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Real Plaza Trujillo: un techo en estado de descomposición y el heroísmo a flor de piel

Las primeras personas que ayudaron a salvar vidas luego de la catástrofe del centro comercial fueron ciudadanos venezolanos. ¿Por qué protagonizaron esos actos de heroísmo en un país que los aborrece?

¿Lloraste?

—No.

Mauricio Díaz, quien odia la xenofobia del Perú y ama su comida, no recuerda con precisión a cuántas personas salvó de los escombros del Real Plaza.

—Entre 10 y 12, y es mucho.

Lo que sí tiene claro es que al primero que ayudó fue a un niño de unos 8 años y a la última, a la señora Rosa, a quien sacaron con la pierna rota, en camilla y con apoyo de los bomberos.

¿Lloraste?

—No

Es el jueves 27 de febrero. Ya es de noche. Mañana se cumple una semana de la tragedia sin precedentes en Perú. Nunca han muerto personas porque les cayó el techo de un centro comercial, catedral del consumismo que adoramos y aborrecemos.  

¿Lloraste?

Silencio.

—Sí, lloré.

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Mauricio llegó de casualidad el viernes 21 de febrero al patio de comidas del Real Plaza. Desde entonces, piensa que si asistía antes, solo unos minutos antes, la fatalidad les caía encima a él y a sus tres amigos.

Con Gabriel, Moisés y Leandro siempre andan juntos. Aquella noche, parloteaban, andaban en la recocha, en la jodedera en un local, a una cuadra del centro comercial, esperando algún servicio. Entonces, una clienta le pide pizza a Gabriel.

Como andaban como muchachos, como amigos; decidieron ir juntos a buscar el encargo. Dejaron sus motos. Mauricio, también, su celular.

El patio de comidas los recibió con un rugido.

—Fue feo el sonido. Un zumbido como temblor. Y todos miraron para arriba.

Y un estruendo como pac, pac, pac.

Algo se cuarteaba.

Y todos corrieron.

El techo fracturado empezó a caer como embudo.

Con Gabriel, Moisés y Leandro siempre andan juntos. Aquella noche, parloteaban, andaban en la recocha, en la jodedera en un local, a una cuadra del centro comercial, esperando algún servicio. Entonces, una clienta les pide pizza.

Mauricio cuenta que solo dio unos cinco o seis pasos y volteó.

Vio la catástrofe en toda su plenitud.

Y la vio en cámara lenta.

Y se tapó la cara con los dos brazos.

Entonces, llamó a sus amigos, quienes seguían corriendo, para que regresen y empiecen a actuar como los seres más elogiables de esta tragedia: héroes.

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¿Quién soy yo?, es la primera pregunta filosófica que se formuló el hombre. Luego de mirar al costado y encontrar a un semejante, se hizo la segunda: ¿quién es él? El otro.

Y el otro ha sido fundamental para su supervivencia, para la cooperación, para formar grupo, para tejer la sociedad, para recorrer el camino que lo sacó de su condición de animal insignificante hasta elevarlo al pináculo de las especies en la Tierra.   

Pero algo salió mal. El hombre se convirtió en el lobo del mismo hombre, y se necesitaron leyes y autoridades (Hobbes) para preservar el orden y la vida.

Sin embargo, hay filósofos más optimistas, como Elsa Punset, quien cree que el altruismo es innato a los seres humanos. Nacemos buenos.     

Kant afirma que obrar bien es imperativo, es un deber, el cual se debe ejecutar en cualquier circunstancia. El bien es la causa.

Jeremy Bentham cree que el bien es la consecuencia: una acción es correcta o incorrecta dependiendo del resultado que se puede obtener de ella.

Gabriel Jaén, venezolano, Real Plaza, Trujillo.
Gabriel Jaén: los buenos somos más.

En febrero de 2025, un ciudadano venezolano, quien vino al Perú en el 2018 por amor, que vive solo, que trabaja como repartidor, que lleva barba, piercing, que cumplirá 27 años el 10 de marzo y que hace algunas noches salvó vidas, responde: “Solo hicimos lo que consideramos correcto y por instinto debido a la situación”.

Las consecuencias hablan por sus actos. Salvaron a unas doce personas.

Se llama Gabriel, como el ángel que anunció la llegada de Cristo, como el primer americano que se rebeló contra los españoles, como el colombiano ganador del Premio Nobel; como su madre: Gabriela. Se apellida Jaén Pernía. Es el hijo mayor de una familia de dos hermanos. Ahora, lleva un antecedente de héroe.

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Mauricio Díaz, itinerario de una rescatista:

Al primero que salvé fue a un niño que me miró con terror, con pánico en los ojos. Allí está mi tío, me dijo. Regreso a buscarlo. Me acompañó mi amigo Moisés. El señor estaba en posición fetal. Lo logramos sacar.

Entonces, yo me meto a un hueco y llegué a la cúpula (del techo), que estaba en medio de las piscinas de pelotas, el juego de los niños. Entro a la piscina. No veo a nadie, no escucho a nadie.

Empiezo a tocar las paredes, y la gente me contesta. Piden ayudan. Gritan. Me dicen aquí estoy. Salgo del hueco y veo gente alrededor.  Algunos querían ayudar. No es cierto eso de que las brigadas del Real Plaza reaccionaron de inmediato. Eso es mentira. Llegaron luego de 10 o 14 minutos y no sabían qué hacer.

Leer más: Real Plaza de Trujillo: como si nos faltaran muertos y más enemigos

Me voy a la parte de atrás, donde el techo cae por completo. Ingreso con Moisés por un huequito. La gente gritaba por ayuda. Veo que algunos empiezan a salir y, también, veo a una muchacha cortada por completo. El brazo cortado, y no podía salir.

Visualizo una ruta de escape, pero la gente movía las cosas, las sillas, las mesas para abrir camino, yo les digo que no muevan nada porque la estructura podía ceder y caer sobre las personas. La sacamos arrastrándola por el piso, a la chica que estaba ensangrentada.

Al primero que salvé fue a un niño que me miró con terror, con pánico en los ojos. Allí está mi tío, me dijo. Regreso a buscarlo. Me acompañó mi amigo Moisés. El señor estaba en posición fetal. Lo logramos sacar.

Luego sacamos a una niña de 5 o 7 años. Moisés la levantó en sus brazos y yo saqué al papá y a la mamá. El papá me dijo que había una persona con la pierna rota.

Estábamos tratando sacar a una persona que usaba muletas, cuando un muchacho del Real Plaza o de una de las tiendas se subió al techo y empezó a pegarle. Yo, con toda la adrenalina que tenía, le grité que se baje, que se podía desplomar más el techo y ya no podríamos sacar a la gente. Él se bajó. Y terminamos de sacar a la señora de muletas.

Luego me regreso al hueco donde está la cúpula con la piscina de pelotas y escucho: ¡hey, hey, auxilio! Eran dos personas, que se ven claramente en un video, que están atrapadas.

En ese momento una de las vigas principales estaba por encima de uno de los muchachos, en sus cosquillas. Él estaba en posición fetal y con una pierna izquierda extendida a lo largo. La viga pesaba mucho, no podíamos alzarla.

Al muchacho que lo amputaron la pierna no lo vimos. A ninguna de las víctimas mortales vimos. Nos enfocamos en las personas que podíamos salvar.

Llegaron los bomberos, los rescatistas. Le dije a un policía que me ayudará, pero se quedó en limbo, pensando. El primer señor que sacamos, que estaba con el sobrino, volvió a ingresar al patio de comidas. Le preguntamos, amigó, qué hace acá. Usted tiene que salir. Estaba en shock. Andaba perdido. Le digo al policía que se lleve al señor. Lo sacó.

Fuente: BuenaPepa

Allí veo a los rescatistas y les cuento que hay dos personas atrapadas y otra persona con una fractura que se llama Rosa.

Sigo buscando, sigo buscando, sigo buscando. Me separo de mis compañeros. Y seguía buscando, pero otros compañeros que llegaron me sacaron de allí. Camino hasta la salida. Yo veía mucha gente en shock, yo les pedía que ayudarán, sino que se vayan de allí. (entonces, lloró).

De la puerta, me devolví. La zona ya estaba acordonada. Leandro me ve y me dice ven, ayúdame. Cuatro bomberos trataban de rescatar a la señora Rosa. En qué te puedo ayudar, le digo al bombero. Chamito, agárrame de este lado y me señala el lado izquierdo; era una estructura.

También, le digo al otro bombero, en qué te puedo ayudar, en qué te puedo ayudar. Chamito, agarra la camilla y la vamos a empujar a la cuenta de tres.

Y sacamos a la señora Rosa. Ella me pidió que no la tome del brazo. Creo que tenía rota la clavícula también. Además, del tobillo.

Después de allí ya no pudimos hacer nada. Cuando voy saliendo, llegaba uno de los perros de rescate.

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Cinco días después de la desgracia, Gabriel Jaén se sienta en la banca de un parque con el celular cubierto con ligas, esas cintas elásticas que sirven para apretar cosas. No es una, sino varias las bandas que sujetan su equipo, su herramienta de trabajo.

Gabriel, también, está atado, pero a una experiencia excepcional, tremenda, impresionante. Difícil de soltar.

“Uno no espera vivir eso en la vida. Uno puede ver muchas tragedias, pero vivirla así, en esa magnitud, es algo muy fuerte”, reflexiona sentado en esa banca, frente a una iglesia de adobe construida para que indios y esclavos conozcan a Dios.

Su celular se mojó durante las labores de rescate que él y sus compañeros de Domientregas realizaron la noche del viernes 21 de febrero.

Cinco días después, en un taller del centro de Trujillo, abrieron el equipo para secarlo. Ahora, es un objeto en proceso de sanación; como su dueño. Es un dispositivo con curitas; como su dueño.  Un celular en camino a recuperar todas sus capacidades; como su dueño.

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Las ligas hacen presión para que el pegamento, que le han esparcido, cumpla su trabajo.

Excepto el polo, Gabriel viste el mismo uniforme que llevaba esa noche fatídica. Ha seguido laborando como siempre, sin alteraciones, aunque los trastornos postraumáticos son evidentes.  

“Sentimos secuelas, claro. Nos reímos un momentico; pero, también, pensamos ‘si no hubiéramos escuchado nada’, ‘si no hubiéramos corriendo’, ‘si un mal movimiento de un escombro…” pasan muchas cosas”, evoca.  

Pero esa noche. Luego de las 8.40., había miedo de que el techo volviera a colapsar, “pero los gritos, la gente llorando, moviéndose; el cuerpo reaccionaba solo para seguir ayudando”.

Junto a sus amigos Mauricio, Moisés y Leandro salvaron a unas 12 personas. Luego, siguieron apoyando afuera: bloqueando calles para que pasen las ambulancias y transportando a bomberos de sus estaciones hacia el Real Plaza.

En medio de una esquina, con sus motos como barricada, una policía le pregunta, cómo se sentía, chamo. Gabriel pronuncia un discurso que es su estilo de vida: no todos somos malos, mucha gente de Venezuela es buena, es empática y la mayoría viajó a Perú a trabajar y a hacer las cosas bien.

El 2018, cuando Gabriel vino al Perú llegaron unos 438 740 venezolanos, la cantidad más alta de los últimos 8 años. Al 2024, la cifra se elevó a 1 257 374 de sus compatriotas, según el Instituto Nacional de Estadística e Informática.

El 52 % son varones y el 48 %, mujeres. El 74 % son solteros, 6 % casados, el resto son viudos (as), divorciado (as) o no especificaron su condición civil. El 21 % ya se ha nacionalizado peruano.

Gabriel se fue a dormir a las dos de la mañana. No pudo conciliar el sueño, dice él, porque su celular no cargaba.

Al día siguiente, lo llamó, desde Venezuela, su mamá llorando. Lo había reconocido en uno de los varios videos que pululan por las redes.

Aún frente a la iglesia de adobe y antes de que se monte en su moto y vuelva al trabajo, Gabriel tiene mucho que decir:

“Es bonito demostrar que no todos somos malos. Somos seres humanos y hay que apoyarnos siempre, con toda la empatía y la mayor humildad, sin importar la nacionalidad ni de donde vienes. Al peruano lo considero muy alegre, muy bondadoso. Sí, existe la gente mala en todo el mundo. Me gusta mucho Perú, su comida, sus lugares.  Nosotros al Perú hay que agradecerle porque nos abrió las puertas”.

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Los científicos reconocen tres tipos de lágrimas. Las basales, lubrican los ojos y ayudan a mantenerlos libres de suciedad; las reflexivas, son el resultado de la irritación del ojo por partículas o sustancias extrañas.

Oswaldo botó el tercer tipo: las emocionales.

Son aquellas que se originan por cualquier sentimiento o emoción.

-Lloré porque había gente que no ayudaba. Estaban en shock, paralizadas, con las miradas perdidas. Y yo quería que reaccionen para sacar a más gente.

Algo en la voz de Mauricio no sale. Está sentado en una dulcería con el casco para motociclista sobre su muslo. No ha querido comer nada. Solo toma agua desde una botella de vidrio.

Mauricio Diaz, ciudadano venezolano, con pinta de héroe.

“Las lágrimas son el sagrado derecho del dolor”, escribió el austríaco Franz Grillparzer; pero la doctora Lauren Bylsma cree que el valor del llanto está más relacionado con la respuesta social que provoca que con las consecuencias fisiológicas.

En esa línea, Mauricio no lloró por él ni para él, sino para despertar una reacción de las conmocionadas personas, quienes, en medio en la tragedia, estaban en su propio mundo.

“Quién ha llorado en un entorno en el que no han encontrado ayuda, normalmente no se siente mejor después de llorar”, apunta la doctora Bylsma.

Tal vez, por ello a Mauricio le es difícil reconocer que esa noche, un de las más tristes de Trujillo, él lloró. Y no quiere hablar más del tema.

“Las lágrimas pesan a veces tanto como las palabras”, anotó Ovidio, un romano que murió como el peor de los extranjeros: en el exilio.

Real Plaza: video recomendado

César Clavijo Arraiza
César Clavijo Arraiza
Nació en un desierto frente al mar, donde solo crecen árboles de algarrobos. Dice que le gustan todas las frutas, pero en los últimos meses se ha decantado por el pepino, de origen andino; pero con una mala fama: se cree que si se consume después de beber licor puede causar la muerte. Periodista, escritor, docente, padre y esposo. Es torpe con la pelota, pero ama jugar fútbol. En el 2018 publicó "Tercera persona"; en el 2023, "No todo se queda en la cancha". Terminó un doctorado en comunicaciones.
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