En la vida real, España ha vilipendiado social, política y económicamente a Marruecos. En el deporte, el verdugo, a veces, se convierte en víctima. Los mensajes de odio de parte de los españoles hacia los africanos se elevaron a la enésima potencia en las redes sociales —ese vertedero de podredumbre— previo al partido que ambas selecciones jugarían en Catar.
El lío es la migración. En España viven unos 5.42 millones de extranjeros. La mayoría de ellos son marroquíes. En un estudio, casi el 50% de jóvenes españoles reconoce que los africanos son los que presentan mayor dificultad para integrarse en su país. Además, los problemas de convivencia están nutridos por los discursos xenófobos de la ultraderecha que han ganado espacio en España en los últimos años. Poco o nada entienden que, como canta Jorge Drexler, “somos una especie en viaje. No tenemos pertenencias, sino equipaje”.

Hasta que llegó el fútbol para reflejar esa realidad y, en especial, para rectificarla, para que sea menos injusta, menos asimétrica. El fútbol es el espejo del mundo, escribió el uruguayo, Eduardo Galeano, y el fútbol es el único amor que no defrauda, sentenció el brasileño-portugués Deco.
Allí el chico se hace grande. El débil se envalentona y derrota al fuerte. David golpea a Goliat. La avergonzada Marruecos eliminó a la favorita y altiva España por penales (3-0) y protagonizó el primer batacazo de la segunda fase del sorprendente Mundial Qatar 2022.
El juego
“No importa cuánto corres, sólo hacia dónde y por qué”, apuntó el técnico italo-checo Zdeněk Zeman. El equipo marroquín circuló con prolijidad todo el encuentro. Su primera tarea fue moverse para tapar a Sergio Busquet, a veces mediocampista y a veces director de orquesta. Sin él, España no juega como candidata, sino como un equipo ordinario que venía de perder contra Japón.
Marruecos evidenció, con pana y elegancia, una de sus principales virtudes en el torneo: su sistema defensivo. En los cuatro encuentros que ha jugado solo le han anotado un tanto. Y esto que ha enfrentado a selecciones que no atacan, sino demuelen: Croacia, Bélgica y, su última víctima, España.

No se crea que los dirigidos por Walid Regragui solo se limitaron a defender. Para nada. Protagonizaron numerosas jugadas, en las cuales pudieron abrir el marcador, pero la poca pericia de sus delanteros les jugó en contra.
España, también, tuvo sus chances, en especial la de Sarabia, quien en el último minuto de juego disparó y el balón rozó el parante. Tanto en el tiempo reglamentario como en el adicional, el marcador no se movió (0-0). En el Mundial, el equipo de Luis Enrique fue una roca que caía por una ladera. Estuvo en la cima, en su primer partido, cuando goleó (7-0) a Costa Rica, luego empató y después perdió y perdió hasta llegar al fondo de la eliminación.
El arquero
Cuando su equipo definió su clasificación al Mundial de Qatar, en marzo, el arquero Bono sufrió un profundo corte en la cabeza que debieron suturarlo en el mismo campo de juego.
En el primer partido en Catar, ante Croacia, salió por lesión. Luego, en el siguiente encuentro, contra Bélgica, las imágenes de televisión mostraron, cuando su equipo cantaba el himno, a un Bono afectado de salud.

Había tomado un antinflamatorio en el camerino porque lo molestaba un golpe en la cadera, pero le cayó mal. De inmediato pidió su sustitución.
Hoy Bono, nacido en Canadá y jugador del Sevilla de España, estuvo vivito y coleando en la línea del arco. Hasta ahora ningún arquero ha sido tan determinante en la competición. Atajó tres de los cuatro penales que pateó España y finiquitó la clasificación (3-0) de su selección a los cuartos de final.
El fútbol es una alegoría de la vida. Se juega en el campo, pero, también, fuera de él. El triunfo de Marruecos o la derrota de España engrosará el precepto de que este deporte, muchas veces despreciado por los intelectuales y filósofos, es una poderosa arma para corregir y educar.
Así celebraron los marroquíes en Barcelona: