Arguedas fue más que un grandioso narrador: fue un observador, un indagador, un niño curioso buscando la madriguera del conejo, un visionario que se adelantó casi cincuenta años a su tiempo para decirnos que llegaría el momento en el cual nuestras culturas, la andina y la costeña, la criolla y la mestiza, los apus y los mistis, se encontrarían ya no en un choque violento y descontrolado, sino en un equilibrio de luces y armonía donde la explosión de colores inundaría cada uno de los poros por donde el cuerpo se expande.
Arguedas fue un visionario, y nosotros, ahora, somos testigos y presencia de esa magia que el Tayta logró compartir. Y más, fue mucho más.e
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La primera vez que escuché con emoción la voz de Arguedas fue gracias a un disco que allá por el 2003 un compañero de la universidad me prestara. Era un disco pirata, de los que solíamos comprar por dos o tres soles, pero que en sí valía mucho más que un corazón inflamado.
Recuerdo que eran algo de veinte tracks los que se dibujaban en la contraportada, y contenía algunos relatos y poemas leídos por él, textos sobre el folklore así como algunas grabaciones en las cuales ese hermoso dejo andino que he oído desde mi infancia se nota con virtud y semejanza espiritual; algunos huainos y carnavales cantados con energía y pasión también se dejaban escuchar en el paso de tema a tema.
Y te das cuenta que Arguedas era un hombre, un apu, un maestro por encima de todo, que buscaba descubrir y encontrar en su voz, aquella voz que pudiera transmitir la esencia de un pueblo tantas veces tildado de ignorante, pero floreciente de cultura, desbordante de luz, de historia, de vida.
Y con ello la música, las voces, los carnavales, porque él sabía que llegaría el momento en que aquella cultura que veíamos como ajena y distante lograría introducirse en las venas de todos como sangre cargada y elocuente, como melodía de las punas que arrullaría nuestros días, como un nuevo espíritu que todo lo crea, todo. Y en ese disco la voz del Tayta cantando el Carnaval de Tambobamba (¡Wiphalitay wiphala, wiphala wiphala wiphala!), Latrilla de Arverjas, el Lorito de las montañas, Suntur Mayo, o ese viaje a capela que es Unchuchukuchay, pues es más que felicidad: es la forma de creer que las voces pueden también transmitir mucha luz.
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Pero eso ahora, la luz de su visión recién nos llega en estos tiempos que nos vemos, o intentamos vernos, como propios, como nuestros, ya no como “ellos”, ya no “esos”, ya no “aquellos”, sino como “nosotros”, “nosotras”, como “peruanos”.
Y fue la música, aquella esencia que nos unifica, una de las que dio los primeros pasos en este viaje que aún continúa, y que de seguro comenzó cuando alguien trajo la pregunta: “¿Y si fusionamos la cumbia con el huaino?”, “¿Y si fusionamos el rock con la chicha?”, “¿Y si a la cumbia le ponemos algo de sabor amazónico”, “¿Y si…”, y así fue como empezó todo, esa mágica fusión musical que todos ahora disfrutamos.
Y Arguedas lo sabía: sabía que llegaría el día en que dejaríamos de poner huainos para botar a la gente de las fiestas y los pondríamos para hacer que todos bailen y empiece la jarana; sabía que llegaría el día en que nuestro país tontamente dividido en escalas socioeconómicas dejaría que a las fiestas de alta sociedad entrasen los grupos de cumbia para reventar la pista de baile con maestría; sabía que llegaría el momento en que la gente que admiraba a los acróbatas de diversos países también quedaría fascinada cuando viera volar y alterar cualquier ley de la física a los grandiosos y magníficos danzantes de tijeras; sabía que llegaría el momento en que todos disfrutaríamos hasta chuparnos los dedos tanto de un exquisito plato de salmón como de una pachamanca serrana de las bravas; y Arguedas lo sabía, hace más de cincuenta años, él lo sabía. Y nosotros ahora somos los que disfrutamos de la luz de aquella visión que él logró tener.
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Me quedo, para terminar, con estas líneas extraídas de su charla sobre La importancia del folklore, incluida también en el disco mencionado líneas arriba, que son muestra y contradicción, teoría e hipótesis de una realidad que podemos augurar como cierta: “El conocimiento exclusivo de la gramática no es lo más importante para aprender a escribir y expresarse”. Enunciado para analizar, verdad compleja y polémica, lo cierto es que las palabras fluyen, flotan, existen más allá de cualquier estructura morfológica: son paradigma de una imagen mental que consigue existir con el conocimiento básico de la escritura, de la expresión lineal con raíces en la oralidad, porque eso era Arguedas: un narrador oral que empezó a escribir, un oidor que buscaba plasmar aquellas historias que hizo propias y ajenas al mismo tiempo, narraciones escuchadas o vividas, realidades o estructuras ficticias, metáfora y razón de un sentimiento que canta.
Y no nos quedamos buscando en él a un narrador con grandiosos giros argumentales, o que la caja china, o que los saltos temporales, no, porque, parafraseando a Vargas Llosa: “Arguedas no era un escritor conocedor de las técnicas narrativas”, pero tal vez ello le permitió una libertad que cualquier escritor siempre sujeto a tales o cuales artilugios escriturales no podría completar. Y con esto parafraseo al gran Paul Auster, quien mencionaba que “para escribir no se tiene que tener todo planeado, sino dejar que la historia te domine y de esa manera pueda realmente fluir”. El Tayta sabía de lo último, y lo sabía muy bien.
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Pequeña imagen sobre el cariño infinito al maestro, admiración eterna a su trabajo, el amor que le tengo a su obra antropológica y pedagógica, y mis ganas por inculcar en lo que hago un poco de su luz. Porque esa es la labor de “Nosotros los maestros”, sinónimo en el nombre del Tayta siempre iluminado, orgulloso de compartir esta profesión que nos abraza. Punto.