Ingresé a la universidad para ser docente de lengua nacional y literatura. Más por lo segundo, no lo puedo negar, pero en el camino le agarras cariño a este mundo infinito que son las letras y ves que tu carrera se ve complementada necesariamente por otras ramas que no puedes evitar descubrir, como son la filosofía, la historia, la psicología y más.
Así el conocimiento amplio, el generar un vasto panorama que te permita, al momento de ir a las aulas, enfrentarte a ese camino duro, complicado y maravilloso que es enseñar, porque lo tuyo no son químicos ni materiales de construcción, no (y con ello no pretendo minimizar cualquier profesión, para nada): son personas que tienes que formar, culturizar, tal vez, educar, ser ejemplo de conocimiento y tantas cosas más de las que no te das cuenta sino cuando estás en la chamba, en la cancha, como se dice.
Pero ingresas a la universidad con la esperanza, el deseo, la fe, el añoro, de que tus semejantes ingresantes sean parte de ese grupo que ha postulado a esta carrera por el amor infinito que le tenemos a las letras, a leer, a investigar más allá de las aulas, a ser un capo de los libros, mas te topas con una realidad muy diferente, muy distinta, y a muchos amigos y amigas que conocí en las aulas universitarias y que también amamos la lectura nos tocó; pero así sucede, así fue y así es; la idea es que cambie y para ello seguimos trabajando, seguimos esforzando la vida a diario, seguimos buscando el medio o camino con el cual motivar las voces que luego irán en ascenso, en la senda de aquel interés por las letras que siempre amamos. Pero vuelvo.
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Cada vez que me enfrentado a este tema del gusto por la lectura en los que estudiamos una carrera de letras, saltan las ya tres clásicas preguntas que todos nos hacemos y de las cuales trataré al menos de responder la primera en esta oportunidad. Y aquí va:
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Primera pregunta: “¿Por qué es importante para un docente de letras ser un gran lector?” “Hasta la pregunta ofende”, recuerdo que me dijera un profesor universitario hace ya muchos años, pero ahí va mi ensayo de respuesta: imaginen que un estudiante que no ha leído nada, que no siente atracción por la lectura, viene hacia nosotros y se aventura a hacernos la pregunta que muchos docentes siempre añoramos recibir: “Profe, ¿qué libro me recomienda?”, y si tú te has quedado con las lecturas básicas o teóricas que de seguro asustarían a cualquiera y no tienes la capacidad de recomendarle algo que a él le guste y no a ti, te apuesto a que pierdes un lector, pierdes la oportunidad de salvarle la vida a una persona, porque si no estamos preparados para poder recomendar un texto, un libro, algo, esa persona, ese estudiante, jamás volverá a acercarse a ti con ese deseo de querer conocer.
Imaginen que a una persona que nunca ha leído, sea estudiante o adulto, le damos a leer un libro como La vida es sueño (que en sí es una historia hermosa, pero un poco tediosa por el lenguaje antiguo que utiliza), corremos el riesgo de generar un rechazo y de esta forma el alejamiento.
Y seamos sinceros: muchos docentes queremos obligar a nuestros estudiantes a leer y amar libros que recién hemos leído ya de viejos en la universidad (y algunos ni eso, solo argumentos o poco menos); queremos obligarlos, es cierto, cuando eso no se debe porque matamos ese bichito que todos llamamos inquietud.
Tampoco está el hecho de darles libros de autoayuda (que es la solución para muchos docentes que no leen), no, porque los invitamos a creer que todos los libros son así, como telenovelas mexicanas mal contadas, en las cuales la felicidad la puedes conseguir siguiendo un modelo de acciones que funcionan muy bien en esos libros y pocas veces en la realidad, o que buscan con sus historias satanizar todo lo que hacemos, lo cual me parece ridículo.
Por ello es necesario armarse de todo un bagaje de lecturas, en lo más, para no caer en vacíos impropios de un docente capaz. Volvamos. Cuando esa pregunta surge, la de qué libro recomendaríamos, debemos siempre atacar con esta otra (aunque a veces responder una pregunta con otra suena torpe, en ese caso es necesaria): “¿Qué te gustaría leer: terror, romance, suspenso, policiales, humor?”, y así le mostramos que hay varios caminos, varias posibilidades, aunque no solo debemos quedarnos con la literatura, no.
Recuerdo que una vez (y es inevitable recurrir a la experiencia personal para brindar testimonio de las cosas) un alumno se me acercó y me dijo que no le gustaba leer, que nunca lo había hecho y que consideraba ello como algo poco importante. No me incomodé pero fui suspicaz. “¿Qué te gusta entonces?”, le pregunté, y me dijo que amaba jugar fútbol (respuesta clásica), que era lo mejor del mundo y tantas cosas más.
No sé jugar fútbol, mas conozco algo, y por ello le recomendé algunas biografías de jugadores emblemáticos que por aquellos días salían con un diario y traté convencerlo con este artilugio: “Todo amante del fútbol debe saber sobre los genios del balón”. Ríe, pero al poco tiempo me sentí feliz: vi que cada semana se compraba una de esas biografías y se la leía en sus ratos libres, y de tanto en tanto las pasaba entre sus compañeros; unos meses después vi que se las había leído casi todas y continuó su búsqueda de información sobre esa temática; tal vez no fue una obra literaria, pero ya estaba leyendo sobre lo que le gustaba, sobre lo que le apasionaba, y así poco a poco se fue sumergiendo en la necesidad de leer por conocer, por diversión, por querer, y ya; luego, cuando venían los libros de plan lector, no tenía problemas con acabarlos rápido y seguir leyendo otras cosas, porque ya se acostumbró a leer sin darse cuenta y de esa forma le había perdido el miedo a la lectura: ya se estaba forjando él mismo un camino, una disciplina lectora, y listo, había nacido un hábito en él.
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El placer por la lectura se puede inculcar de varias formas y no como escuchara decir a un profesor universitario (sí, de la UNT, de mi universidad que ahora es director de un colegio, y la vergüenza ajena surge): “El lector nace, no hay formas de hacer que a alguien le guste leer; al que le gusta leer, le gusta, y ya, y al que no, no, punto, así de sencillo”. Nosotros podemos inculcar en nuestros estudiantes ese gustito por leer, podemos, no en todos, claro, pero sí podemos. Solo busquemos nuestras propias fórmulas, nuestros propios medios, siendo el principal ser nosotros los primeros en leer, en conocer, en descubrir, porque, y aquí citar a Emilia Ferreiro es más que necesario: “Si los docentes no leen, son incapaces de transmitir el placer de la lectura”.