En esta época de perfiles con hambre de aceptación, se consolida una práctica que rinde homenaje al delicioso consumismo: coleccionar amigos. Este patrón empieza a tropezar cuando se confunde este lazo infrecuente con un vínculo de trueques.
¿Qué es la amistad en un mundo que alquila acompañantes por TikTok? ¿Cómo se mide una verdadera amistad? ¿Se puede identificar o es algo que no elegimos? ¿Qué es un amigo? ¿Y si nunca los tuvimos?
¡Oh amigos, no hay amigos! Este refrán pertenece al cuarto capítulo de Filosofía en 11 frases, obra máxima del filósofo Darío Sztajnszrajber. La frase acoge una paradoja que cuestiona a la amistad como un hecho irrealizable.
Aristóteles sostiene que la amistad pasea entre dos tipos. En primer lugar, la amistad imperfecta. Es decir, aquel vínculo que solo funciona por un estímulo externo. Eso que compartimos no es el compartir mismo; es placer y utilidad.
Por ejemplo, si dos personas son aficionados al cine y conversan sobre dicho arte, las películas en estreno y los eventos cinematográficos. Sin embargo, uno de ellos decide dejar ese fanatismo. ¿La relación continuaría? Seguro por un corto tiempo, pero, a largo plazo, desaparecería.

El objeto del vínculo sobrepasa al vínculo.
Ahora, imaginemos que dos amigos exhiben su afán de estar el uno para el otro. Uno de ellos está deprimido y chatea con su amigo para contarle su estado emocional. Se produce el consuelo. Pasa un mes y el otro amigo, ahora, está deprimido. No obstante, su amigo no lo atiende.
La utilidad mutua se presenta como factor clave. Si se extirpa esa necesidad, aquella amistad de desvanecería.
Pero ¿y la amistad perfecta? Sztajnszrajber explica que tiene que ser “autárquica, vale por sí misma, esto es, que el vínculo valga por sí mismo. Soy tu amigo por lo que vos sos, no por lo que me das”. Podemos interpretar, entonces, que Aristóteles se refería a este tipo ideal de amistad en la frase citada.
La amistad perfecta alaba el compartir. Compartir la existencia. Estar. Pasar el rato. Con un otro que no se comparte algo, sino que solo se comparte. De esta manera, se presenta una amistad incondicional y desinteresada. ¿Es posible?
¿y la amistad perfecta? Sztajnszrajber explica que tiene que ser “autárquica, vale por sí misma, esto es, que el vínculo valga por sí mismo. Soy tu amigo por lo que vos sos, no por lo que me das”.
Somos incondicionales con quienes son incondicionales con nosotros, somos desinteresados con quienes son desinteresados con nosotros. Es decir, hay condiciones. O sea, tales características caen en la contradicción. O peor, caen en el terreno literario. Son fábulas.
Suponemos que la amistad, en su forma más simple, remite a lo común entre dos personas: la semejanza. El filósofo Roberto Esposito señala que “tienen en común lo que les es propio, son propietarios de lo que les es común”.
Veámoslo desde otra mirada. Creo que se parte desde la pretensión de poner al sujeto en un estado neutral. En la vida real, jamás es así. Siempre hay alguien que asemeja al otro. Siempre hay alguien que decide qué comer, dónde ir, cómo hablar, cuándo mentir.

¿Y si para no asumirnos en conflicto, inventamos la amistad? Para sentirnos especies de bien. Para acariciarnos antes de herir. Para poder abrazarnos. Para poder. El poder…
Sobre el significado de una amistad, considero que puedo dar señales y descripciones que sonarán utópicas y que, tras la lectura, sonarán inverosímiles.
Un alumno le dijo al célebre escritor Eduardo Galeano, que la utopía servía para garantizar el caminar o avanzar —aunque el objetivo siempre se aleje.
Quizá puedo asegurar que la amistad no está ni cerca de las dinámicas que se comparten en la actual adolescencia y juventud. La amistad es un instante de relación íntima que se olvida porque se vive siempre en encuentros del presente.
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No hay fórmula para elegir a los amigos, porque no se eligen. O tal decisión no pasa por quiénes optas sino a quiénes descartas. Van formando parte de tu vida de acuerdo a tus valores. Te vas a equivocar con los amigos. Son poquísimos. El tan prostituido “te amo”, debe reemplazarse por “siempre amigos (as)”.
Mario Benedetti señaló: «Y si hago cosas por ti, no es para que me quieras, es para que sepas que te quiero». Es en este ejercicio que la amistad no debe perder el dar entre las dos partes. Aunque encontramos un mero intercambio circular porque solo doy si se me devuelve. Eliminando el don de dar por dar.
No podemos cuantificar a la amistad. Sin embargo, es evidente cuando existe una asimetría: “No puedo siempre invitarte yo y vos nunca, no puede ser que nunca me escuches cuando yo siempre te presto el oído (qué figura fuerte la de prestar una parte del cuerpo” (Sztajnszrajber, 2018).

¿Puedes recordar el momento exacto donde te convertiste en amigo de alguien? Probablemente, ese recuerdo sea muy difuso. En este sentido, la amistad rompe reglas. No hay un flechazo. Por ello, el amor es imposible —cumple esas reglas (desde la declaración). Por eso, la amistad es posible —no es obediente.
¿Cómo reconoces a un amigo? Te recuerda tus defectos para mejorar. Te escucha y lo escuchas. Deja, por mucho tiempo, de ser solo un pulgar (manía de estar en el celular mientras hay una tertulia) para mover sus labios y al aire.
Te pide apoyo; no la potestad para solucionar. Los favores no son constantes, son necesarios. Hablan de todo, menos de sus virtudes. Abunda el humor —ideal que sea negro. Respetan la libertad de la distancia. Deconstruye los errores. Te soporta más de 4 horas. No hay aprovechamiento, hay mancomunidad.
Escribe Johan Fiestas Chunga


