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Real Plaza de Trujillo: como si nos faltaran muertos y más enemigos

La tragedia en el centro comercial es un suceso sin precedentes en el Perú. La responsabilidad de la empresa privada en debate. El papel de las autoridades en debate. En medio de ello, un dolor que no tiene nombre.

Como si nos faltaran muertos; seis personas fallecieron donde nadie debería hacerlo: un lugar al que se llega en busca de felicidad.

Como si tuviéramos ansiedad de tragedia; un techo se convirtió en una bomba para atacar a inocentes: jóvenes, niños, ancianos; familias.  

Como si necesitáramos más enemigos, los empresarios —esta vez, Intercorp— se asemejaron a Los Pulpos, Los 80, La Jauría y a tanto otro grupo que mata y mata con impunidad, en esta ciudad que parece maldita.

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Nos mantiene con un vacío metafísico lo ocurrido en el Real Plaza la noche del 21 de febrero del 2025, porque las víctimas pudimos ser nosotros. Todos tenemos una historia emparentada con ese patio de comidas, escenario de chacharas con amigos, de juego de los niños, de encuentros juveniles, de celebraciones… de eso que se parece a la felicidad.

Yo estuve media hora antes de la caída, dice una estudiante. Mi hija estuvo en el patio de comidas, pero se fue al baño y allí ocurrió todo, dice un amigo. Estuve con unas amigas comiendo en el Fridays y pensamos que era una bomba, dice una universitaria. Estuve en la mañana con mis hijos, dice un abogado. Estuve a punto de ir al cine a esa hora, dice la trabajadora de un banco. Iba ir al día siguiente con mis hijas, dice un arquitecto.

Todos hablan con voz de miedo. Y con un atisbo de privilegio porque la desgracia es, finalmente, ajena.

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Al gerente general de Real Plaza, Misael Shimizu, lo tomó el desplome del techo, que debía cuidar, cerca de una sala de operaciones en Lima.

Un día después de la muerte de inocentes, brinda declaraciones a una radio de la capital y su voz es la de un hombre que no está en la plenitud de sus facultades.  

«Ha sido una noche de mucho dolor”, avanza a decir y no responde más preguntas. Una ejecutiva de la firma, que sí está en Trujillo, ocupa su lugar.  

Real Plaza. Trujillo.

Antes que acabe la entrevista, el periodista limeño vuelve a hablar con Shimizu para agradecerle por su tiempo y por el esfuerzo de atender el llamado de la radio en la condición que lo hizo: un paciente posoperativo. Shimizu devuelve la cortesía.

Al día siguiente, sale en televisión nacional. No parece enfermo; pero da pena.

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El Real Plaza es el Perú. Un país construido por irresponsables. Ostentoso. Vanaglorioso. Un país con cara bonita, pero enfermo, donde todo se desmorona sobre inocentes: puentes, techos y la democracia.

Un lugar edificado con mentiras, intrigas y corruptela, como las que aburrieron a José de San Martín, el argentino que llegó para liberarnos del yugo español, pero que solo pudo proclamar la independencia y se marchó.

Nos dejó un país sin nacer, un injerto que ha sobrevivido como república por obra y gracia del Espíritu Santo.

El Real Plaza es el Perú. Un país construido por irresponsables. Ostentoso. Vanaglorioso. Un país con cara bonita, pero enfermo, donde todo se desmorona sobre inocentes: puentes, techos y la democracia.

El Real Plaza es Trujillo. Una ciudad que se jacta del dinero que produce, pero se avergüenza de las necesidades que la aquejan.

Una ciudad con un pasado de orgullo y un presente de deshonra: nadie le quita el mote de ser la más violenta del país.

Una ciudad botín. Se la disputan los criminales; se la boxean sus políticos ególatras, esquizofrénicos, besucones y mentirosos.

Una ciudad que no quiere ser menos que ninguna, por eso crece al ritmo de las leyes modernas del consumismo, pragmatismo, banalidad, etc.

Así, tolera que lleguen con sus caprichos los grandes centros comerciales: íconos de las sociedades mercantilistas. Por eso permite que sobre los añejos barrios se construyan edificios tan angostos, que el viento, parece, va a tumbar. Por ello, elige alcaldes, quienes viven en la clandestinidad y nunca responden por los delitos que la Justicia los condenó.

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Yuval Harari explica que el hombre dejó de ser un animal insignificante para convertirse en el amo de todo el planeta, gracias a su desarrollo cognitivo que le ha permitido cooperar de manera flexible y en masa.

Esa mejora nos ha llevado a una situación perversa, la cual nos ha obnubilado. “Somos más poderosos de lo que nunca fuimos, pero tenemos muy poca idea de qué hacer con todo ese poder. Peor todavía, los humanos parecen ser más irresponsables que nunca”, escribe en Sapiens. De animales a dioses.

Añade: “En consecuencia, causamos estragos a nuestros socios animales y al ecosistema, buscando poco más que nuestra propia comodidad y diversión, pero sin encontrar nunca satisfacción”.  

Salvo honrosas excepciones, la gran empresa peruana vive ese estado que caracteriza el historiador y escritor israelí. Ganar dinero a costas del peligro de tu prójimo.

Vivir consciente de que tu mal proceder afectará vidas, acabará con historias y aplastará a familias enteras. La amoralidad, la confusión del bien, la dimensión del mal en esas entidades tan importantes para un país como el nuestro: las empresas.

La codicia, antes que la responsabilidad. La tonta idea de que la inversión privada es sacrosanta e intocable.

Leer más: Así responde Real Plaza al gobernador César Acuña: “Lo han informado mal”

Hoy en día, el hombre, estima Harari, está a punto de convertirse en un dios, “a punto de adquirir no solo la eterna juventud, sino las capacidades divinas de la creación y la destrucción”.

“¿Hay algo más peligroso que unos dioses insatisfechos e irresponsables que no saben lo que quieren?’”, se pregunta con absoluto terror.

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César Acuña Peralta, gobernador regional de La Libertad, se desvive en elogios para el Gobierno.

El sábado, 22, en la conferencia de prensa junto a ministros de Estado que llegaron a Trujillo, se desbordó en agradecimientos para Dina Boluarte, porque a las nueve de la noche, cuando se le notificó la tragedia ordenó atención a la región.

También, para el ministro de Defensa, Juan Astudillo, porque estuvo con él a las tres de la mañana en la zona de emergencia.

“Eso es demostración de trabajo… y hay que ser gratos”, resaltó.

“Lo he dejado para el último: mi más sentido pésame para las familias, porque son vidas”, dijo.

El sábado, 22, en la conferencia de prensa junto a ministros de Estado que llegaron a Trujillo, se desbordó en agradecimientos para Dina Boluarte, porque a las nueve de la noche, cuando se notificó de la tragedia ordenó atención a la región.

El Gobierno debe atender las tragedias del país porque es Gobierno. Los ministros deben estar en las zonas de emergencia, sea la hora que sea, porque son ministros. Nadie ha actuado de manera extraordinaria como para cosechar reconocimientos.

En una calamidad, como la que vive Trujillo, lo más crucial son los heridos, los familiares de los fallecidos; la gente.

Usar un escenario tan importante, en un contexto tan delicado para lisonjear a personas que están obligadas a hacer su trabajo, es una evidencia más de que para los políticos, primero están los políticos y, después, sus intereses como políticos.   

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Desde España, el escritor Renato Cisneros —ambientó su último libro en Trujillo— compara la caída del techo del Real Plaza con el caso Utopía. En un país tan desmemoriado, las tragedias son círculos viciosos: se repiten y, vuelven, a repetirse.

Nadie asumirá la responsabilidad y nadie será sancionado, atisba el autor de El mundo que vimos arder, como una letanía y un rasgo indeleble de la justicia en el Perú: caprichosa y selectiva.

“Mi país es un relámpago destructor, un arrepentimiento sin culpa”, escribió Sebastián Salazar Bondy.

Somos un ejemplo mundial por castigar con cárcel a los expresidentes corruptos; pero tenemos un techo bajito frente a los dueños de las empresas, los verdaderos gobernantes.

Como somos un país de oportunidades, la masacre del Real Plaza es una circunstancia ideal para limpiarnos la cara y fortalecer al Estado de derecho: nadie está por encima de la ley, por más poder que ostente, por más dinero que guarde.

Es el momento ideal para ejemplificar, educar, conminar a autoridades y empresarios: el fin supremo de la sociedad es la persona.

Se necesita ahora más que nunca al Leviatán que caracterizó Hobbes porque las leyes no sirven de nada si no hay alguien o algo suficientemente fuerte para hacer que todo el mundo las tema y las cumpla.

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En el Perú todo es reactivo. Debe suceder un desastre como la caída del techo sobre personas, para que las autoridades trabajen. La desventura en Trujillo provocó que —hasta el 26 de febrero— 14 centros comerciales sean cerrados, total o de forma parcial, en todo el Perú.  

La primera vez que los gobernantes se preocuparon por las condiciones de construcción de edificios fue en la vieja Roma.

Atilio, en el año 27, construyó un anfiteatro en un terreno inadecuado y empleó materiales de pobrísima calidad. Durante la inauguración —lucha de gladiadores— todo se derrumbó. 50 000 mil muertos, señalan los reportes históricos. Atilio recibió el peor de los castigos: el destierro.

Hans Lázaro

Las autoridades hicieron lo que mejor saben hacer: reaccionaron por los muertos. Entonces, promulgaron una ley que prohibía las edificaciones en terrenos inadecuados, a la postre la primera norma que regula las construcciones.

El problema de América del Sur es la política, apuntala Martín Caparrós.

Colegios profesionales del Perú han responsabilizado al Gobierno y al Congreso por cambiar las leyes sobre supervisión de centros comerciales. Ahora, con seis fallecidos y más de 80 heridos, se le exige a la administración de Boluarte —que ya tiene unos 50 muertos a cuestas por las protestas del 2023—, que legisle a favor de los inocentes.

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En el cementerio Parque Eterno, el mismo que se construyó en 1998 cuando Trujillo fue atravesada por una quebrada que arranchó ataúdes de un camposanto informal y los esparció por tota la ciudad, un grupo de jóvenes se alista para cantar.   

Son compañeras de Harumi Carbajal Velásquez, la muchacha de 21 años que perdió la vida en el Real Plaza.

Las jóvenes cantan.

El cuerpo de Harumi ya descansa bajo tierra. Su tumba está llena de flores, globos y carteles con su rostro que piden justicia. A kilómetros, en un establecimiento de salud, su novio se recupera de la amputación de la pierna, a la que fue sometido para rescatarlo de los escombros.

Somos un ejemplo mundial por castigar con cárcel a los expresidentes corruptos; pero tenemos un techo bajito frente a los dueños de las empresas, los verdaderos gobernantes.

La madre de Harumi —vestido negro, lentes negros— abraza la fotografía de su hija y recibe abrazos.

Se escucha entre los asistentes que nadie de la capitalista Real Plaza se ha acercado a la familia, que vive en el distrito La Esperanza.

Es la tarde del lunes 24 de febrero. Tal día como hoy, pero en el 2020, falleció el filósofo Mario Bunge: “El capitalismo está en crisis debido a las políticas neoliberales, que han eliminado todos los controles. Este capitalismo es antisocial, egoísta”.

César Clavijo Arraiza
César Clavijo Arraiza
Nació en un desierto frente al mar, donde solo crecen árboles de algarrobos. Dice que le gustan todas las frutas, pero en los últimos meses se ha decantado por el pepino, de origen andino; pero con una mala fama: se cree que si se consume después de beber licor puede causar la muerte. Periodista, escritor, docente, padre y esposo. Es torpe con la pelota, pero ama jugar fútbol. En el 2018 publicó "Tercera persona"; en el 2023, "No todo se queda en la cancha". Terminó un doctorado en comunicaciones.