Escribe Miguel Calle Ynfante*
Lo que sería para mí un fin de semana en la playa, visitas a los museos y descanso en un lugar de ensueño, se volvió en momentos de terror, odio y racismo.
Hace dos meses compré mi boleto para Cancún (México) con mucho entusiasmo y muchas otras emociones. Este viaje significaba mi segunda aventura fuera del Perú. Después de una semanas de adquirir los tickets de vuelo, pagué mi estancia en Selina Cancún Hotel.
Los migrantes en México son objetos de abusos y violaciones a sus derechos humanos porque viajan a una zona, desde donde es ‘fácil’ cruzar el charco hacia los Estados Unidos.
Cancún forma parte de la famosa Ruta del Tren, lo que facilita la llegada de muchos latinoamericanos para pasar al país del Tío Sam, en busca del sueño americano. Este dato no lo sabía. Hasta ese momento, jamás pasó por mi cabeza toda la odisea que viviría apenas pisara Cancún.
Rechazado
El 22 de diciembre, me levanté muy temprano para ir al aeropuerto Jorge Chávez de Lima. Llegué cinco horas antes del vuelo, lo que se convirtieron en siete horas de espera, porque el avión se demoró.
No pasaba nada. Me senté a esperar. De hecho, me sorprendió ver a las mismas personas, con quienes un día antes estuvimos tramitando nuestro pasaporte en Breña. Nada raro.
Llegó la hora, los encargados de SKY revisaron los documentos y, aparentemente, todo estaba bien. En mi caso, seguí las recomendaciones de un gran amigo, quien, por rigurosidad, me indicó que lleve impreso hasta mi partida de nacimiento. Una tontería, pero lo hice.
El vuelo Lima-Cancún tardó cinco horas aproximadamente, y mi preocupación se enfocaba en hacer el check in en el hotel Selina; pero este detalle sería la última preocupación de los problemas que me esperaban en tierra.
Aterricé y pasé por Migraciones en el Aeropuerto Internacional de Cancún. Una persona sin una pizca de tino me recibió.
Me acerqué y desde el inicio sentí su hostigamiento.
¿A qué vienes?, ¿cuánto tiempo va a estar?, ¿usted viene solo?, ¿cuánto dinero lleva?, ¿usted cree que es suficiente o tiene otros planes?
Este bombardeo lo respondí como si contestara un cuestionario; pero no sirvió de nada. En ese momento, me llevaron a otra sala. En este nuevo ambiente, me tocó una segunda entrevista. Esta vez con una mujer, con menos empatía y más odio.
“Oficial, conoce mi nombre, mi número de documento, mi profesión, la dirección exacta de mi casa, ¿necesita algo más?”, le dije.
Hace dos meses compré mi boleto para Cancún (México) con mucho entusiasmo y muchas otras emociones. Este viaje significaba mi segunda aventura fuera del Perú. Después de una semanas, de adquirir los tickets de vuelo, pagué mi estancia en Selina Cancún Hotel.
Sus intenciones de impedir la entrada colisionaban con mi firmeza y la claridad de la información que le brindaba, hasta que me preguntó por el dinero que llevaba.
-¿Cuánto, usted, lleva consigo? -interrogó.
-Llevo 500 dólares para estos cuatro días -respondí.
-¿Usted puede justificar este dinero? -repreguntó con intención malévola.
Para esta instancia, yo no podía tomar mi teléfono por ningún motivo, me lo habían quitado al inicio. Así que me lo devolvieron para que entrará a mis cuentas bancarias.
Un poco nervioso mostré mis cuentas de BCP e Interbank. Allí no tenía casi nada de dinero, puesto que retiré todo para comprar dólares.
La corpulenta oficial dio en el clavo, me venció y grabó la R en el proceso de admisión. ‘R’ significa “rechazado” para el ingreso al país.
En ese momento, temí lo peor, y lo peor aún no llegaba.
Aeropuerto de Cancún una calamidad
No estaba solo, éramos muchos, no logré contarlos.
A empujones y muy confundido llegué a un cuarto oscuro dentro del aeropuerto. Nos despojaron de todo. Yo me guardé mi cepillo y mi billetera estaba alojada en mi entrepierna. “Lleven sus chamarras, vatos. Acá sentirán más frío que cuando su familia los dejo”, se burló un oficial mexicano.
Una vez adentro, reconocí caras. Algunos se sentaron cerca de donde estaba, otros en Migraciones, y así iba conociendo cada historia. Un joven había vendido su moto, otro rentado su casa, un padre de familia hizo un préstamo muy grande para poder llegar con su familia, una pareja con su bebé de apenas unos meses había hecho lo imposible para llegar, y el resto repetían la historia.
Todos querían llegar a Estados Unidos, pero ¿cuál era la historia que debía contar?
“Vengo por turismo”, les dije. Desaté una ola de risas, la cual en medio de tanto odio y pena sirvió de catalizador.
Decidí inspeccionar todo el lugar, ya que no sabía cuánto tiempo iba a quedarme allí. No era muy grande, por un lado, había colombianos; a nuestra derecha, jamaiquinos, otros holandeses, argentinos, austríacos y otro puñado de peruanos.
Cada historia era distinta, pero una en particular empezó a preocuparme: a unos colombianos los había abandonado la aerolínea Volaris. Llevaban cinco días varados. Dos austríacos llevaban la misma cantidad de tiempo y no tenían razón sobre los vuelos de Arajet. Más colombianos de Latam, Viva Air y Copa Airlines mostraban su angustia desde sus colchonetas.
La corpulenta oficial dio en el clavo, me venció y grabó la R en el proceso de admisión. ‘R’ significaba “rechazado” para el ingreso al país. En ese momento, temí lo peor, y lo peor aún no llegaba.
En ese momento de recolección de información, con algo de miedo tuve que decir que era periodista. Ese dato abrió una esperanza para cada uno de ellos; pero lo que es bueno para uno, es malo para otros.
Drama humano
El problema de los austríacos no solo era que no podían viajar desde hace varios días; sino la comida que les brindaban. Eran vegetarianos, pero solo recibían gaseosa y hamburguesas. Con el poco inglés que yo sabía logré entender ‘vegetarian food’ o algo así; pero fue en vano solicitar este tipo de alimentos a los agentes.
En este lugar, permanecí unas veinticuatro horas y solo nos dieron dos comidas. A la familia con el bebé, les dieron una Coca Cola helada cuando soportábamos con una temperatura ambiente de 17 grados centígrados. Además, de la comida vencida y agria que le dieron a la pequeña de nombre Aitana.
Ya comenzaba a entender la situación. Las aerolíneas se encargaban de sus pasajeros, les daban comida en mal estado y los oficiales hacían todo lo posible por maltratarnos.
Baño y sueño
Caía la noche y surgieron dos problemas. Tenía unas ganas enormes de ir al baño y no sabía en qué rincón dormiría.
En el baño, conocí a Nycklas, un cubano-alemán que comercializaba cigarros a un dólar. Él había escuchado que yo sabía algo de inglés y me pedía de favor que le ayude a vender sus productos a los jamaiquinos, ya que ellos no sabían español. Esto costaba ir al baño.
Por otro lado, conocí a la persona más bondadosa del salón. Se trataba de Jerome Myers, un jamaiquino de 1.90 de altura y de un corazón del tamaño de todos los problemas que se aglomeraban en aquel lugar. Él nos dio sábanas de aluminio (aunque no crean, abrigan demasiado bien) y nos brindó colchonetas.
Jerome Myers tenía tatuajes en forma de lágrimas. No atiné a indagar más, pero se ganó el corazón de todos por su bondad y preocupación. Le regalé un par de soles para su recuerdo.
Entraban personas, pero pocas salían. No tuve más remedio que asistir a los ‘nuevos’, para que tengan un soft landing. Ellos llegaban con el mismo rostro con el que entré yo.
Les explicaba que las personas que llegaban al salón ya no podían apelar a ninguna instancia su ingreso al país.
Hasta ese entonces, me vencía la angustia y la ansiedad, no podía ocultar mi desesperación y el cepillo de dientes que tenía ya estaba por la mitad de tantas mordidas. Los pensamientos me quemaban, necesitaba hacer una llamada a mi familia, porque eran las dos de la mañana y debía reportarme a las cinco de la tarde (habían pasado 9 horas).
Dejé mi dignidad. Dije que mi mamá sufría covid-19 para agilizar el permiso de la llamada. Entonces, me llevaron a la misma sala donde recibí la ‘R’.
Una vez que hablé con mi mamá, me sentí tranquilo, le conté la parte más suave que había pasado. No buscaba desesperarla desde el Golfo de México.
Hasta ese entonces, me vencía la angustia y la ansiedad, no podía ocultar mi desesperación y el cepillo de dientes que tenía ya estaba por la mitad de tantas mordidas. Los pensamientos me quemaban.
Problema mayor
De acuerdo al Gobierno de México, entre enero y agosto del 2022, por el aeropuerto de Cancún ingresaron a su país más de 13 millones de turistas. De los 27 peruanos que nos retuvieron el 22 de diciembre en esta terminal, solo yo iba por turismo.
Despegar, Sky, Latam y Selina son las empresas que perjudicaron el ingreso de muchos peruanos en México.
Es cierto que existe una mafia de hoteles, cuyo modus operandi se ratifica en que “el usuario debe pagar en el establecimiento”, esto es alimento para la denegación de permisos en Migraciones.
Es cierto que encierran gente de muchos países en un cuarto oscuro, donde el aire acondicionado destruye el cuerpo.
Es cierto que los oficiales de Migraciones de México te tratan como delincuentes.
Es cierto que a pesar de que tengas todos los documentos en regla, si su ‘criterio’ es ‘no’, de la forma más arbitraria, te rechazan el ingreso.
Es cierto que la coyuntura política que mantiene Perú con México es trascendental para el ingreso.
Esta información ha sido pasada por lo ‘tibio’, ya que, al ser el único periodista de más de 50 personas retenidas en Cancún, he recibido amenazas de los agentes de Migraciones de México (ellos cuentan con toda mi información). Lo que colisiona con mi derecho a la libertad de prensa.
Esto no quiere decir que México no sea un atractivo turístico para muchos turistas, sí lo es. Sin embargo, se han ganado el rechazo de miles de viajeros por este tipo de discriminación.
A mis amigos: Tony, Ricky, Sebas, Yami, Huancayo, Nycklas, Jerome, José, Cristian, André, Canadá, Prieto, Oscar y muchos más (no son sus nombres reales, así les decía de cariño). A ellos, fuerzas, acá no termina el sueño.
La comunidad de peruanos que llegó en el vuelo de SKY H5553 hacia Cancún que salió el pasado 22 de diciembre, recién tuvo tranquilidad el 23 cuando regresó al Perú.
Mi pasaporte registra la no admisión al país por el motivo de no justificar mi permanencia en México, que en la práctica no fue así.
Según amigos de la ‘lucha’, los mejores países a los que los peruanos pueden viajar, sin maltrato, en Latinoamericana son: Colombia, Argentina y Ecuador. Los peores son México, Chile y Brasil.
Este suceso lo sufrí las últimas 28 horas desde mi salida de Perú.
Tome sus precauciones, las buenas intenciones en otro país no son las mismas. Cumplí todos los requisitos, pero fue en vano.
*Periodista del portal Informercado. Egresado de la Universidad Privada Antenor Orrego. Recientemente sustentó sus tesis para obtener el título de licenciado en Ciencias de la Comunicación.