Hace 18 años, el 7 de julio de 2007, el corazón de todos los peruanos latió con orgullo cuando Machu Picchu, nuestra joya inca, fue coronada como una de las Nuevas Siete Maravillas del Mundo Moderno. Con más de 100 millones de votos en una elección global, este santuario de piedra, abrazado por las montañas de Cusco, se alzó como un símbolo imborrable de nuestra historia, nuestra resistencia y nuestra identidad.
Pero hoy sentimos una punzada de preocupación, tras los bloqueos, las protestas y la gestión tambaleante que amenazan su brillo y su título.
Cerca de 2,000 turistas, nacionales y extranjeros, están varados en Aguas Calientes tras un bloqueo indefinido de la vía férrea entre Ollantaytambo y Machu Picchu Pueblo. Desde el 14 de septiembre, protestas locales han paralizado los trenes, dejando a viajeros como una pareja chilena celebrando su aniversario o un argentino ilusionado con la maravilla inca en un limbo de incertidumbre, frustración y, para muchos, desesperación.
El corazón de una crisis que duele
Todo comenzó con el enojo de las comunidades locales: señalan que empresas como Consettur y PeruRail, tienen control casi monopólico del transporte turístico. Bloquearon la vía férrea con piedras en el sector de Qoriwayrachina, deteniendo los trenes que son la única vía de acceso a Machu Picchu.
El resultado fue turistas evacuados en “chismositos”, unas plataformas improvisadas con motor que parecen más riesgosa que una solución. Imagina a ocho personas, con maletas y nervios a flor de piel, cruzando la selva alta de Cusco en estas carretillas pensadas para técnicos, no para viajeros.
El impacto es al corazón del turismo peruano. Michael Ugarte, presidente de la Cámara de Comercio y Turismo de Machu Picchu, cuenta que las cancelaciones han dejado pérdidas de un millón de soles diarios, más de tres millones en solo tres días. Hoteles vacíos, restaurantes sin clientes, guías sin trabajo y artesanos sin ventas. Familias enteras que dependen del turismo están viendo cómo sus sueños también se desmoronan.
Pero el golpe más duro viene de afuera. New7Wonders, la organización que, en 2007, coronó a Machu Picchu como una de las Nuevas Siete Maravillas del Mundo, ha lanzado un ultimátum: o Perú pone orden en la gestión de su joya inca, o podría perder ese título que tanto orgullo nos dio.
No es solo un reconocimiento simbólico; es un imán para millones de visitantes y una fuente clave de ingresos. La advertencia apunta a problemas que todos conocemos: boletos caros y escasos, colas interminables, conflictos sociales que se repiten y una gestión que parece improvisar más de lo que planifica.
Historias que claman por soluciones
En Ollantaytambo, la escena es desgarradora. Decenas de turistas duermen en el suelo, envueltos en mantas, bajo el frío de la noche, esperando noticias de los trenes. Una turista chilena, que planeaba celebrar su aniversario en la ciudadela, no puede contener las lágrimas. Un viajero argentino describe la impotencia de ver su sueño frustrado por un bloqueo que nadie les explicó.
La Policía Nacional del Perú ha enviado más de 100 efectivos para mantener el orden, y PeruRail ha activado trenes de emergencia para evacuar a los varados, pero la sensación es que nadie sabe cuándo volverá la normalidad.

Desde Cusco, el gobernador Werner Salcedo alza la voz contra el centralismo del gobierno y pide una autoridad autónoma que gestione Machu Picchu con seriedad, no como un negocio de unos pocos. “No podemos permitir que mafias hagan de nuestro patrimonio un botín”, dice, mientras la Asamblea Nacional de Gobiernos Regionales respalda su propuesta.
En el Congreso, el parlamentario Edward Málaga impulsa una moción de censura contra el ministro de Cultura, Fabricio Valencia, a quien señala por no estar a la altura de la crisis. Y no es para menos: un informe de la Contraloría revela problemas graves, desde boletos vendidos en efectivo sin seguridad hasta la falta de atención para personas con discapacidad.
¿Podemos salvar a Machu Picchu?
La advertencia de New7Wonders no es solo una amenaza; es un espejo que nos obliga a mirarnos. Mara Seminario, exministra de Comercio Exterior y Turismo, lo resume con dolor: “Ese título de Maravilla del Mundo no fue un regalo. Lo ganamos con el esfuerzo de todo un país en 2007. Hoy, por nuestra propia culpa, está en riesgo”.
Mientras Perú celebra victorias pasajeras, como el pan con chicharrón como mejor desayuno del mundo, destacado en un torneo digital, Machu Picchu enfrenta una de las peores crisis de su historia reciente. El paro y el bloqueo se levantaron hasta el 17 de septiembre, pero es solo un parche en una herida mucho más profunda.
Esta crisis no es solo sobre trenes parados o turistas varados; es sobre el alma de un país que no puede darse el lujo de descuidar su mayor tesoro. Crear una autoridad autónoma, transparentar la venta de boletos, mejorar la infraestructura y escuchar a las comunidades locales son pasos urgentes. Mientras tanto, los viajeros atrapados y las familias cusqueñas que viven del turismo esperan más que promesas, quieren soluciones.
Por Lucero Perez Portales