InicioFruta de exportaciónEspecialesLa violencia no tiene frontera: “Brille, mi reina. Deme esa sonrisa”

La violencia no tiene frontera: “Brille, mi reina. Deme esa sonrisa”

Sobrevivir para contarla. Una mujer, madre de cuatro hijos, reconoce el poder de su historia para ayudar a otras mujeres. Por eso cuenta, cuenta y cuenta lo que ha sufrido y cómo lo ha superado.

¿Cómo se golpea a una mujer? Con el pasado y el presente. Con puño y a patadas. Si hay fuego, puede usarlo.

Una noche de marzo del 2016, cerca de su agresor, además, había un bate de aluminio, una pala, un machete y una pistola Glock.

Entonces, ella se hizo la muerta para que no la maten.

—Yo sabía que, si él encontraba esas armas, me mataba, mataba a mis hijos y se mataba él.

Su agresor, con quien se casó cuando tenían 19 años, la movió, para saber si estaba con vida, con los pies, que esa noche calzaban las botas del Ejército que ella les regaló.

Cuando el hombre salió de casa. La mujer corrió, cerró la puerta con llave y arrastró todos los enseres de peso para bloquear el ingreso. Ahí nomás llegaron sus familiares y la salvaron.

Cuando huía con sus hijos en busca de resguardo a casa de sus padres, siguió sufriendo de violencia, de otro tipo de violencia, tal vez, más fuerte: machismo colectivo. Machismo de boca de hombres y de mujeres.

—Mis vecinos decían que estaba bien que me haya pasado eso, porque yo había dejado a mi marido para irme a trabajar a otra ciudad. Él, como hombre, no debía quedarse a cuidar a los niños y yo no debía ir a trabajar; que eso no estaba bien.

Cuando huía con sus hijos en busca de resguardo a casa de sus padres, siguió sufriendo de violencia, de otro tipo de violencia, tal vez, más fuerte: machismo colectivo. Machismo de boca de hombres y de mujeres.

Han pasado 8 años desde aquel episodio y ella ahora está en Perú, en La Libertad, en Trujillo, en Huanchaco, contando su historia una vez más con el tono limpio y luminoso de quien sabe que cuando la comparte enseña.

Su voz es suave y tranquila como el verano que apenas ha llegado a la ciudad y de una belleza irrepetible porque ha transformado el dolor y el terror en sus motivaciones y fortalezas para ayudar a otras y a otros.

—La violencia no tiene frontera— dirá luego.

Y le sobra razón. La conducta de sus vecinos que recibió cuando huía herida de su casa, en Falcón, Venezuela, sería la misma en Perú, de acuerdo con los datos del estudio de Calandria “Percepciones Ciudadanas: las cifras de la desigualdad”:

Fuente: “Percepciones Ciudadanas: las cifras de la desigualdad”, Calandria.

“Sobre los roles y estereotipos de género, aunque existe un consenso en la necesidad de compartir equitativamente las responsabilidades del hogar y el cuidado de los hijos/as entre las parejas, persisten discrepancias de género en ciertas creencias arraigadas. A pesar del progreso hacia la equidad de género, aún prevalecen creencias en roles tradicionales en algunas regiones, como concepto de que el esposo debe ser el jefe de hogar”, señala el estudio.

El escritor estadounidense Manitonquat, citado por Idea Internacional, apuntala: “La forma de sanar la sociedad de la violencia y de la falta de amor es reemplazando la pirámide de dominación con el círculo de la igualdad y el respeto”.

En la casa, una niña toma una escoba y graba un tiktok, el hijo mayor viste uniforme y sale a trabajar. Un rato después, el último de los varones, con un polo deportivo, se apura para llegar a su academia. Pide para el pasaje. Tomará una mototaxi porque va tarde. Ambos piden la bendición antes de salir. “Dios lo bendiga, mi hijo”, reciben.

Hay una biblia abierta, un cuadro de Jesús junto a un niño, un recipiente con flores, unas cortinas granates, una escalera que lleva a un segundo piso, una bandera de Venezuela, una bandera de Perú, arepas y botellas de plástico de café.

En la mesa principal, ella continúa repasando su vida con la serenidad de que las cicatrices, como escribió Piedad Bonnett, son las “costuras de la memoria, un remate imperfecto que nos sana dañándonos”.

—Lo perdoné —confiesa.

Estaba en su casa, en Falcón, cortando cebolla, cuando su esposo, quien se libró de la cárcel, llegó y se arrodilló para rogarle perdón.

En la mesa principal, continúa repasando su vida con la serenidad de que las cicatrices, como escribió Piedad Bonnett, son las “costuras de la memoria, un remate imperfecto que nos sana dañándonos”.

Cuando ocurrió el episodio de violencia, a ella le faltaba una semana para graduarse en un programa del Ejército de Venezuela. La pistola Glock era su arma de reglamento. Antes había estudiado Lengua y Literatura y se graduó en Administración.

Entonces, con su esposo acordaron varios temas: dormirían en camas separadas y buscarían otro lugar, lejos de allí, para empezar de nuevo.

—Yo he nacido para migrar —dice ella.

Sus padres fueron migrantes. Ella llegó al mundo en Mérida, una ciudad en los Andes de Venezuela, y, luego, se mudó cerca de la costa del Atlántico.

Ese nuevo lugar fue el Perú. Él viajó primero –enero del 2017— y ella llegó después con sus hijos —octubre del 2017—, luego de que un cáncer matara a su madre.  

Si cuando salió violentada de su casa recibió el maltrato colectivo de sus vecinos, durante el trayecto a un país extraño experimentó la primera muestra de solidaridad pública. En Ecuador, los pasajeros —venezolanos, ecuatorianos, colombianos y peruanos— del bus hicieron fuerza y evitaron que bajaran a su padre y hermano, quienes viajaban, prácticamente, como polizones.

—Nos defendieron. Y, también, nos dieron plata. Llegamos a Trujillo con 300 dólares.  

¿Qué es la violencia contra la mujer?

“Todo acto de violencia basado en la pertenencia al sexo femenino que tenga o pueda tener como resultado un daño o sufrimiento físico, sexual o sicológico; así como las amenazas de tales actos, la coacción o la privación arbitraria de la libertad, tanto si se producen en la vida pública como en la vida privada”: Asamblea General de las Naciones Unidas.

“Cualquier acción o conducta, basada en su género, que cause muerte, daño o sufrimiento físico, sexual o sicológico a la mujer, tanto en el ámbito público como en el privado”: Convención de Belém do Pará.

“La violencia contra la mujer se dirige a ella porque es mujer o la afecta en forma desproporcionada”: Comité para la Eliminación de la Discriminación contra la Mujer.

“Recordemos que la violencia es por acción o por omisión. Aún vivimos en una sociedad machista y las mujeres pueden y se atreven, hasta cierto punto, a denunciar violencia de terceros; pero no la intrafamiliar. Aún guardan silencio, no solo por su baja autoestima y su dependencia inconsciente; sino porque tampoco confían en la seguridad de las autoridades para revertir los abusos”: Maricarmen Olórtegui Risco, representante en La Libertad del Defensor del Pueblo.

“En los últimos años, la violencia de género ha ido en aumento. Según las estadísticas del Programa Nacional Aurora, Trujillo es una de las ciudades con más altos índices de violencia de tipo física psicológica y sexual. Es, entonces, un lugar inseguro para las mujeres sobre todo para las que presentan mayores factores de vulnerabilidad, como son las migrantes»: Estefanny Méndez Cruz, trabajadora social.

En Trujillo, experimentó otro tipo de violencia: la laboral.

Su esposo trabajaba y vivía en una discoteca. Ella se sumó a esa faena.

—Los dueños estaban muy a gusto que nosotros sepamos manejar armas.

Pero su formación de militar o el instinto femenino, le advertía que ese lugar no era el correcto para ella ni para su familia. No los dejaban salir y cuando lo hacían, un vehículo los seguía a todas partes.

A sus hijos, los dueños los llevaban a paseos y ofrecieron matricularlos en un colegio particular.

Renunciaron. Huyeron.

Encontraron trabajo en un arenado, en El Milagro.

Entonces, ella cuenta una historia que la quiebra.  

Desde que llegó a Perú, empezó a ayudar a sus paisanos, sin ser familia, sin conocerlos. Les brindaba un mes de casa y comida gratis para que se acomoden. No le debían nada, solo les pedía que ayuden a otros. Que multipliquen lo recibido.

Así conoció a Junior.

—En el arenado, yo vendía menú. Cuando llegó Junior, le serví su arepita y su café. Él miraba el plato y no podía comer. Yo le exigía que coma y “que no puedo”, me decía. Y lloraba, y lloraba. “Es que no sé qué está comiendo mi esposa y mi hijo”.

A ella se le rompe el rostro y se le fractura la voz por el recuerdo.

—No seas bobo, come para que te pongas fuertes y trabajes para que les mandes dinerito y ellas coman, también, algo rico. Es más, yo te voy a prestar. Hoy les va a mandar 50 soles. Ahorita mismo para que ellos coman.

Se abrazaron.

En enero del 2018, durante el día que Trujillo recibía al papa Francisco, Junior, quien manejaba su bicicleta, cayó a un forado que una empresa dejó abierto cerca de la vía de evitamiento.

Los médicos exigían 1600 soles para que lo operen. Ella tenía 1600 soles que ahorraba para traer a su hermana de Venezuela. Ella llevó los 1600 soles al hospital para salvarlo.

Los médicos le recomendaron que lo piense bien porque Junior estaba más para la muerte que para la vida. ¡Opérelo, doctor!, exigió. Llamó a la esposa. Disculpa, por comunicarte esto. La esposa llegó con un hijo en brazos, al que habían desahuciado: no caminaría. Junior murió.

Ella movió cielo y tierra para que operen al hijo y pueda caminar.

—Uy, ahora ese muchachito corre y hasta vuela.

Se le sigue destrozando la voz cuando recuerda la tragedia de su amigo. En cambio, cuando cuenta la suya siempre lo hace con ese tono sereno, limpio y tranquilo como este verano que apenas ha llegado.

—Es la resiliencia. Es la resiliencia que aprendí de mi abuela y de mi madre. Podía haber mucha necesidad; pero ellas nunca se quejaron.

Explica que su carácter también se forjó en su convicción católica practicante.

Pero hubo un momento, que el coraje se le rompió de tanto usarlo.

La violencia es una expresión de las diferencias de poder entre quienes la sufren y quienes la ejercen. La violencia se emplea como un mecanismo de control basado en factores culturales, económicos, étnicos, sociales, de edad y género. En el caso de las mujeres, estas desigualdades incrementan su vulnerabilidad.

El informe “Perú: Feminicidio y Violencia Contra la Mujer” (tercer trimestre del 2024) considera que la disparidad de poder entre hombres y mujeres es una construcción social que impone normas, estereotipos y valores asumidos como naturales.

Esa situación forja modelos desiguales que refuerzan la supremacía masculina y la subordinación femenina, lo que impacta en la distribución del poder y perpetúa la violencia de género.

La violencia es una expresión de las diferencias de poder entre quienes la sufren y quienes la ejercen. La violencia se emplea como un mecanismo de control basado en factores culturales, económicos, étnicos, sociales, de edad y género

El veneno para acabar con la violencia contra la mujer es la autonomía de la mujer. La autonomía, según la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal) es la “la capacidad de las personas para tomar decisiones libres e informadas sobre sus vidas, de manera de poder ser y hacer en función de sus propias aspiraciones y deseos en el contexto histórico que las hace posibles”.

La misma institución añade que la igualdad de género requiere transformaciones en tres dimensiones de la autonomía de las mujeres: física, económica y en la toma de decisiones. Y la tres se interrelacionan. Se mezclan.

En busca de su autonomía, ella trabajaba como vendedora mayorista de abarrotes y golosinas. Viajaba por todo Trujillo y otras provincias de La Libertad.

Entonces, se contagió de covid-19 en la primera ola, cuando a esa enfermedad no se le podía combatir con nada serio.

Con el padre de sus hijos seguían durmiendo en camas separadas; pero decidieron darse otra oportunidad. En otro lugar. Lejos de Perú: Chile.

—Yo he nacido para migrar —repite.

Cuando tenían todo listo para partir, él se fue solo.

Y dejó deudas: alquiler de casa, multa en Migraciones, préstamo por la inicial de la compra de un terreno.

Y el alma rota. Y un olvido. Han pasado cuatro años, y él no ha vuelto por ellos ni envía los pasajes para que se reencuentren, como fue su promesa.

—Intentaba hacer mi vida normal, con mis hijos, con mi familia, ayudando a mis paisanos; pero no aguanté.

Le llaman depresión pasiva.

El coraje se le rompió.

Entonces, escribió una carta a Óscar Pérez, representante de migrantes en Perú, a quien no conocía en persona.  Jean-Paul Sartre confesó que la escritura es el único camino que conoció para librarse de su propio infierno.

La carta le llegó a Fiorella Fernández, presidenta de la Asociación de Venezolanos en Trujillo (Asoventru).

-“Tú estás boba, muchacha. Tú que tanto que has ayudado, no estás sola”, me dijo. Pero yo no puedo, le contestaba y lloraba mucho.

El argentino Darío Sztajnszrajber cita la obra Memorias de ciego, en la cual su autor, Jacques Derrida, ensaya que la función esencial del ojo no es mirar, sino llorar, y eso es mirar. “Cuando lloras, qué ves, ves de otra manera. Sentís de otro modo”, explica.

Ella entendió a plenitud su situación y aceptó ayuda. Ingresó HIAS, organización que ayuda a migrantes y refugiados en su proceso de integración en su nuevo país.

Llevó terapia sicológica. Aceptó que estaba deprimida. Empezó a cuidarse. Habló con su familia y, como un acto de sanación, también, con el papá de sus hijos; pero él la bloqueó de su lista de contactos y de sus redes sociales.

Poco le importó. Como parte de HIAS, junto a otras extranjeras, que también sufrieron violencia, abrieron un salón de belleza. Ella era la manicurista.

-Yo, ya estaba fortalecida en el grupo. Me empoderé, me metí en la cabeza que sí podía. Acá, en Perú, me están dando las herramientas y, claro, que pude.

También vio la película Romper el círculo que la remeció.

Ahora trabaja de manera independiente. En su casa o en el domicilio del cliente que la solicite.

Leer más: No más golpes: cifras y castigo a la violencia contra la mujer

Además, es representante en Huanchaco de Mamá Influencer, un programa que capacita a extranjeras y peruanas en emprendimiento y en herramientas contra la violencia.

—Abordamos todo tipo de violencia, incluso la que sufren los varones. Mire, que hay bastante de esa, sino que, también, no se habla por el machismo.

La participación en programas que asisten a las mujeres víctimas de violencia fue fundamental para ella. Para romper el círculo y vivir un presente más auténtico.

“Se debe ofrecer apoyo a las víctimas, pero con programas sostenibles. Además, se necesitan más recursos no solo en espacios, sino en recurso humano profesional para prevenir y combatir esta violencia”, señala Maricarmen Olórtegui Risco, representante en La Libertad del Defensor del Pueblo.

La trabajadora social Estefanny Méndez Cruz reconoce que en el Perú sí hay avances y esfuerzos para sensibilizar y concientizar a las víctimas sobre el procedimiento de la denuncia.

Se ha fortalecido la toma de decisiones y el alza de su voz frente el abuso de poder, control y sometimiento de sus agresores, así como también acciones articuladas para establecer mecanismos de prevención.

Sin embargo, Méndez cree que estos esfuerzos no son suficientes mientras no se visibilice y se sancione la violencia estructural a las que se enfrentan, en instituciones claves de protección, principalmente, las comisarías.

Así como la revictimización en la ruta de atención del sistema de protección nacional,  lo que sigue generando una doble vulneración de derechos de las víctimas.

violencia de mujer. Historia de peruana.

Tiene 38 años. Ojos claros. Aunque en Facebook precisó que son marrones “lamentablemente, no como el café que tanto me gusta, sino marrón color miel, esa misma miel que endulza la vida”.

Esa red social la ha utilizado para visibilizar la historia de muchos de sus compatriotas, quienes aportan con su talento, conocimiento y servicio al Perú. Los buenos somos más, pondera.

No tiene ningún problema en posar para las fotografías para este reportaje.

—Hay quienes podemos dar la cara para, con nuestra historia, ayudar a las demás. Yo lo haré siempre — dice Lydmar, un nombre compuesto con las primeras letras de los nombres de su abuela y su madre.

Lydmar comparte las razones del porqué cuenta su historia.

Se sienta en el mueble y posa. Su hija, quien fue miss teen de la colonia venezolana y desfiló en el corso primaveral de Trujillo, la hace reír. “Brille, mi reina. Deme esa sonrisa”. Y ella obedece.

César Clavijo Arraiza
César Clavijo Arraiza
Nació en un desierto frente al mar, donde solo crecen árboles de algarrobos. Dice que le gustan todas las frutas, pero en los últimos meses se ha decantado por el pepino, de origen andino; pero con una mala fama: se cree que si se consume después de beber licor puede causar la muerte. Periodista, escritor, docente, padre y esposo. Es torpe con la pelota, pero ama jugar fútbol. En el 2018 publicó "Tercera persona" y ahora está a punto de terminar un doctorado en comunicaciones.