"Hazme una cruz sencilla carpintero, sin añadidos ni ornamentos, que se vean desnudos los maderos, desnudos y decididamente rectos. Los brazos en abrazo hacia la tierra, el ástil disparándose a los cielos. Que no haya un solo adorno que distraiga este gesto, este elemento humano de los dos mandamientos. Sencilla, sencilla, más sencilla, hazme una cruz sencilla carpintero". (Luis León Felipe)
“En el centro de la fe cristiana se encuentra una historia, la historia de la pasión de Jesucristo. Esto es algo que ha de tomarse, literalmente en el doble sentido de la palabra pasión:
La historia de Cristo es la historia de una gran pasión, de un amor apasionado. Con ello y justo por ello se convirtió también en la historia de una agonía mortal (…) la historia de la pasión de Cristo tiene ese lado activo y ese lado pasivo”, reflexiona el investigador Jürgen Moltmann.
Y miles de personas, no todas con efervescencia cristiana, que representan ese lado pasivo mencionado por Jürgene, fueron espectadores de un sufrimiento lento, ajeno y disimulado: viajaron hasta la capital de la fe, Otuzco, para presenciar un Cristo, representado por el actor Pablo Emiliano Benavente, camino al calvario, a más de 2 600 metros sobre el nivel del mar.
Este camino hacia la cruz, flanqueado por edificaciones de barro, quincha, cemento y techos de teja, está marcado por la reflexión: algunas mujeres, que lejos del histrionismo representan a María en su rol de madre, lagrimean y cierran los ojos cuando a Cristo le dan latigazos.
Este camino que simula a la Roma del reinado de Tiberio, también está plagado de hombres y mujeres que viajaron 75 kilómetros, desde Trujillo, para relajarse y tantear la fe desde las pantallas de sus celulares.
La representación simbólica de todos los viernes santos, que motiva un feriado largo para refrendar la esencia de un Estado peruano que se caracteriza por ser laico, salpica en la maldad que reina en nuestra sociedad actual: el pacado sangriento de la violencia, a veces, sin el peso de la culpa de quienes lo comente.
Al respecto, y con cierto aire de blasfemia, Luis García Orso presenta tres anotaciones para ayudar a los espectadores a meditar en cómo murió Jesús:
“La misión de Jesús no fue la de venir a este mundo a sufrir, sino la de liberar y anunciar un mundo nuevo; a que vean la violencia y el sufrimiento también en aquellos hombres y mujeres que sufren el destino de Jesús; nocentes y justos asesinados por el poder convertido en absoluto, que aplasta toda dignidad humana”.
Un guion dictado por los santos evangelios que reflejan la cotidianidad de quienes buscan a Dios en tiempos de calamidad: a veces por culpa o por conveniencia espiritual.
Sobre la pasión de Cristo y a miles de kilómetros de Otuzco, que en la edición 2024 del viernes santo lució un sol radiante y logró los objetivos turísticos anunciados en la víspera, los investigadores Orso, Casillas, Guzmán y Marzano reflexionan:
“El sufrimiento sin sentido, sin salida, sin fin, hace que los hombres clamen a Dios y desesperen en él. La fe en Dios y el ateísmo tienen su raíz más profunda en ese dolor. Si hay Dios porque tanto sufrimiento, preguntan unos. Si hubiera Dios, por qué tanto sufrimiento, preguntan otros. ¿Qué es a lo que clamamos en nuestro dolor?”.