Parix encorva la espalda. Aleja a los malos espíritus con el humo del cigarrillo. Siente la pesadez del lunes por la tarde dentro del cubículo que tiene como habitación. Yo lo acompaño con las manos vacías.
Él extiende el brazo, saca al diablo de sus casillas, ingiere el vino tinto y se reconforta luego del último sorbo. Me mira y, acaso con desgano, responde: “Lo que sea para salir de esta miseria”.
La plaza de librero es el único horario de oficina que Parix está dispuesto a ocupar. Sin embargo, ningún llamado es posible sin nombre, el cual debe encerrar nuestro vicio de todas las noches: el tabaco.
“Solo para fumadores” es ideal, aunque ya existe una librería en Lima. “El opio del pueblo”, que alude a la idea de letargo, es un título sugerente, pero nosotros pertenecemos a otra trinchera.
Charles Baudelaire y sus “Paraísos artificiales”, por el momento, se encaminaba a ser la nueva librería que abrirá sus puertas al público lector trujillense.
Hasta que el local que reservamos de palabra, ubicado en la galería La Marquesa, fue habitado por otro negocio “más comercial”.
El escenario era penoso. Parix ya no solo se encontraba próximo al desalojo por el embargo de su lastimera casa, sino que ahora también era el responsable por la pérdida de su segundo hogar (aún no constituido).
Sin más que hacer, se regresó por el jirón Pizarro por donde ya había buscado una posada para su proyecto cultural.
El cansancio y el designio de la vida lo detienen en la puerta de la Casa del Pueblo. Contempla su fracaso en miradas pasajeras y duda hacia cuál avenida huir para volver el rostro a su miseria.
Instantes antes del arrebato, siente la presencia de fuertes tacones dirigiéndose a su espalda. Fueron el poeta de culto Alberto Alarcón y su bastón, quienes salían de una calle cruzada, conocida como pasaje Ganoza.
O era, en verdad, Morgan Freeman con la túnica blanca del Dios moreno, que se avecinaba con un presagio de vida o muerte. Luego de lo sucedido, el maestro anuncia su llamado: “Allá arriba, a la derecha… tienes un lugar reservado para ti”.
De inmediato, lo incentiva a irse con él: “Si te animas, seríamos vecinos”. Y se marcharon juntos.
Más tarde, otra vez en la miseria de su habitación, celebramos con el genio de la botella. Entre brebajes y romería, nos percatamos que “Paraísos artificiales” se asemejaba más a un nombre de florería que a un estante de primeras lecturas y textos formativos.
Además, este ensayo sobre el opio y el hachís se disociaba de las trágicas peripecias acontecidas a lo largo de los años: la desintegración del hogar y el fracaso en el sistema financiero. Aparente mendicidad para la ruina de la vida.
¿Qué te parece “Tabaquería”? –sugirió, desprovisto de atención. Librería Tabaquería resulta cacofónico. Aunque Parix no pensó en una tienda de tabacos, sino en el poema más desalentador de Álvaro Campos: “No soy nada/ Nunca seré nada/ No puedo querer ser nada/ Aparte de esto, tengo en mí todos los sueños del mundo”.
Acaso seducidos por el embrujo de sus versos, habíamos encontrado el nombre de nuestra librería, que, sin la traducción de Mario Bojórquez, conserva la escritura de Fernando Pessoa.
Tabacaria es el misterio de una calle cruzada, situada en un segundo piso del jirón Pizarro, cuya estantería colinda con la editorial Casa Nuestra del poeta Alberto Alarcón.
La leyenda negra cuenta que los otros heterónimos de Fernando Pessoa, ahora insertos en las calles de Trujillo, pretenden erradicar la mafia de la excesiva comisión por venta de libros, implantada durante el gobierno del exalcalde Elidio Espinoza. También se ofrecerá diversas obras a precios módicos.