Solo Dios, que no es hombre, es inmune a las equivocaciones. Los demás, incluidos los héroes, estamos condenados a la falla o tropezón constante. Incluso, con la misma piedra.
Paolo Guerrero es un superhombre del deporte nacional. El hijo de Petronila, necesitó de una guerra que justifique su grandeza y esa fue la clasificación al Mundial Rusia 2018.
Todo lo que se cuente o deje de contar del delantero nacional es y será con el prisma de la campaña, en la que la selección peruana logró, como se alcanza un imposible o se recibe la gracia de Dios, un cupo para la justa mundialista.
Paolo Guerrero es un superhombre del deporte nacional. El hijo de Petronila, necesitó de una guerra que justifique su grandeza y esa fue la clasificación al Mundial Rusia 2018.
Guerrero fue genio y figura de ese equipo de pigmeos. Es verdad, que Gareca fue significativo; sin embargo, lo de Paolo, dentro del campo, fue superlativo: goles, coraje, jerarquía y arrastre.
Los peruanos que estábamos acostumbrados a disfrutar del fútbol a pesar de las derrotas, las victorias eran fenómenos anormales. “En ciertos países, el triunfo es un animal exótico”, escribió Juan Villoro.
Paolo Guerreo insaciable
Después, el delantero siguió luchando: contra el doping, contra hoteles, contra la edad, contra los dirigentes.
Su última gran batalla la libró contra los Acuña, a quienes trató como, en el campo de juego, fricciona con los defensas rivales. Perdió.
La grandeza no está en las victorias, sino en qué haces con las derrotas. A Trujillo, el delantero llegó como una persona vencida, pero ahora es un jugador animado y victorioso.
“Si quieres saber de mi vida, vete a mirar el mar”, escribió Martín Adán.
Fue un holograma el Guerrero que buscaba romper un contrato con un argumento poco verosímil.
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Fue un espejismo ese Paolo de la tele, inmaduro y pataleando, desde la paradisiaca Río de Janeiro, para imponer su voluntad, a pesar de los compromisos, a fin de no venir a una ciudad, ubicada en medio del desierto, fundada por un criador de cerdos y que ha dejado de ser primaveral para desfigurarse en cuna de sicarios.
Pero también es la capital de la marinera, de Chan Chan, las huacas de Moche y, en especial, de gente grata que reconoce de la trascendencia de Guerrero en el deporte nacional y se ilusionaba con tenerlo cerca para rendirle tributo como al héroe que regresa de la guerra.
Fue un espejismo ese Paolo de la tele, inmaduro y pataleando, desde la paradisiaca Río de Janeiro, para imponer su voluntad, a pesar de los compromisos, a fin de no venir a una ciudad, ubicada en medio del desierto.
El mar de Paolo es un campo de juego y su versión original es con pantalones cortos y chimpunes, y no con ropa de diseñador y junto a abogados de saco y corbata.
En el fútbol peruano es más fácil clasificar al mundial que ganarse un nombre. Guerrero lo tiene y es tan grande que atraviesa esferas sociales, políticas, económicas y culturales. Los futbolistas poseen varias vidas.
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En un país, donde los políticos y autoridades reciben niveles de aceptación paupérrimos, un deportista ocupa el papel de figura nacional y aglutina la necesidad de los peruanos de creer, reflejarse o ser representados por alguien.
Entonces, al héroe se le exige un comportamiento, que, por unas semanas, Guerrero, no cumplió.
Paolo Guerrero otra sangre
Empero, cuando debutó, el sábado 2 de marzo, solo necesitó de tres minutos para recibir una hemotransfusión. La sangre del fútbol otra vez en el delantero peruano más importante de las últimas décadas. La otra sangre era el miedo.
“Nuestra vida está en el campo de juego”, confesó en el flamante programa de YouTube de sus amigos Jefferson Farfán y Roberto Guizasola.
Y entonces la historia vuelve a su curso natural. El goleador de las selecciones peruanas corre dichoso por el Mansiche con un estilo como si fuera un bailador de ballet. Guerreo viaja en punta de pies.
Sus 40 años impulsan su jerarquía y ocurre el raro fenómeno de ir al estadio a ver a un solo jugador. Cuando toca el balón, paga el precio de la entrada. El público grita con deleite. El destino lo sabe.
Lo que se vivió el día de su estreno con la camiseta de Vallejo era un ambiente de partido de selección. Fiesta teórica y práctica, porque Paolo es a la bicolor, lo que la risa es a la alegría.
Guerrero ha corregido a la Vallejo en fondo y forma. Los poetas juegan mejor, no han perdido y han clasificado a la etapa de grupos de la Copa Sudamericana, lo que, además, representa un apetecible ingreso económico para el club.
He allí la relevancia de un jugador-héroe que ha enmendado su camino.
“Tenemos de genio lo que conservamos de niños”, escribió el francés Charles Baudelaire, uno de los poetas malditos. Guerrero está hecho para pelear, pero solo en el campo de juego.