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Pedro Navaja, Pedrito Alimaña, el mejor de lo mejor

Sobre un par de canciones, una historia, algo por imaginar

Debo confesar algo: siempre quise escribir un texto sobre estas dos canciones, sobre estas dos historias, sobre estas dos voces, siempre, pero (y esto por el respeto a estas dos leyendas) no encontraba la forma para hacerlo, el cómo contarla; ahora, muchos años después de la idea inicial, ensayo una posibilidad con la intención del veremos qué tal, porque de esta historia sé algunos datos, fechas, anécdotas peculiares, pero no el cómo sucedieron las cosas en sí; por ello la imagino, me permito imaginar que así fue, porque de esa forma tal vez, quién sabe, pero sea el camino de la belleza el que nos impulse, y porque hay historias que solo se deben contar, así no sepamos al cien por cien el cómo, ni si hemos de conseguir la idea esperada. Pero vamos.

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En 1978, Rubén Blades presenta a la emblemática disquera Fania Records (sí, la que fundara el gran Johnny Pacheco junto a Jerry Masucci, y que llevara por el mundo entero a la infinita Fania All Stars) la idea que venía trabajando desde hacía mucho: el bosquejo de lo que sería una joyita de la música: el disco Siembra, en el cual se encuentran temas bravazos y muy adelantados a su época, como resulta ser Plástico, una canción que por el sonido parece grabada no hace mucho ya que se escucha recontra moderna, o la divertida Buscado Guayaba, con el peculiar solo de boca de poquito más de treinta segundos que se manda Rubén Blades porque “el guitarrista no vino”, o la mil veces hermosa María Lionza, un tema que hace pensar que la poesía se dibuja de salsa o la salsa se dibuja de poesía, y más. 

El detalle es que en primera un tema no pasa: el tema es Pedro Navaja, y bueno, es entendible para la época: la historia de un delincuente que muere a manos de una prostituta como que (imagino) no resultaba tan moderada para el tiempo en que se quería mostrar. Y peor, matar al protagonista en la historia tampoco resultaba muy alentador. 

Pero la disquera acepta bajo la condición de que los únicos responsables de cualquier crítica sobre el disco serían tanto Rubén como Willie Colón, esa dupla de oro que hizo buenos, muy buenos trabajos. El disco sale con poca esperanza, pero logra convertirse, en no mucho tiempo, en uno de los más icónicos trabajos que la disquera mostrara; eso hizo que la fama de los músicos estuviera al tope y que, sobre todo, el tema Pedro Navaja se dibujara como una de las canciones más representativas de la salsa de todos los tiempos. Ahora la otra historia.

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Después de enterarse de la aparición de un tema que contara la vida de un delincuente de los barrios bajos de la ciudad, imagino a Héctor Lavoe, el cantante de los cantantes, la voz de la gente brava de aquellos tiempos (y de los actuales y de los que vendrán), el tipo que había hecho de su vida una canción, y que sus temas formaran parte de la banda sonora de casi todas las vidas posibles e imaginadas, impotente ante lo real: alguien había cantado un tema que por derecho a él le pertenecía, un tema que por obligación moral debía tener su voz (y sí, estoy exagerando, pero imaginar es inevitable). 

Me lo imagino en un “Cómo es posible que a mí no se me haya ocurrido, cómo es posible que alguien lo haya hecho antes que yo, si esos son los temas que le canto a la gente, porque son de mi gente y para ellos, porque yo soy mi gente”. Y me lo imagino yendo a ver a Willie Colón, a su amigo de muchos años, de vida, de música, de pasión, y decirle que debía hacer algo semejante, o mejor. Y lo hicieron. Para 1983, y pienso debido a la fama obtenida por el disco de Rubén Blades, la Fania Records presenta el que sería el último disco, el último trabajo que grabaran el dúo Colón-Lavoe: el descollante Vigilante, un disco que consta de solo cuatro temas, cuatro joyitas de la salsa, como son la sufridamente hermosa y brutal Triste y vacía (y con esto algo claro: si no hubiera sido en su voz, esta canción no sería lo que es, para nada); la monumental Vigilante, un temón de poco más de doce minutos; la sutil y alucinante Pasé la noche fumando, que al escuchar sientes que el olor a tabaco flota en el aire, mismo cuento “Solo para fumadores” de Ribeyro; y la que es sin duda (y espero no equivocarme) una de las más épicas odas a lo marginal, a lo que está al borde de la ley: la inmortal Juanito Alimaña

La historia a partir de aquí es conocida: compuesta por Curet Alonso, Juanito Alimaña se ha convertido en un personaje más que real, se ha convertido en un himno, en una celebración a lo no apropiado, a lo ilegal, y al mismo tiempo es un canto a la vitalidad, a la supremacía, a la impunidad. Es una joyita, el tiempo ha dado la razón en ello, y es también el mismo tiempo que hizo querer más a este tema, sin olvidar a Pedrito, pero siempre recordando que será esta a la que mucha más gente invitará a cantar.

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El dato extra: imagino a Rubén un poco picón por el logro de Héctor, por hacer que su creación, quien era primero en la historia, pasara a un segundo plano, y por ello solo dos años después, en 1985, junto a Seis Del Solar saca el discazo Escenas, en el cual aparece algo más que peculiar: el tema Sorpresas nos cuenta que Pedro Navaja, el gran Pedrito Navaja, no murió, que está vivito y coleando, que se salvó porque “se arrancó la bala con los propios dientes”. Pero bueno, aún así, Juanito Alimaña lo logró, se sentó a la derecha de dios padre, y desde ahí contempla su legado con infinita solemnidad.

Cierro esta anécdota posible, esta historia por contar. Punto.

Oscar Ramirez
Oscar Ramirez
Oscar Ramirez (Lima, 1984). Docente de Lengua y Literatura y promotor cultural. Viajero incansable, reside por largos periodos en Trujillo. Dirige Ediciones OREM. Ha publicado los poemarios "Arquitectura de un día común" (2009), "Cuarto vecino" (2010), "Ego" (2013) y "Exacta dimensión del olvido" (2019); y el libro de cuentos "Braulio" (2018). Finalista del Premio Copé de Poesía 2021.Contacto: oscarramirez23@gmail.com