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Plan lector o las oportunidades perdidas. Vol. III

Muchas veces me he enfrentado al hecho del cómo incentivar en mis estudiantes la lectura. Sí, no es tarea fácil, porque si bien uno ya disfruta de ello, de ese gusto infinito que es sumergirme en las obras literarias clásicas y contemporáneas, de inmiscuirse con gracia en la vida de infinitos personajes y deambular por las calles que se nos describen en las historias a diestra y siniestra, el lograr que los jóvenes que nunca han sentido ningún tipo de atracción por las lecturas y las historias terminen siendo lectores habituales de las páginas y páginas por recorrer, es una labor que no se torna sencilla por ningún lado.

Y eso que las estrategias han fluido con certeza y han aparecido medios diversos con los cuales acercarnos a la lectura ha sido posible, pero ¿por qué aún no somos un país del todo lectores si, por ejemplo, se han multiplicado las ferias del libro a nivel nacional, si se han implementado bibliotecas muy buenas en los colegios públicos, si el plan lector ha mostrado sus normativas y posibilidades a lo largo y ancho de nuestro territorio? 

Me voy al campo estrictamente docente, porque es aquí donde surge la pregunta: “¿Por qué el plan lector hasta ahora no ha conseguido los mejores resultados en nuestras ciudades?” Tentaré una respuesta.

Desde la aparición del plan lector en el país, medio interesante y posible para difundir la lectura en nuestros estudiantes de diversos grados, han surgido también las principales trabas y con ello el vacío. 

¿Cómo una editorial, o dos, van a copar casi a nivel nacional todo el proyecto de lectura que se ha generado con los años? ¿Cómo permitimos que una editorial imponga a los colegios, y en sí a los mismos docentes, qué libros leer, qué autores revisar, qué títulos ofrecer, sin siquiera consultar la voz del profesor que es el encargado de moldear y llevar a cabo en aula el proceso, acompañamiento y profundización de la lectura? ¿Cómo es que de un tiempo a esta parte ciertos docentes, los directores, las instituciones educativas, se han convertido más en negociantes, en comerciantes, que en educadores propiamente dichos, viendo los beneficios que le resultaría contratar a tal o cual editorial por lo que ofrecen al colegio o a las mismas personas a través de comisiones o artefactos que solventan así una opinión vacía de lo que se lee? 

¿Cómo es que los algunos docentes aceptemos por miedo obras de las cuales desconocemos la historia, la importancia, los valores y ejes que podríamos trabajar, solo por el hecho de que la editorial así lo dice, y si no hacemos lo que se nos pide, pues buscamos a otro docente y ya? Y es que todo es un círculo, una cadena, en la cual el docente muchas veces ha perdido toda autoridad. Cómo permitimos que haya profesores del área de comunicación, de literatura, cuyo gusto por la lectura sea mínimo y que con las justas llegan a leer el argumento más elaborado de una obra y en base a ello evalúan y dan por cierto algo de lo cual sinceramente solo la ignorancia aflora. 

Cómo permitimos ser entes serviles que aceptan tales o cuales libros del área porque ya vienen resueltos al cien por ciento, incluso con el esquema a seguir durante toda la clase y que muchos aceptan sin permitirse innovar o buscar nuevos medios con los cuales acercar el aprendizaje a los estudiantes, siguiendo solo un esquema clásico, neutral, repetitivo en todos los que aceptan esta receta dizque para crear estudiantes excelentes.

Y recuerdo una anécdota que me contara una colega hace un tiempo: “En la secundaria no me gustaba leer, y cuando la profesora dejaba para sus obras para analizar y hacer el argumento respectivo, yo copiaba de un libro que tenía en casa, un libro lleno de obras y resúmenes, de esos que venden en cualquier lado. Pero cuando me di cuenta que la profesora no leía nada, cuando nos pidió un libro que no recuerdo, y como me dio pereza buscarlo, inventé un argumento. No me creerás, Oscar, pero saqué dieciséis, y me puso esta nota porque dijo que solo había hecho una página, que si hubiera hecho dos me ponía más”. Punto. Y así la historia en muchos colegios, en muchos lugares hasta ahora, desde hace mucho y por mucho tiempo más, lamentablemente. 

¿Por qué no ha sido eficiente el plan lector hasta la fecha? Pues porque en muchos casos no nos hemos enfocado en darle a nuestros estudiantes obras que realmente ellos desean leer, obras que serían de su agrado y con las cuales podamos ir desde cero en este infinito aprendizaje de la lectura; o porque como docentes queremos enfrentarlos a libros un tanto complejos, pero no sabemos cómo hacerlo ni qué libros darles porque no leemos, así de simple, no lo hacemos: nos acostumbramos que la editorial nos mande el libro resuelto, con claves, sesiones de aprendizaje y todo, y ni siquiera nos damos el tiempo de revisar si las preguntas están todas bien. 

Y en esto hemos caído un buen grupo (me incluyo como para hacer ‘mea culpa’ de cosas que siempre evito) porque hemos dejado que actúen por nosotros, que escojan por nosotros, que piensen por nosotros, y así no deberíamos, porque perdemos algo fundamental en nuestro trabajo: autoridad.

Cierro con esta anécdota de mis anteriores días como editor: recuerdo que allá por el 2013, cuando empezaba seriamente mi labor con la editorial (labor que extraño y a la que volveré pronto), y teniendo ya un pequeño lote de autores publicados, me aventuré a ir a diversos colegios a mostrarles mi bonito y agradable “Proyecto Plan Lector Regional”, con lo cual buscaba difundir los libros de los autores que habían publicado con Orem a precios agradables, y al mismo tiempo proponerles visitas de ellos a los colegios, organizar ferias de libros, así como brindar charlas para incentivar entre los padres también este hábito lector.

Y la respuesta de los directores y directoras fue triste: en casi todos los centros educativos que visité me hicieron la misma pregunta: “¿Y su editorial qué me ofrece? Porque, mire, ha venido tal y cual, y me brindan una laptop para la dirección o un televisor de tantas pulgadas para el auditorio, y la otra ha sido más generosa: nos va a otorgar un porcentaje, algo del 15 o 20, de la venta de los libros para colaborar con el colegio. ¿Usted qué me ofrece?” 

Y aunque le volvía a explicar todos los beneficios que se obtendrían no para el colegio o el director o la infraestructura, sino para los estudiantes, para ellos y sus ganas de leer, y de paso para los bolsillos de los padres por el bajo costo, la pregunta siempre era la misma: “¿Y usted qué me ofrece?” 

“Pues una calculadora y un lapicero con mi nombre”, solía responder antes de retirarme más que molesto, un tanto frustrado porque son ellos los que luego van a educar a los niños y jóvenes que están poco a poco enfrentándose al mundo, y lo primero que van a aprender es la inmoralidad.

 Sirva esto como una breve reflexión personal sobre un tema tan delicado, sobre este tema de incentivar a la lectura que trato casi siempre (y por ello que en esto doy mi mayor esfuerzo) de hacer bien. Punto.

Oscar Ramirez
Oscar Ramirez
Oscar Ramirez (Lima, 1984). Docente de Lengua y Literatura y promotor cultural. Viajero incansable, reside por largos periodos en Trujillo. Dirige Ediciones OREM. Ha publicado los poemarios "Arquitectura de un día común" (2009), "Cuarto vecino" (2010), "Ego" (2013) y "Exacta dimensión del olvido" (2019); y el libro de cuentos "Braulio" (2018). Finalista del Premio Copé de Poesía 2021.Contacto: oscarramirez23@gmail.com