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Reynaldo Arenas: “Yo llevo 50 años como actor, y no me he prostituido, no soy alcohólico, no vivo la vida loca”

El primer actor peruano habló acerca de su trayectoria y respondió preguntas de estudiantes y del público en general en la Universidad Privada Antenor Orrego.

Reynaldo Arenas viste un saco oscuro con bordados dorados, pantalón campero, zapatillas, y luce la grandeza de un hombre que vive de —para muchos en el Perú— lo imposible: el arte. Sus pómulos son marcados, su nariz cincelada, y su experiencia infinita.

Es la estrella del Festival de Cine de Trujillo (Fecit), el evento que valora solo creaciones nacionales. Y Reynaldo Arenas es un peruano a imagen y semejanza. Nació en Cusco, habla quechua y contagia su patriotismo, el cual se aleja de la burda exaltación que busca imponer cantar el Himno Nacional como estrategia para luchar contra los sicarios.

El actor recibió un homenaje en la Universidad Privada Antenor Orrego (UPAO) el 12 de noviembre, por su aporte a la cultura y compromiso con el arte. Lleva 50 años en la escena actoral  

Luego participó en un conversatorio…

-Usted ha dicho que el arte debe sensibilizar y despertar el patriotismo. ¿Cómo ve el rol del artista en estos tiempos modernos?
-Hay artistas que tienen un compromiso social y otros que se dejan atrapar por la modernidad. Pero yo creo que toda obra de arte debe cumplir esas funciones: educar, sensibilizar. El año pasado, por ejemplo, convencimos al gobernador del Callao, el señor Castillo, de hacer un programa para rescatar a los jóvenes del pandillaje. Hicimos una obra llamada Martín Pescador, quien enfrenta todas las dificultades del pescador artesanal, pierde un hijo en el mar y, en un sueño, es salvado por los espíritus de Olaya y Grau. A través del teatro rescatamos esas figuras. Hicimos casi 50 funciones en un mes para todos los colegios del Callao.

Reynaldo Arenas

Luego nos pidieron algo para primaria y hicimos Chalaquito, la historia de un niño de siete años que sueña con ser futbolista. Para lograrlo, tiene que entrenar y estudiar, levantarse a las cuatro de la mañana, ayudar a su madre que vende en el mercado. Es un teatro de proyección cultural y social. Pero son pocos los colegios que lo quieren. Muchos piensan que el teatro es una pérdida de tiempo.

Me aterra cuando un alumno me dice que quiere ser actor, pero su padre le responde: “¿De qué vas a vivir? Vas a ser alcohólico, borracho o homosexual”. Yo llevo 50 años como actor, vivo solo de esto, no me he prostituido, no soy alcohólico, no vivo la vida loca.

El arte no es dañino; al contrario, eleva al ser humano. Hoy el teatro ha despertado mucho en Lima: hay cuatro universidades que forman actores (la Católica, la Científica, la UPC y la Escuela Nacional de Arte Dramático). El problema es que de esos centros salen unos 400 actores al año y no todos tendrán trabajo. Esa es la realidad del país: tenemos grandes actores, dramaturgos y escenógrafos, pero pocos espacios.

Reynaldo Arenas: política nuestra

-De cara a las próximas elecciones, ¿qué propuestas recomendaría usted a los candidatos? ¿Qué consejo les daría desde su tribuna para cambiar la realidad del país?
-A mí me espanta la realidad del Perú. ¿Cómo es posible que haya 39 candidatos para la presidencia y que la mayoría tenga rabo de paja? No sé qué futuro nos espera.
Les pido que tengan conciencia al votar. El Perú está como está por culpa nuestra, porque elegimos a esa gente que está en el Congreso, muchos votan por votar.
“Esta señorita me cae bien, voto por ella”; “este chico es simpático, voto por él”.  Yo no veo un gran modelo de país en esa oferta.

Y, sin embargo, este es un país riquísimo, con costa, sierra y selva, y una riqueza increíble. Acaban de encontrar un yacimiento de litio en el Perú —el litio es la energía del momento, sirve para autos eléctricos, celulares— y ya lo vendieron.

Por eso, cuando voten, sepan a quién elegir y no se culpen después. Hay que analizar quién es esa persona y qué representa. Solo así podremos cambiar este país.

Hay cuatro universidades que forman actores (la Católica, la Científica, la UPC y la Escuela Nacional de Arte Dramático). El problema es que de esos centros salen unos 400 actores al año y no todos tendrán trabajo.

– ¿Considera que conocer profundamente las raíces peruanas es un gran diferencial para hacer un cine nacional con buena conciencia y cosmovisión, que pueda deslumbrar a los peruanos y despertar el renacer de la identidad?
-Indudablemente. Este es un país maravilloso. Tenemos una gran civilización. Yo no me cansaré de decir que, mientras los europeos estaban en cavernas, aquí ya se diseñaban sistemas hidráulicos. El Perú fue el primer país en tener la red hidráulica más grande del mundo. Jamás, en ningún país, se ha llevado las aguas hasta las cumbres como aquí. Es importante que las artes rescaten, revaloren e incentiven en los jóvenes el orgullo por ese gran pasado.

¿Conocemos mucho de esta historia? No. Hay mucha gente que no conoce este país, y nadie ama lo que no conoce. El arte, el teatro, la música, la danza y la pintura son los encargados de rescatar y revalorar, en ustedes, lo importante que fue este país.

El arte no solo es entretener. Por encima de todo tiene que educar, tiene que informar, no se puede tapar el sol con un dedo. Es relevante que los jóvenes tengan la obligación de revalorar esta cultura.

-¿Cuál es su visión personal como actor y qué busca transmitir a las nuevas generaciones?
-Yo tengo ahora 81 años y he planificado jubilarme a los 85. En este momento estoy trabajando en un proyecto muy grande para construir un centro cultural, no en la ciudad del Cusco, sino en comunidades cercanas, donde hay una gran concentración de población indígena quechua-hablante que está siendo ignorada.

Quiero construir un centro cultural con el propósito de que revaloren sus culturas a través de muchos espacios: la literatura, las danzas, las artes. Ese es un deseo que tengo desde hace mucho tiempo. Creo que en cuatro años ese sueño se va a cristalizar. Estoy trabajando con algunas fundaciones extranjeras interesadas en llevar a cabo este proyecto.

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-¿Cuál fue el papel que cambió su forma de ver la actuación? ¿Qué personaje fue el más difícil de dejar ir cuando terminó de interpretarlo?
-Yo creo que Túpac Amaru me dio el gran respaldo. Antes, como actor, sobre todo en televisión, me llamaban para personajes marginales: si había un asesino, llamaban a Reynaldo Arenas; un borracho, Reynaldo Arenas; un drogadicto, Reynaldo Arenas; un marido golpeador, Reynaldo Arenas. Pero cuando interpreté a Túpac Amaru, muchos directores dijeron: “Ah, este actor también es capaz de hacer otras cosas de mayor calibre”. A partir de Túpac Amaru cambió mi carrera: comenzaron a llamarme para personajes mucho más serios.

La obra más difícil para mí fue Gloria del Pacífico. El director, muy apasionado, para hacer su primera película tuvo que vender su casa, su carro y su moto. Pasó siete años investigando todo lo referente al morro de Arica. Me dio el personaje de Vicente, el hilo conductor de la película: un soldado común que, moribundo por un cáncer terminal, le cuenta a su hijo la verdadera historia del morro de Arica. Por momentos está lúcido, por momentos ya no.

El director me pidió que fuera a hospitales a ver pacientes con cáncer terminal. Fui a siete, grabé, observé, estudié. Me costó muchísimo. Se me partía el corazón viendo a esas personas junto a sus familias. Pero fue un trabajo muy profundo, muy humano. Creo que ha sido mi mejor trabajo. El mes pasado estuvimos en Laredo (Trujillo) con esa película y los chicos se conmovieron mucho.

El arte no solo es entretener. Por encima de todo tiene que educar, tiene que informar, no se puede tapar el sol con un dedo. Es importante que los jóvenes tengan la obligación de revalorar esta cultura.

-Pensando en la canción Gracias a la vida: ¿qué le ha dado el arte, ¿qué le ha dado la cultura y qué le ha dado la vida en estos 50 años de carrera?
-Me ha dado muchas cosas hermosas. Vengo de una familia muy pobre; de niño me crié en un puericultorio. Mi madre era campesina y decidió ir a Lima. Cuando se enfermó, me dejó en el puericultorio Pérez Araníbar, regentado por hermanos maristas.

Allí empecé mi camino. A los siete años ya me subía a un escenario a recitar a Chocano, Rubén Darío y Vallejo. Le debo mucho a eso. Me dio conocimiento y una formación muy valiosa.
Gracias al arte he podido estar en la Unión Soviética, compartir con Marcelo Mastroianni, Luchino Visconti, y en Japón con Akira Kurosawa. También estuve con Gabriel García Márquez.


Recuerdo con cariño que, en el comedor donde almorzábamos, él (García Márquez) me veía y decía: “Ahí viene el indio, ahí está el indio”. Me conocía así, con afecto. Esas cosas no te las da otra profesión. He visto que cuanto más grande es una persona, más humilde y sencilla es. Eso me ha enseñado la vida: quien es realmente grande debe ser humilde y simple.

Texto y fotos William Ruiz Ramírez. (Curso Taller de Redacción Periodística I, Universidad Privada Antenor Orrego, UPAO).