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Carreras profesionales, decisiones y una anécdota por contar

En varios colegios en los que he trabajado, el horario de clases incluye un momento para almorzar, y suelo aprovecharlo para conversar con colegas y estudiantes, siendo estos últimos con los que más comparto. 

Cierto día, durante esa esperada hora del almuerzo, mientras dialogaba con un grupo de estudiantes que gustan de intercambiar ideas en este momento ideal (aunque sin la sobremesa de por medio, pero con la virtud del siempre), una de ellas me hizo la pregunta que casi siempre suelen hacernos y que he respondido tantas veces que hasta siento inventar respuestas, pero nunca dejando de lado la necesaria verdad: “Profe, ¿y por qué se hizo maestro?”.

Sonrío. “Porque esta es la única profesión en la cual puedes torturar a los niños y jóvenes y nadie te dice nada”, y la broma colectiva que celebran en grupo, pero que es solo una pequeña imagen para iniciar la conversación. “Ya, pe, profe, hable bonito”, y con esto el regreso a la juventud, el recordar, el infinito juego de la memoria.

Recuerdo que cuando tuve que decidir la carrera profesional que iba a estudiar, saltaron las típicas que el común denominador siempre busca para sus hijos o hijas: medicina, derecho, administración, ingeniería y bla bla bla. 

Ya para ese tiempo disfrutaba de la lectura, de conversar con gente sobre las brillantes características del arte, y supe que debía estudiar algo afín a ello. Lo primero que se me vino a la mente: vamos a la San Marcos, ¡vámonos a Lima!, pero siendo sinceros, la realidad era otra: hermanos detrás de uno, algunas cosas que faltaban en casa, el criterio monetario que siempre es barrera. 

Descarté aquella posibilidad poco tiempo después de formularla, así que busqué en Trujillo una que pudiera copar mis expectativas, y para salvar mis días apareció la de Educación Secundaria: Especialidad de Lengua Nacional y Literatura; y dije: “Esa es, esto es lo que necesito”. 

Yo me sentía alegre, había encontrado lo mío, pero resonaba en mi cabeza la estigmatizada palabrería que abordó mi diario ni bien comenté mi decisión entre algunos familiares, palabrería que funcionaba más en esos tiempos que en los de ahora: “¿Profesor? ¿Acaso te quieres morir de hambre?”, y con ello, la frasecita que voy a recordar por el resto de mi vida (ya la he mencionado antes), y que fue la premisa para abrazar mi carrera con más fuerza, entendiendo que los padres cometen muchos errores en su afán de querer hacer las cosas bien: “¿Tu cerebro no da para más?” Punto. 

Postulé, ingresé y salí luego de siete años (sí: repetí uno y dejé de estudiar otro, ¡ja!). La cosa no fue para nada fácil, no, pero ahora puedo decir que lo logré, que conseguí lo que necesitaba: ser profesor, ser docente, y tengo la seguridad de que no me equivoqué, que escogí la mejor de todas las carreras (y sí, todos dirán lo mismo de las suyas), porque no me veo haciendo otra cosa que no sea enseñando (o estando entre libros, que es muy semejante: editándolos o en una librería, comprándolos o vendiéndolos, siempre entre libros, semejante al final), no me veo haciendo otra cosa que no sea estar compartiendo entre estudiantes, que no sea tratando de cambiar un poquito sus vidas para bien, así como ellos me ayudan a diario sin que lo sepan: me ayudan a mejorar, a vivir, a sobrevivir. 

Pues no, no me veo haciendo otra cosa que compartiendo en clases, que haciendo de las palabras y la educación el único camino posible para la salvación, la virtud, para el cambio. Porque amo esta carrera, amo el hecho de entrar a un salón de primaria o secundaria y sentir la adrenalina de enfrentarme contra mí mismo en esta lucha constante que es querer lograr que todo brille para bien, que todo sea más hermoso en esta lucha constante que es educar. Ya cuando las fuerzas no sean tantas, ahí recién estudiaré una maestría para enseñar en la universidad, cuando necesite un poco más de calma en mis días, ja. Sí, soy hincha de ser docente, de ser profesor, qué más te puedo decir: es genial. Y ya.

Antes de cerrar, un recuerdo: hace unos años, cuando me reunía con unos amigos en Trujillo en un evento cultural de gente medio fashion, me presentaron a varias personas y entablé conversación con algunas, unas más que otras, otras que entendieran que la imagen no era un sombrero, sino un elefante dentro de una boa (Antoine dixi). 

Recuerdo que estuve durante buen rato conversando con un tipo sobre política y diversas cosas que tenían que ver con los problemas sociales de aquella época que siguen siendo los mismos, siempre los mismos. 

Divagamos entre música y algo de arte, pero sobre todo política, coincidiendo que todo (siempre suelo decir) es culpa del apra y de paso de los fujimoristas, ¡cerrao! Pero fue hasta el momento en que nos despedimos que saltó una cosa que me generó una risa producto de la extrañeza. “¿Y a qué te dedicas?”, me preguntó. “Soy docente, trabajo en un colegio”, fue mi respuesta, y ver su rostro cambiante me hizo imaginar las palabras que luego supe escucharía y que recuerdo claramente sin aumentar ni quitar ideas: “¿Ah sí? Pues pensé que eras abogado o doctor”. 

“¿En serio? ¿A qué se debe ese comentario”, le pregunté, y su respuesta fue muy peculiar: “Es que como te vistes bien elegante y encima tienes una buena forma de expresarte, pues creí que pertenecías a una de esas carreras”. Sonreí. Traté de armar una respuesta y esto fue lo único que se me ocurrió: “Bueno, a decir verdad, yo creo que los abogados y los médicos nos han copiado a nosotros la forma de vestir y hablar”. Sonreímos, nos estrechamos las manos y quedamos en vernos en una nueva oportunidad, la cual hasta el momento no se ha vuelto a dar. 

Pequeña memoria de algunas imágenes que la sociedad alberga en sus apariencias y que trasluce en su hablar diario, en su juzgamiento casual, en esta constante que son las elecciones de la vida, de la propia vida, la que por siempre vas a llevar. Punto.

Oscar Ramirez
Oscar Ramirez
Oscar Ramirez (Lima, 1984). Docente de Lengua y Literatura y promotor cultural. Viajero incansable, reside por largos periodos en Trujillo. Dirige Ediciones OREM. Ha publicado los poemarios "Arquitectura de un día común" (2009), "Cuarto vecino" (2010), "Ego" (2013) y "Exacta dimensión del olvido" (2019); y el libro de cuentos "Braulio" (2018). Finalista del Premio Copé de Poesía 2021.Contacto: oscarramirez23@gmail.com