Vagner mira como mira un niño el juego ajeno. El juego ajeno está en una laguna formada por las lluvias al pie del emblemático cerro Cabras. “Está contaminada”, advierte para justificar el porqué no está con el resto de niños que sí chapotean en el estanque.
“Mire. Vea”, invita y señala el epílogo de una cañería de aguas servidas de las viviendas que están en la parte alta y que desembocan en la charca, en la que ahora brincan y nadan algunos de sus amigos. “Me voy a enfermar”, continúa con la inusual entereza de un niño que prescinde del disfrute.
A unos pasos, un grupo de adolescentes juegan a empujarse para ingresar al agua marrón, espumosa y caliente. Se chocan y atropellan con fuerza, parecen bravos bovinos. Son dos varones y dos mujeres. Una de ellas no deja de grabar con su smartphone. Caen a la tierra. Entran a la laguna. Ríen.
Vagner no ríe, solo mira. Como, también, mira un grupo de adultos, quienes admiten que el agua está contaminada, que es peligrosa y que, es casi seguro, que los niños se enfermarán. Están sentados. Unos revisando el celular, otros sacándose las espinillas de cara. Metros más allá, una mujer lamenta haberse quedado sin casa y un padre de familia abre una zanja para canalizar el agua, que, le han advertido, caerá por la noche.
Laguna: porque pueden y deben
Los aprendizajes más importantes de la vida se realizan jugando, dimensionó Francesco Tonucci. Es difícil contrastar esta frase en la escena de los niños que se zambullen en una laguna contaminada al pie del cerro Cabras.
En un lugar donde faltan espacios públicos para el juego y entretenimiento, los pequeños aprovechan cualquier circunstancia, emergencia o infortunio, como las lluvias que cayeron ayer en Trujillo, para ser niños. “Yo nunca he ido a la playa”, confiesa a BuenaPepa uno de los niños.
Las precipitaciones, desde su mirada, no son una desgracia ni una desventura; sino la oportunidad de contar con un lugar único para hacer eso que Imma Marín, la autora del libro ¿Jugamos?, ha dicho: “Jugar es la principal actividad de la infancia y responde a la necesidad de los niños de mirar, tocar, curiosear, experimentar, inventar, imaginar, aprender, expresar, comunicar, crear, soñar…”.
Para los niños del cerro Cabras la lluvia es un juguete nuevo. Viven de lo inmediato. Ellos y sus padres poco reparan en la basura que arrastraron las aguas, en los desagües que convergen y en las enfermedades del mañana, como diarreas, infecciones a la piel, otitis, irritación a los ojos y pulmones, entre otras.
Juegan porque pueden y deben. Una lluvia, como la que ha desatado en el norte del Perú el ciclón Yaku, también agiganta las grietas sociales y dimensionan la multiculturalidad de nuestra ciudad. El agua que cae del cielo es un acontecimiento que provoca distintos impactos: tragedia para unos; alegría, para otros.