«Firme y feliz por la unión» es una frase mencionada como lema del Perú. Aparece por primera vez en la moneda de oro de ocho escudos en 1826 y en la de plata de ocho reales en 1825. Salió en todas las monedas de un sol de Plata, desde la primera acuñada en 1863.
Esta frase es un llamado que los precursores de nuestra independencia; aquellos que derramaron su sangre y sacrificaron sus vidas por darle a nuestra nación la tan anhelada libertad de nuestros destinos, a la integración nacional, a dejar de lado intereses particulares y mezquinos para asumir el interés del Perú y su gente.

Doscientos años después, la tan deseada unión, no es más que un ideal, una frase hecha, una asignatura pendiente que no hemos sabido forjar por distintas razones; pero, sobre todo, porque aún no nos consideramos hijos de esta patria, o de esta matria como decía Unamuno. Vivimos desconfiando los unos de los otros y con mucha razón, tenemos aún profundos resentimientos y muchos asuntos por resolver, vivimos lamentándonos que hace casi 500 años nos conquistaron un puñado de barbudos que encontró un reino dividido y en plena guerra fratricida, llena de traiciones y sed de venganza de aquellos pueblos conquistados en la expansión Inca.

Esta desunión que vivimos, que sufrimos, que duele en la raíz de nuestras almas, es más visible en cada una de las personas e instituciones cuya labor es gobernarnos y brindarnos el bienestar que toda población requiere.
Mientras ellos se dedican a discutir sus asuntos, mientras planifican sus estrategias para atacarse unos a otros, para boicotearse y aumentar sus cuotas de poder, nosotros padecemos la violencia del asesinato, el sicariato y la extorsión, vemos morir a los nuestros en manos de estos miserables que venden la bala al mejor postor.

Solo salen a la palestra pública para declarar cualquier tontería que los ayude a salir del paso como la pena de muerte o pedir las Fuerzas Armadas tomen las calles; pero, sin planes claros, sin estructurar con inteligencia la forma para derrotar a este terrorismo urbano que destruye día a día nuestra paz y tranquilidad y atacar la médula central de estas organizaciones cuyos paraderos, no tengo dudas, son conocidos por quienes han jurado darnos seguridad.
Hoy lamentamos el fallecimiento de un trujillano de 47 años en la Av. Jesús de Nazareth, sin mencionar el asalto en plena Plaza Mayor de nuestra ciudad, a la luz del día, sin importar absolutamente nada, con absoluta desfachatez, sin preocuparse por una autoridad que no existe o mira para otro lado.
Por eso, hoy resuena más que nunca el poema de nuestro vate César Vallejo: “Hay, hermanos, muchísimo que hacer”.
Por Carlos Talledo Manrique
Abogado Constitucionalista