¿no?
—Yehude Simón, quien fue candidato a la presidencia, me mandó una carta, que aún guardo, para que aceptara la candidatura del pueblo que me quería. No quise, porque mi izquierda no era la que yo pensaba.
—Usted trabajó en la municipalidad
—En Talara estudié la carrera corta de Administración y Estadística. Eso me sirvió para trabajar en la municipalidad, en el registro civil.
Medina Sanginés: la familia
—¿Cuántos hijos tuvo?
—Seis. Cinco de mi matrimonio y uno afuera. Son tres mujeres y tres varones. Empate. Enviudé desde el 96.
—¿Cuáles son sus escritores referentes?
—Yo empecé con los españoles, como Calderón de la Barca. Después vino Homero, La odisea. Luego subí al colombiano Vargas Vila, por su libro El horario reflexivo. También, entré a Vargas Llosa.

—Vargas Llosa tiene libros ambientados en esta parte de Piura, como ¿Quién mató a Palomino Molero? ¿Qué opina del nóbel?
—Como escritor es bueno, pero hizo mal meterse a la política. Y hacer cosas indebidas. Por ejemplo, yo tengo posibilidades de enamorarme de una muchacha, pero ni loco, pues, pongo mis 70 años con 25; ¡está loco!
—Y de los escritores actuales…
—Yo empecé con un libro de casualidad, de Luis de Góngora y Argote. Me gusta su rima: “Traten otros del gobierno del mundo y sus monarquías, mientras gobiernan mis días mantequilla y pan tierno, ándeme yo caliente y ríase la gente”. Me gustó. Me enamoré de esos libros.
—Usted ya no sale de La Huaca.
—Yo soy enraizado en La Huaca. La quiero mucho. Si se trata de ayudar a los jóvenes, aquí vienen “don Medina me han dejado este trabajito”. Unos van a mi casa. Por ejemplo, cuando le ayudó a los universitarios de Sullana y de Paita, sí les cobro porque se trabaja. Pero a la gente de acá, no. “Anda más”.
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En el 2022, la primera feria de libro de Paita, uno de los puertos más importantes de Perú, llevó por nombre Pablo Enrique Medina Sanginés, un justo y merecido homaneja para el hombre de letras.
La Huaca es un distrito de Paita, en Piura Es un lugar rural, donde la mayoría de la población se dedica a labores agrícolas en sus propios terrenos o en propiedades de agroindustriales que se han instalado en los últimos años.
El calor en esta época del año llega como lenguas de fuego. El reloj está cerca de marcar las once de la mañana y antes de terminar la entrevista, Pablo Enrique Medina Sanginés, expresa un pedido: “Diga que he sido izquierdista, pero ya no”.