Una anciana no quiere llorar. Se aprieta para no quebrarse.
-¡Solo queremos una motobomba para que nos aspiren el agua, señor!- pide oprimiendo los dientes.
Se llama Santos Luján Aguirre, 74 años. Se apoya en una pared humedecida. Frente a ella, su calle ahora es una laguna color café con leche.
-Solo una bomba, señor, pero ¡de inmediato! – repite como un grito de guerra. Luego dice, ya con el nudo del llanto desenredado, que del resto se entenderán ellos. El resto es limpiar del barro sus casas, levantar sus cosas, recuperar su alma, reconstruirse y volver a vivir. Ellos son los vecinos de la calle 17 de Agosto de Florencia de Mora, uno de los sectores más golpeados por la lluvia que cayó la noche del 10 de marzo.
Santos Luján tienen dos hijos y cuando habla de sus nietos, una luz fulgura de emoción su voz. “Son ocho y todos viven conmigo”, dice con el tono de la abuela mimosa. En medio de tanta desgracia, esta mujer busca y encuentra las vetas de nuestra condición humana para reír o ser feliz en las peores desgracias.
A su costado está su hermana Yolanda Luján Aguirre. Ella sí llora. Ha llorado bastante. Se nota por sus ojos inflamados y por su voz fragmentada. Su vivienda está preñada de agua y lodo. Lo ha perdido todo, pero lamenta, sobre manera, los útiles y uniforme que compró para que su nieta inicie el año escolar.
“Ella no tiene papá y mamá, por eso vive conmigo”, cuenta entre sollozo y sollozo.
Un muerto sin contar
La calle 17 de Agosto de Florencia de Mora, también, fue el escenario de una de las muertes de la tragedia pluvial que azota a Trujillo. El ciudadano, identificado por sus vecinos, como Justo Arteaga, llegó a la vivienda de sus padres en la cuadra 16, para proteger bienes y enseres.
“Sus padres ya se habían ido porque el agua nos llegaba hasta por acá (más arriba de la cintura). El hijo vino a ver sus cosas, allí le dio un ataque de epilepsia, cayó al agua y ha muerto ahogado. No se le ha podido ayudar”, cuenta la joven Brissa Rodríguez Ruiz, vecina del, ahora, fallecido.
El deceso ocurrió por la noche, pero recién por la mañana encontraron su cuerpo en la parte posterior de la vivienda. Al promediar el mediodía, cuando un equipo de BuenaPepa llegó hasta el lugar, el inmueble permanecía cerrado. Los vecinos contaron que un servicio funerario se llevó el cadáver y desconocen dónde será velado y sepultado.
En horas de la tarde, el Gobierno Regional de La Libertad divulgó el primero reporte de daños, damnificados y víctimas de las lluvias. El informe da cuenta del fallecimiento de una persona en el distrito de Huanchaco, pero ninguna en Florencia de Mora.
A la calle 17 de Agosto, también, llegó el alcalde distrital Wilson Toribio Vereau. Vestía una celeste clara manga larga, de esas que se usan con los ternos. A su alrededor sus vecinos estaban descalzos y enlodados. Luego habló como de alcalde: “Nosotros no somos responsables de las obras de prevención, sino el gobierno central”.
Trujillo ajos y comparaciones
Germán Ponce Rodríguez, 61 años, vive en Nueva Florencia. La noche del 10 de marzo no ha dormido por botar el agua de su vivienda. “El problema es que colapsan los desagües y toda esa pestilencia se mete a las casas”, lamenta.
Ha ido a la tienda a comprar una máquina de afeitar descartable y se ha encontrado con un orificio gigante que ha expuesto las conexiones de gas en la avenida Wichanzao. Compara y concluye que el aguacero del viernes ha sido más fuerte que todas las lluvias del 2017, cuando Trujillo fue asolado por el fenómeno de El Niño Costero. “Anoche ha sido más feo”, tasa.
Ese tanteo se repite en la mayoría de vecinos de Alto Trujillo y Florencia de Mora, zonas que BuenaPepa recorrió ayer para conocer el impacto en la ciudad de las precipitaciones impulsadas por el ciclón Yaku, un raro fenómeno atmosférico que gira frente a la costa norte del Perú.
En el barrio 2 de Alto Trujillo, a pocos metros del cerro Cabras, una mujer lavaba ropa en una estación comunal, coincide con Germán Ponce. No quiere brindar su nombre, pero sí su parecer sobre las lluvias. “Estas han sido más fuertes que todos los años. Todo está destruido”, contrasta.
A pocos metros, una hilera de sacos de ajo ha sido colocada como barrera para evitar que el agua ingrese a una vivienda. Cualquier distraído, pensaría que las liliáceas fueron puestos allí, en medio de la calle, para secarse al sol; pero, no.
Unos 18 bultos. Cada uno con un estimado de 30 kilos. Más de media tonelada de un producto indispensable para la cocina desempeña la función que cumplen los sacos de tierra.
Ajo, cebolla y limón, y déjate de inyección, rezan los españoles para dimensionar las propiedades curativas del tubérculo. A falta de arena y prevención, los ajos entran en acción, aportará la experiencia peruana.
Unas cuadras más abajo, una mujer con sus hijos menores barre el agua del techo de su vivienda. Lamenta su mala suerte y la falta de apoyo de las autoridades. No tiene servicio de energía eléctrica desde anoche. No sabe si esta lluvia es peor a las 2017. “No recuerdo”, dice y sigue barriendo.
Sola con su soledad
Carmen Horna Villanueva tiene 70 y, también, cree que las lluvias del viernes han sido más fuertes que todas las del 2017. Vive frente al canal La Mochica, a pocos metros del establecimiento comercial Tacora 2000.
Lo ha perdido todo. No se necesita ser ingeniero para determinar que su vivienda está inhabitable. Las paredes desplomadas y el agua enlagunada mataron a sus 15 cuyes y otros animales que criaba para mitigar la soledad.
Solo que quedó un cuy. Un cuy bebé que ahora gira en un recipiente de plástico.
Carmen vive en esta zona hace treinta años. Primero con su esposo y sus hijos. Luego solo con sus hijos. Y, después, sola. “Mi esposo falleció hace años y mis hijos fueron buscando su familia. Yo me…”. Llora. “Estoy solita”. Llora. “Abandonada”. Deja de llorar. Dice que ya la avisó a sus hijos de su condición y abraza la esperanza de que vengan a verla.
Sus vecinas la han socorrido y le han prohibido que ingrese a su vivienda, por eso llega solos hasta la puerta y mira a la nada.