La teoría del Espiral del Silencio fue formulada por Elizabeth Noëlle Neumann en la década de 1970. El comienzo de la investigación se remonta a 1971 a partir de una serie de entrevistas desarrolladas por el Institut für Demoskopie Allenbasch de Alemania.
Según esta perspectiva, la opinión pública es el resultado de la interacción de los individuos con su entorno. En su proceso de construcción, el temor al aislamiento social de las personas resulta determinante, ya que «para no encontrarse aislado, un individuo puede renunciar a su propio juicio. Y esta es la condición de la vida en una sociedad humana; si fuera de otra manera, la integración no sería posible” (Noëlle-Neumann, 2010).

Espiral del silencio y la «opinión mayoritaria»
En mérito a este temor, a este pavor por vivir en un aislamiento social, se producen situaciones en las cuales los seres humanos perciben que sus opiniones, cuando van en contra de lo que se supone se entiende como «opinión mayoritaria», deben ser silenciadas y, para evitar conflictos, callan o modifican su opinión, contribuyendo con su silencio a la sensación generalizada de una opinión absoluta o determinante que, en la mayoría de los casos, no lo es.
La espiral del silencio se refiere, básicamente, a un proceso, generalmente mediático, en el que las voces que no se perciben como mayoritarias se autocensuran, dando una sensación de opinión mayoritaria a las que, posiblemente, no lo sean.

Entonces, siguiendo la línea de lo antedicho, si la opinión considerada mayoritaria tiene semejante fuerza en el individuo, aquellos medios que producen y reproducen esas opiniones son los custodios de semejante poder, a esto se le denomina la “opinión publicada”, entendida no como una opinión de la mayoría sino de aquellos privilegiados que tienen la capacidad de publicar la suya y moldear la opinión pública o sustituirla sin que ello se perciba.
Este profundo y vasto problema, requeriría de un análisis mucho mayor; sin embargo, para efectos de nuestro artículo, podemos decir que actualmente, ejemplos tenemos por doquier. Cualquier opinión no acorde con lo políticamente correcto o la opinión publicada se considera una vejación, un discurso de odio, una discriminación, etc., que originan innumerables insultos y ofensas consiguiendo su real objetivo: silencia e implantar un pensamiento único, acorde con lo que la agenda del momento determine como correcto, como verdad.

La libertad de expresión y el temor a «ofender»
Claramente estas formas de acallar las voces discordantes o cancelar los argumentos que se puedan exponer en un debate con generalizaciones fáciles y mayoritariamente falsas vulneran nuestro derecho a la libertad de expresión u opinión, perfectamente protegidos por nuestro ordenamiento constitucional.
El temor a «ofender» no debe silenciar nuestra opinión cuando esta es debidamente fundamentada y no se utiliza de manera peyorativa. La ofensa es un aspecto subjetivo y emocional y cuya «protección» ha convertido nuestro mundo en una dictadura de aquellos que publican su opinión, en un totalitarismo de un único pensamiento.
Es peligroso limitar las libertades, más aún, en situaciones como las actuales, donde el temor suele apoderarse de nuestro razonamiento. El temor es el instrumento político favorito de los autócratas, quienes buscan limitar las libertades en pos del “bienestar social”. La pregunta es quién define cuál es el bienestar social, ahí radica el peligro de este concepto y su aplicación en la realidad.
Como diría la escritora rumana Ana Blandiana: «La corrección política es más peligrosa que la censura«, porque ella produce la autocensura, hecho que no sucedió ni en las peores dictaduras y es precisamente, contra ello que, desde cualquier ámbito y mucho más el académico o intelectual, se debe combatir.
abogado constitucionalista
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